Georgiana salió de la sala ocultando una sonrisa. Debía mantener la calma, ya reiría luego y a solas. No era cuestión de burlarse de una anciana.
Se detuvo cuando vio que el señor Blake conducía a un caballero por uno de los pasillos, y le pareció conocido. Era el amigo de Nathaniel, que de vez en cuando lo visitaba.
Le hizo el consabido saludo, pero él se detuvo.
—Por fin tengo el placer de conocerla, señora Henderson —saludó él. No sonreía, pero tampoco parecía hostil, por lo que Georgiana contestó con amabilidad.
—Veo que me conoce, señor…
—Smith. Soy Jacob Smith. Tengo asuntos pendientes con Radcliffe, pero me dijeron que en este momento no se encuentra.
—Señor Smith, un placer conocerlo. —Él asintió, pero no avanzó en su camino, por lo que Georgiana supuso que esperaba algo más de ella.
—Ya que va a esperarlo, puedo acompañarlo mientras tomamos una taza de té.
—Sería un placer. —Georgiana sonrió, y miró al señor Blake haciendo una petición y pidiendo una disculpa al tiempo.
Blake asintió de inmediato, y Georgiana lo condujo a la sala contigua al despacho de Nathaniel.
Era un lugar amplio y espacioso; con ventanales de doble altura que permitían ampliamente el ingreso de la luz. El piso de parquet brillaba y las estanterías de libros abarcaban el espacio completo entre el piso y el techo. También había muebles cómodos en los que sentarse y disfrutar de la lectura.
Georgiana observó al caballero junto a ella y tuvo que reconocer que era un hombre guapo. También era alto, y de hombros anchos, lo que hablaba de una frecuente actividad física. Tal vez, al igual que Nathaniel, tenía pasatiempos en los que se involucraba el ejercicio del cuerpo al aire libre.
El cabello oscuro lo llevaba bien recortado, y tenía ojos grises y llenos de pestañas bonitas. Como las de un niño, pensó. Pero su expresión era más bien estoica, como si no tuviese emociones.
No podía evitar preguntarse por qué había insistido en que lo invitara a pasar un tiempo con ella. Tal vez Nathaniel la había mencionado en sus conversaciones. Después de todo, eran amigos, ¿no?
Dios, ¿qué pensaba de ella? ¿Opinaba que era una descarada adúltera igual que lady Philomena? ¿La había atraído aquí para decirle también que debería irse y dejar en paz a Nathaniel?
—Seguramente el señor Radcliffe ya no tarda. No tendrá que esperar mucho —comentó ella tratando de iniciar un tema de conversación. Cualquier cosa que distrajera sus cada vez más sombríos pensamientos.
—No me importa esperar —dijo Jacob mientras admiraba los libros en sus estantes. —Sin embargo, si estoy acaparando su tiempo…
—No, no se trata de eso… Es que… —En ese momento, Georgiana empezó a sentirse abrumada.
Realmente, no había tenido tiempo de recuperarse de la conversación con lady Philomena, y lo insultada que se había sentido. Sus palabras seguían dando vueltas en su mente, al tiempo que seguía imaginando cosas que pudo haber dicho para devolverle mejor el golpe.
Respiró hondo y trató de concentrarse. Este era un invitado de Nathaniel, un amigo, y merecía su completa atención.
—Entonces —dijo componiendo una sonrisa —¿Hace mucho tiempo que es amigo del señor Radcliffe?
—Oh, bueno. Tengo negocios con él desde hace unos cinco años, más o menos.
—¿Negocios? ¿Puedo preguntar a qué se dedica, señor Smith?
—Soy bueno haciendo dinero —contestó él, y su franqueza tomó por sorpresa a Georgiana.
—¿Es así? Si le doy mil libras… ¿las convertirá en treinta mil? —A él pareció llamarle la atención las cantidades que tomaba como ejemplo, pero no dijo nada. Bajó las comisuras de sus labios agitando la cabeza afirmativamente.
—Tomaría tiempo y unos cuantos riesgos, pero, sí. —Georgiana sonrió admirada.
—Eso es impresionante.
—Parece ser un tema que llama su atención.
—Siempre me he interesado en la administración del dinero. Pero creo que una cosa es administrarlo, y otra multiplicarlo.
—Eso es verdad.
—Entonces, imagino que su visita de hoy es para eso, para hablar de negocios.
—En parte. También hay otros asuntos.
—Claro. Son amigos —Jacob Smith sonrió, reacio a admitir ese tipo de relación, lo que llamó la atención de Georgiana.
Jacob lucía limpio, pero sus ropas no eran de primerísima calidad como cabía esperarse de alguien capaz de convertir mil libras en treinta mil. No era un noble, o habría dicho su título; al parecer, era un plebeyo que había sabido ascender.
Si ella hubiese nacido varón, pensó, sería como él.
—Oh, ese libro es muy bueno —dijo ella señalando el ejemplar que Jacob acababa de tomar en sus manos.
Él miró la tapa del libro, fijándose en el título. No lo conocía, tampoco a su autor, pero ella parecía entusiasmada.
—La prosa de Goethe es exquisita, y la profundidad de los sentimientos expresados por el personaje principal nos invita a reflexionar sobre el amor, la pasión y el sufrimiento humano.
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Editado: 22.11.2024