Aquella noche, como todas las noches, la tía Philomena se abstuvo de bajar a cenar, sin embargo, su presencia seguía sintiéndose en la casa. Los sirvientes de la vizcondesa seguían vigilantes y haciendo preguntas, y a la noche siguiente, cuando Nathaniel regresó a casa, un poco más tarde de lo normal, tropezó con uno de ellos que al parecer deambulaba por los oscuros pasillos.
No le cabía ninguna duda de que vigilaban si todos dormían en sus respectivas camas, y era molesto.
Pero sólo tres días después de que la vizcondesa le ofreciera dinero a Georgiana para que dejara la casa, anunció que sería ella quien se fuera.
—Pero el invierno es crudo —observó Nathaniel, aunque sin mucha convicción. —No es seguro que viajes con estos climas.
—He recibido una nota de Patrick —contestó ella sin mirarlo.
—Oh, ¿de nuevo está en problemas mi primo?
—Claro que no.
—¿Puedo hacer algo para ayudar?
—No. Nada. Soy yo la que quisiera hacer más para ayudarte, pero es inútil si no quieres ser ayudado. —Nathaniel se abstuvo de hacer comentarios ante eso, y sólo la miró en silencio. Philomena dejó salir el aire con cierto dramatismo. —Intenté salvarte, sobrino. Me lavo las manos ante lo que suceda de aquí en adelante. Ya he adelantado bastante recogiendo todo mi equipaje, asumo que en dos días partiremos. —Nathaniel movió la cabeza en un lento asentimiento, y sin añadir nada más, Philomena salió de su despacho.
—¿Tan pronto llegó la nota de Patrick? —preguntó Nathaniel a Blake, que estaba a unos pasos del escritorio y había escuchado la conversación en silencio.
—Llegó una nota al mediodía —corroboró el mayordomo. —Pero no era de uno de los nuestros.
—Entonces, es probable que Patrick realmente enviara una nota a su madre para que lo fuera a librar de algún entuerto en Londres.
—Podría comprobarlo.
—No. No es necesario. Lo importante es que su estancia tampoco duró mucho esta vez —dijo algo divertido.
Siempre había hecho lo mismo. En cuanto tenía noticias de que su tía venía a visitarlo, o en cuanto llegaba, enviaba hombres a comprobar dónde y cómo estaba Patrick Bergman, vizconde de Wilford, que por lo general era perdido de borracho entre los brazos de dos o más prostitutas en algún burdel de Londres. Desde allí enviaba una nota o carta a la vizcondesa pidiéndole ayuda para que fuera a salvar a su hijo, y ésta siempre salía disparada a rescatarlo.
Quería mucho a su tía, pero odiaba lo entrometida que era, y en esta ocasión, le urgía que dejara la casa, la necesitaba toda para sí otra vez.
—Ahora que se vaya, revisa de nuevo al personal. Cuando encuentres al topo de mi tía, despídelo.
—Sí, señor. —Nathaniel respiró hondo y volvió a concentrarse en su trabajo.
Dos noches más, se dijo. Ya no faltaba mucho.
Y dos días después, la caravana de la vizcondesa por fin abandonó Avondale Hall.
Georgiana la vio subir a su carruaje desde la ventana de la biblioteca, y no pudo evitar sentirse aliviada. La mujer mayor echó una mirada desde su posición hacia Georgiana, y el impulso de ésta fue esconderse, pero se contuvo fuertemente.
No estaba haciendo nada malo. ¿Por qué se escondería?
Bueno. No le estaba haciendo daño a nadie, al menos.
“¿Qué pasará si en el futuro mi querido sobrino quiere casarse con una señorita de bien, de una familia respetable? Saber que antes hubo una amante en esta casa… complicará las cosas. ¿No crees?”
Esas palabras habían resonado en su mente desde que habían sido pronunciadas. Le hacían daño de varias maneras. Primero, la posibilidad de que Nathaniel conociera a alguna señorita respetable y quisiera casarse era latente, y sentía celos y envidia. Segundo, aun con celos y envidia, tenía que reconocer que formar una familia era lo que se esperaba, y lo mejor para él, y lo único que podía hacer era desear que fuera feliz, pero si esa dama se enteraba de la estancia de otra mujer aquí, y la historia de Nathaniel con ella, inevitablemente empañaría su felicidad.
—Ya se fue —dijo Nathaniel entrando a la sala. Los ojos de Georgiana brillaron al verlo, y una sonrisa involuntaria se dibujó en su rostro. Por su parte, él la estaba mirando con anhelo. Como si en su mente estuviera atravesando todo el espacio que los separaba para abrazarla, y besarla mucho.
—¿Tuviste algo que ver con su partida intempestiva?
—Juro que no —dijo él levantando la mano derecha. —Aunque esa fue mi intención. —Ella se echó a reír. Nathaniel se fue acercando lentamente. —Aunque aprecio mucho a mi tía, no puedo negar que su partida es un alivio.
—Todo volverá a la normalidad —susurró ella mirándolo a los ojos.
En el momento, entró un lacayo con una nota para Georgiana, lo que la extrañó.
Al ver que era de parte de su esposo, empezó a sentirse nerviosa, por lo que rompió el lacre con prisa.
—¿Pasa algo? —preguntó Nathaniel al verla pálida. Georgiana leyó rápidamente la misiva y luego notó que dentro de la carta había una tarjeta.
Los esposos Henderson habían sido invitados a un baile, y Douglas exigía que lo acompañara. Incluso decía que iría a buscarla en su carruaje a Avondale Hall.
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Editado: 22.11.2024