Georgiana miraba a Nathaniel de reojo, mientras éste miraba por la ventana del carruaje el blanco paisaje exterior. Habían estado en silencio largo rato, y Georgiana asumía que él seguía furioso.
—Lamento lo del señor Smith —dijo con voz queda, y Nathaniel se giró a mirarla. Tragó saliva y meneó la cabeza negando.
—Él estará bien. Fue a esa fiesta sabiendo lo que ocurriría, así que… seguro es algo que se esperaba. O que hizo a propósito. Desde el principio supo quién daba la fiesta.
—Oh. —Ambos guardaron silencio otro largo trecho, y al final, Nathaniel dejó salir el aire y le tomó la mano. Pero no se la apretó con suavidad como hubiese esperado, sino que empezó a quitarle el guante. Georgiana se sonrojó.
—Qué… ¿qué haces? —cuando la mano estuvo desnuda, él la examinó, lo que desconcertó un poco a Georgiana que había esperado que hiciera otra cosa.
—Ese malnacido te hizo un moretón.
—Ah —ella retiró la mano y se la sobó. Era verdad, la zona de la muñeca estaba enrojecida, y dolía un poco. —Estaré bien.
—No debiste venir a esta fiesta. Maldición, no debiste casarte con ese hijo de perra desde un principio. —Georgiana se sorprendió por su vocabulario. Por lo general, delante de ella, no se expresaba así.
Luego sonrió.
—Sí. Debí casarme contigo la primera vez que te vi. —Él la miró confundido. —Tenía doce en ese entonces, pero tú no lo recuerdas. Fue allí que me enamoré de ti, pero nunca le habrías prestado atención a una niña como yo cuando tú ya eras un hombrecito.
—¿Nos conocimos antes? —ella asintió, pero él tenía el ceño fruncido. —¿Cuándo fue eso? De verdad, no lo recuerdo. —Georgiana suspiró, y el resto del camino lo aprovechó para contarle esa vieja historia. Él, afortunadamente, parecía de mejor humor.
Un par de días después de la fiesta, una nota llegó a Avondale Hall para Celestine. Era Douglas Henderson pidiéndole que le enviara un informe acerca de la salud de Georgiana, pero ella supo qué era lo que en verdad quería saber.
Nerviosa, escondió el pedazo de papel entre sus ropas, e intentó seguir el día como si nada, pero entonces fue llamada al despacho de Nathaniel. Por supuesto, él se había enterado de que había recibido un mensaje.
Nathaniel la miró dándole tiempo para demostrar su lealtad, pero Celestine estaba teniendo dificultades para mantener la serenidad. Sabía que lo mejor para Georgiana sería que Nathaniel se hiciera cargo de todo, pero estaba la pequeña cuestión de que él no era su esposo, y en cualquier momento este idilio podía terminar y su señora estaría más desamparada que nunca.
—Entonces, ¿eres una espía de Henderson?
—¡No, señor! —exclamó Celestine asustada. Nathaniel la miró de manera significativa. —Tengo miedo por ella, señor. No tiene a nadie.
—Me tiene a mí.
—Usted no es su esposo —contestó de inmediato—. Tarde o temprano ella tendrá que volver a esa casa, y allí no podrá protegerla… Usted no sabe… Usted no se imagina todo lo que ha tenido que pasar. —Los ojos de Celestine se humedecieron y la voz se le quebró. Ella tragó saliva intentando dominar sus emociones, pero Nathaniel siguió impertérrito.
—¿Qué dice el mensaje, Celestine? —Ella cerró los ojos. Respiró hondo varias veces, y, resignándose, contestó.
—Él pregunta por la salud de la señora. —Nathaniel soltó una risita incrédula y miró a otro lado sintiéndose decepcionado. Al ver que no le creía, Celestine se adelantó unos pasos y dejó sobre el escritorio la nota que había recibido.
Nathaniel la tomó y leyó por sí mismo lo que contenía. Una simple pregunta: ¿Cómo está la salud de Georgiana?
Enarcó una ceja mirando a Celestine. Quizá había un mensaje subyacente en esa simple pregunta, y Celestine se encogió de hombros.
—Entiendo —murmuró. —Entonces, Henderson quiere saber si Georgiana está embarazada. —Celestine no le sostuvo la mirada, y guardó silencio. Nathaniel dejó salir el aire. —Dile que sí. —Eso sorprendió a Celestine. —Dile que sospechan que sí. Que deben esperar un tiempo. Convence a tu señora para que sostenga la mentira.
—Pero, señor…
—Si él cree que ella está esperando, no le hará daño, al menos, hasta que se compruebe la verdad. Sea que se quede aquí… o que vuelva a su casa, ella estará a salvo mientras exista la sospecha.
—Pero si llega a ser que no…
—No podrá acusarla por algo que no es su culpa.
—Usted no lo conoce.
—Yo estoy a cargo —dijo, lo que dejó en silencio a Celestine. Con eso, le estaba diciendo que él se haría responsable de lo que sucediera a consecuencia de aquella mentira. —Respóndele a Henderson pronto… debe estar nervioso. —Celestine asintió, y sin añadir nada más, salió del despacho.
Georgiana vio con nerviosismo cómo se acercaba el momento en que tendría que volver a la casa de su esposo. Una tarde nevada, en donde todo el paisaje se cubría de blanco, miró a través de la ventana pensando en si acaso debía poner de excusa el mal tiempo para quedarse una semana más. Llevó sus manos al vientre deseando con todas sus fuerzas, rogando con toda su fe, haber concebido.
—¿Te sientes bien? —preguntó la voz de Nathaniel desde la puerta. Ella se giró a mirarlo quitando sus manos y sonriendo un poco forzada.
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Editado: 05.11.2024