Nathaniel salió de casa junto a su comitiva mucho antes del amanecer. No iba a ser un viaje demasiado largo, pero de todos modos sería difícil por el invierno. Le echó una última mirada a la mansión antes de montar su caballo y evitó con todas las fuerzas soltar un suspiro. Esperaba no tardar demasiado.
Varios días después, llegó por fin a Plymouth, y mientras Terry organizaba el hospedaje, él y Jacob se dirigieron al muelle. Jacob hizo algunas preguntas, y pronto estuvieron frente a un bergantín que se preparaba para partir.
El aire salino era áspero y frío. Hombres rudos y grandes caminaban de un lado a otro transportando cajas de madera, o se afanaban en cubierta caminando con destreza sobre las cuerdas a la vez que gaviotas sobrevolaban las velas aún plegadas. Nathaniel se calzó mejor su sombrero, y siguió a Jacob hasta la cubierta del bergantín. Se detuvieron ante el capitán mismo, que gritaba órdenes y apresuraba al personal. Al tenerlos en frente, miró a Nathaniel con cierta sorpresa, y aunque intentó disimularlo, se hizo evidente que lo reconocía.
—Mi nombre es Nathaniel Radcliffe —se presentó él haciendo un asentimiento de cabeza, mostrando respeto.
—Sé quién eres. No quiero problemas. Fuera de mi barco.
—Con eso confirmas que estuviste en el Azura, hace quince años —dijo Nathaniel mirándolo fijamente. El capitán lo miró ceñudo, pero debió darse cuenta de que no podía simplemente echarlo y deshacerse de él. Parecía un aristócrata y estos eran reconocidos por imponerse.
Miró alrededor con un gesto desdeñoso, y señalando hacia un lado, echó a andar.
Jacob y Nathaniel se miraron el uno al otro y lo siguieron hasta el camarote del capitán. Una vez allí, el hombre se presentó como Wayne O’Brien y les ofreció un poco de ron. Era la bebida menos favorita de Nathaniel, pero no se atrevió a rechazarlo.
—Fue un incendio —dijo Wayne casi escupiendo.
—Lo recuerdo —contestó Nathaniel gratamente sorprendido; el ron no era de tan mala calidad.
—Pero fue provocado. Encontré al bribón que lo inició y lo golpeé, pero en el momento era mucho más urgente apagar las llamas que capturar al incendiario. —Nathaniel lo miró muy serio. —No sé si sobrevivió o no. No tengo respuestas a eso. Hasta hace poco, creí ser el único que sobrevivió. —El hombre se levantó la manga de su chaqueta arrastrando también la de la camisa y mostró la cicatriz de una quemadura severa.
—Yo… no tengo cicatrices de quemadura —murmuró Nathaniel, dándose cuenta de lo afortunado que era por ese hecho. Wayne sonrió con sorna.
—Por supuesto que no las tendrías. Eras el hijo del propietario del barco, así que tú y tu familia fueron los primeros en ser evacuados en el bote salvavidas… No, tú fuiste el primero en subir a ese bote, pero… había material explosivo, y éstos hicieron volar todo antes de que pudieran bajarlo a las aguas.
La mirada de Nathaniel parecía perdida mientras escuchaba al capitán relatar aquello. Tenía sus propios recuerdos, más nítidos de lo que deberían, por lo traumático que había sido el momento.
Su madre quería pasar la temporada en Francia, por lo que habían abordado el Azura, y no un yate, aprovechando que uno de los barcos tenía esa ruta. Todo había sido tranquilo hasta la madrugada en que se inició el incendio. Sólo recordaba a su madre despertándolo abruptamente e instándolo a salir. Recordaba ahora estar un poco aturdido, buscando sus zapatos.
—¡Deja los zapatos! —le había gritado su madre. —No es importante. ¡Ven!
Ella le había tomado la mano, también a Adeline, y fue cuando Nathaniel vio el humo subir. Hombres iban y venían. Llevaban cubos de agua, mantas empapadas en agua, y gritaban dando órdenes.
—¿Dónde está papá? —preguntó, pero nadie le respondió. Miró a Adeline buscando respuesta, pero su hermana sólo agitó la cabeza como respuesta.
Un hombre tiraba de una cuerda moviendo un bote salvavidas hasta ellos, y el primero en abordarlo fue Nathaniel. Cuando el hombre alzaba a Adeline para hacerla subir, fue la explosión.
Salió disparado del bote y cayó al agua. Había caído con mucha fuerza, y dolió. Sabía nadar, así que pataleó hasta la superficie, pero había mucha distancia, estaba muy profundo.
Todo en el fondo estaba negro, y lo único que pudo identificar fueron las llamas, y hacia ellas nadó. Los pulmones le ardían por la falta de aire, pero pensar en sus padres, en lo preocupados que estarían si no aparecía, le dio las últimas fuerzas para llegar hasta la superficie.
Tosió mucho, escupió agua, y tuvo que esquivar llamas. Volvió a sumergirse y nadó por debajo de ellas, y cuando volvió al aire, gritó llamando a sus padres. Pero el rugido de las llamas ahogaban sus gritos, el viento se llevaba su voz, y la corriente lo fue alejando de los restos del barco mientras él se sujetaba de una tabla, que fue su salvación.
Despertó en un barco pesquero, cuando varios hombres lo rescataron. El sol le había quemado la piel de los brazos y la nuca, y estaba terriblemente sediento.
Luego, en tierra, y mientras se recuperaba, pasó varios días sin saber nada de sus padres. Cuando las autoridades le preguntaron quién era, él dio toda la información. Volvió a preguntar por sus padres, pero volvieron a guardar silencio. Días después, su tía Philomena fue a buscarlo, y lo llevó con ella a casa. Ante su insistente pregunta tuvo que darle la terrible noticia: él era el único sobreviviente del Azura.
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Editado: 22.11.2024