Solo en el comedor, Nathaniel masticaba su comida sin mucho entusiasmo. Como era de esperarse, Georgiana no había bajado a cenar, y el salón hoy se sentía más silencioso y frío que de costumbre.
Sólo habían sido tres meses con Georgiana en casa, y la estaba echando de menos aunque ella estaba en su habitación. ¿Cómo sería cuando se fuera?
¿Cuando se fuera?
¿Realmente iba a permitir eso?, pensó con ceño.
—La señora se está preparando para partir —informó Wilbur en voz baja. Nathaniel hizo un esfuerzo para tragar, y asintió.
—Asegúrate de decirle a todos los sirvientes que Georgiana Henderson no debe dejar la mansión en ninguna circunstancia.
—Así se hará, señor.
Nathaniel tomó la copa de vino y le dio un sorbo. A pesar del esfuerzo del cocinero, la comida hoy se sentía insípida y dura. Ni siquiera el vino de excelente calidad lo animaba, así que lo dejó de lado y respiró hondo. Georgiana debía entender que sólo estaba cuidando de ella, pensó. Aunque en respuesta ella lo odiara otro poco.
—No nos prestarán un carruaje —se quejó Jena a la mañana siguiente. Había vuelto de su misión de conseguir transporte bastante desanimada.
—Sabía que se opondría —murmuró Georgiana mirando sus baúles preguntándose cómo haría para salir de aquí llevando todo eso. Afuera nevaba, pero estaba determinada a salir de aquí cuanto antes. —Jena, parece que tendremos que fugarnos.
—Pero, señora…
—Ve al centro de la ciudad y busca un cochero para que nos venga a buscar esta noche, que se acerque lo más posible a la mansión, pero que permanezca fuera de la vista de la vigilancia. Todavía tengo algo de dinero; si no nos prestan un carruaje en Avondale Hall, tendremos que buscar uno afuera. —Jena asintió sabiendo que nada la persuadiría, pero miró hacia afuera y esperó que nada malo les pasara por el mal tiempo. —Llevaremos sólo lo necesario —siguió Georgiana. —Tendremos que resistir, no hay otra manera.
Sin añadir nada más, Jena se apresuró a salir de la mansión a cumplir con su tarea.
La ciudad estaba algo retirada de la mansión; aunque era una distancia perfectamente caminable en un día normal, en medio de una nevada era simplemente una misión bastante temeraria. Sin embargo, no tenía sino que recordar que su señora tenía en su poder un potente veneno para encontrar el impulso y seguir adelante.
Llegó hasta una posada y allí averiguó por los coches de alquiler. Eligió uno lo suficientemente grande para llevar a tres personas y su equipaje, y le dio parte del dinero y las instrucciones.
Desde la ventana de la habitación en la que se alojaba hacía unos días, Jacob vio a Jena volver a pie a la mansión desde un camino diferente al que se había ido, con una actitud que denotaba prisa, como si pretendiera colarse. Frunció el ceño preguntándose qué obligaba a la criada de Georgiana salir en medio de semejante clima.
Pero no tuvo que indagar mucho. La conversación que ella había escuchado ayer debió molestarla lo suficiente como para disgustarse con el señor de la casa; algo estaba tramando.
Esperó la llegada de la noche. Acostumbrado a no tener sirvientes, y a valerse por sí mismo, Jacob se vistió lentamente, y cuando la mansión estuvo bajo completo silencio y quietud, bajó al primer piso.
La mansión era enorme, y a esta hora, cualquier ruido se magnificaría por los pasillos. Todos los sirvientes debían estar durmiendo ya, y tal vez Nathaniel estuviera en su habitación, o en una sala bebiendo algún vino.
Con mucho cuidado, aunque no conocía demasiado bien los pasillos de Avondale Hall, supo ubicarse, se sentó en un sillón del pasillo y esperó.
Tal como había imaginado, tres mujeres pasaron por su lado cual ladronas escapando luego de su crimen, así que carraspeó.
Las tres se asustaron y contuvieron el grito cubriendo sus bocas, pero fue obvio que habían sido tomadas por sorpresas. Cuando Georgiana vio que era Jacob y no Nathaniel se tranquilizó.
—Señor Smith…
—Georgiana —saludó él impertérrito. Ella, al contrario, no podía disimular la sorpresa y la incomodidad de haber sido descubierta. Como siempre, ella era incapaz de ocultar sus emociones. —¿Puedo preguntar qué hacen por aquí a esta hora?
—Lo mismo podría preguntarle, señor. —Jacob elevó una ceja y miró de una en una. Ellas llevaban fundas de almohada rellenas con ropa y algunas cosas que se abultaban y deformaban un poco.
—Las estaba esperando —contestó, y Georgiana frunció el ceño.
—Por… ¿Por qué?
—Fue evidente que intentarías escapar —dijo. Georgiana apretó los dientes.
—No me lo vas a impedir, ¿verdad? No puedo seguir aquí. Tú sabes por qué.
—Entiendo tu deseo de abandonar este lugar.
—Bien. Fue un placer conocer…
—Pero no pensé que fueras tan insensata, eso es lo que me desconcierta. —Georgiana detuvo sus palabras y lo miró fijamente con ojos grandes que pasaban rápidamente de la sorpresa al enojo.
—¿Cómo me has dicho?
—Insensata. —Él lo repitió tan tranquilamente, que Georgiana no pudo evitar sentir una punzada en su pecho. —Que te pongas en peligro a ti misma ya es bastante malo, pero que además arrastres a tus sirvientas más cercanas a una muerte por congelamiento es ciertamente decepcionante. Pensé que eras el tipo de señora que cuida de los suyos, pero, como todas, antepones tu deseo a la integridad del otro.
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Editado: 22.11.2024