Ese maldito encanto tuyo

13

Nathaniel se recostó en la bañera llena de agua caliente mientras soltaba un suspiro de alivio. Había sido realmente duro viajar en este clima, pero sentía que todo su cansancio se estaba diluyendo poco a poco.

Le echó una mirada al señor Blake, dándole así pie para que empezara a hablar.

—Lady Wilford llegó una semana después de su partida —relató con calma. —Y su reacción al ver a la señora Georgiana fue… cuanto menos, mala. Dejó claro que había venido a comprobar si lo que se le había dicho era cierto. —Ante eso, Nathaniel enarcó una ceja pensativo.

—Alguien le informó de su estancia —dijo—. Tenemos un topo de mi tía en Avondale Hall, Blake.

—Eso parece, señor. Pero va a ser un poco difícil descubrir quién. —Nathaniel hizo una mueca y guardó silencio. El señor Blake continuó. —Lady Wilford le prohibió a la señora Georgiana comer o estar en la misma sala que ella, y justo antes de su llegada le escuché hablar de su deseo de remodelar la habitación de la señora.

—¿Ah, sí? ¿Y a dónde pensaba enviarla mientras?

—Eso no lo sé.

—Vaya. Y la Señora Georgiana… ¿cómo se comportó con ella?

—La evitó la mayor parte del tiempo. Pero tuvieron una pequeña confrontación el primer día. Cuando lady Wilford la amenazó con echarla, la señora le recordó que ella no era la señora de esta casa. —Nathaniel sonrió de medio lado.

Siempre había sabido que ninguna mujer que se le acercara o a la que mostrara cierta preferencia sería bien vista por la tía Philomena a menos que fuera ella misma quien la eligiera, así que el hecho de que odiara a Georgiana no era ninguna sorpresa para él. Si a eso le sumaba sus circunstancias especiales, y que ella no se dejara humillar y le contestara defendiéndose o hasta atacando, era normal que se convirtiera en el blanco de sus ataques.

La tía Philomena no tenía forma de saber que Georgiana estaba aquí refugiándose, ni mucho menos del trato con su marido.

Ni que lo supiera, pensó. No haría sino empeorar la imagen ya bastante deteriorada que tenía de ella.

Blake siguió informándole de los gastos que la vizcondesa había provocado en los días que llevaba allí, y lo que costaría despedir a los decoradores que había hecho venir. Nathaniel habría podido dejar el asunto así y permitir que su tía redecorara; después de todo, era cierto que hacía tiempo que no se hacía un cambio en la mansión, pero tenía que sentar un precedente hoy más que nunca. No podía dejarle hacer lo que quisiera, ni con sus muebles, ni con las personas que vivían aquí.

Y si acaso alguien iba a redecorar toda la casa, ese privilegio se lo dejaría a su esposa.

—Si así están las cosas —dijo saliendo del agua y recibiendo el paño que el señor Blake le ofrecía —habrá que recurrir a la maniobra de siempre, para que su estancia no se alargue demasiado.

—En seguida daré la orden, señor. —Nathaniel sólo asintió mientras se cubría con la bata y ocultaba su descontento. Su única familia, pensó, y tenía que recurrir a trampas para no pasar demasiado tiempo bajo el mismo techo.

Bajó a la sala del comedor mucho antes de la hora de la cena y allí encontró a Georgiana, y al verse, ambos sonrieron.

—Señor Radcliffe —saludó ella haciendo una pequeña reverencia, pero sin borrar el brillo en su mirada que indicaba que estaba feliz de verle. Aquello calentó el corazón de Nathaniel, que deseó poder acercarse a ella y abrazarla. —Me alegra ver que llegó con bien a casa.

—También me alegra ver que estás bien, Georgiana —contestó él con voz suave y sin dejar de mirarla. —Tienes también mejor semblante.

Eso era verdad, y Georgiana sonrió. A pesar de la presencia de la tía Philomena, hacía ya dos meses que Georgiana comía y dormía con regularidad, que nadie le pegaba ni la insultaba. Todo eso se reflejaba en su cuerpo, haciendo que ganara un peso más saludable, que su piel, cabello y uñas lucieran mejor, y en general la hermoseaban mucho más. A pesar de que tenía el vestido de siempre, ella estaba bonita.

“Te extrañé todo este tiempo”, parecía querer decir ella con sus ojos. La presencia de los sirvientes y de Jena se lo impedía, y esperaba que él comprendiera su mensaje. Había bajado antes para poder estar con él a solas, más o menos.

Nathaniel buscaba en su mente algún otro tema del que pudieran hablar libremente cuando entró la tía Philomena acompañada de su sempiterna doncella. Al ver allí a Georgiana, se le agrió el gesto de inmediato.

—Dije que no compartiría sala con esta mujer —profirió con voz dura. —Y así lo haré. Mucho menos compartiré una cena con ella. —Se quedó mirando a ambos como esperando que Georgiana se rindiera y decidiera irse, o que Nathaniel le pidiera que se fuera, pero ambos sólo la miraron un poco confundidos, como si se preguntaran entonces qué hacía allí.

La vizcondesa miró a Georgiana abriendo más los ojos, pero Georgiana no pareció nerviosa, ni incómoda. Sólo hizo una mueca como si no comprendiera.

—Podrías reconsiderarlo, tía —le pidió Nathaniel dando un paso a ella. —He regresado luego de semanas de estar por fuera de casa, y…

—Sabes que cuando digo sí, es sí; y cuando digo no, es no.

—Georgiana es mi invitada.




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