Temprano en la mañana, Nathaniel despertó y perezosamente dio la vuelta en la cama buscando algo en el espacio de al lado. No encontró nada, estaba solo.
Con el ceño fruncido y el cabello completamente despeinado, se sentó mirando alrededor, buscándola, pero la habitación estaba vacía.
Pero ¿qué había esperado?, se preguntó masajeándose la nuca. Respiró hondo e intentó no sentirse demasiado decepcionado. No podía reclamarle el haberlo dejado solo en la mañana, ¿verdad?
Pero, ah… habría sido tan agradable.
Se dejó caer de nuevo en la almohada rememorando lo vivido anoche, cosa peligrosa a esa hora de la mañana, y tuvo que espabilarse y salir de la cama para no tener problemas. Podía haber pensado que luego de anoche hoy amanecería tranquilo, saciado, pero al parecer no iba a ser así, y otra vez quería estar con ella.
Minutos después entró el señor Blake con un par de lacayos dispuestos a preparar a su señor para el día. Tuvo en la punta de la lengua una pregunta acerca de Georgiana, pero sabía que aquello estaría totalmente fuera de lugar.
Y en todo el día no la vio.
Fue extraño. No es que anteriormente se encontraran en cada rincón de la casa; esta era tan grande que podían perfectamente pasar días sin verse ni siquiera por error, pero hasta ahora estaba pensando en eso.
En la noche no bajó a cenar con él, así que comió solo y sintiéndose un poco rechazado, como esas jóvenes que, luego de ceder ante la seducción de un libertino, son abandonadas.
Y aquello se repitió por tres días.
—¿Cómo está la señora Henderson? —le preguntó un día al señor Blake, dándose cuenta de que si no preguntaba, no sabría nada de ella. Al parecer, ella sabía muy bien cómo esquivarlo.
—La salud de la señora Henderson está mucho mejor, señor. Sale a dar paseos más seguido, y se la ve más tranquila. También ha completado con éxito las tareas de las que se ha hecho cargo. Tanto es así, que por mi cuenta le he asignado asuntos de mayor responsabilidad. La señora ha demostrado habilidades en la administración del dinero; es frugal y sensata en el manejo de cada chelín.
—¿Es así?
—También se lleva muy bien con el personal. En principio… había rumores; algunos se preguntaban la relación entre la señora y usted… pero creo que esas habladurías se han aplacado al ver el buen carácter de la señora y el trato cordial entre los dos.
Nathaniel miró al señor Blake como si quisiera encontrar en sus palabras otro significado además del obvio. ¿Habladurías? ¿Se había enterado Georgiana de eso? ¿Era esa la razón por la que lo estaba esquivando?
Sólo vivir en la casa de un hombre estando casada con otro era motivo para despertar suspicacias, pensó. Ella tenía razón en ser cuidadosa.
El sentimiento de abandono empezó a desvanecerse y fue increíble lo mucho que eso mejoró su humor. No había pensado en ella, sus necesidades. Se estaba convirtiendo en alguien muy egoísta.
—Señor Blake, asegúrese de que el personal no hable demasiado. Que la traten con respeto, y si alguno se extralimita, muéstrele lo que sucede cuando alguien es desleal.
—Así se hará, señor. Pero permítame decirle que la curiosidad fue momentánea. A estas alturas, la han aceptado sin problemas. —Nathaniel no dijo nada, sólo se quedó mirando los documentos sobre su escritorio, y todo el trabajo apilado.
Miró por la ventana dándose cuenta de que era un día bonito, sin lluvia ni nubarrones.
—Daré un paseo —dijo de repente, dejando al señor Blake pestañeando por la abrupta decisión, y Nathaniel salió del despacho dejando sólo el viento tras él.
Georgiana estaba en medio del jardín lateral de Avondale Hall. Eran varios acres de plantas que florecían según la estación, aunque ahora que el invierno se avecinaba, estaba más bien yermo. Sin embargo, hacía un sol agradable. Podía ser el último antes de las nevadas, así que quiso disfrutarlo, y salió de la mansión sin sombrilla ni chal. Preocupada, Jena había entrado para buscarle abrigo, y mientras, ella estaba de cara al sol bebiéndose su luz como si de un tónico revitalizante se tratara.
—¿Me estás evitando, Georgiana? —preguntó una voz tras ella.
Rápidamente se giró y allí encontró a Nathaniel, de pie y mirándola serio.
Llevaba puesto unos pantalones de ante, una camisa blanca de cuello alto y almidonado, un chaleco con detalles bordados en dorado, y la chaqueta de un verde oscuro que resaltaba el color de sus ojos.
Luego de pasear toda su estatura con la mirada, los ojos de Georgiana se quedaron en el cabello castaño claro. El cabello que hacía unas noches ella había despeinado con sus inquietas manos.
—Señor —saludó ella haciendo una tiesa venia.
—¿Contestarás a mi pregunta? —ella lo miró inocente. —¿Me estás evitando? —repitió él, y Georgiana esquivó su mirada sonrojándose.
—¿Por qué haría tal cosa? —contestó ella girándose de nuevo. Nathaniel sonrió. Estaba dándose cuenta de que Georgiana era muy mala mentirosa, y muy torpe para esconder sus verdaderas emociones. Era un milagro que hubiese sobrevivido tanto tiempo en la casa de un par de hampones como lo eran Henderson y su amante.
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Editado: 22.11.2024