Ese maldito encanto tuyo

19

Segundos después de que saliera Georgiana de la sala, entró Wilbur y miró a Nathaniel como si esperara indicaciones. Nathaniel habló sin mirarlo.

—Dispón de un carruaje para que la señora salga de Avondale Hall.

—Sí, señor.

—Y envía a Frank para que las siga de manera discreta. Quiero que luego me informe de cómo fue su regreso a esa casa. —Wilbur dio una cabezada acatando y salió a cumplir sus tareas.

Georgiana volvió a su habitación otra vez con el corazón agitado. Qué difícil había sido esta conversación con Nathaniel. Qué duro le había sido fingir. No cabía duda de que lo que en verdad deseaba en el fondo de su alma era quedarse aquí, pero ya no podía.

Le informó a Jena y Celestine acerca del resultado de la conversación, y de inmediato terminaron de alistar su equipaje. Al ver el vestido que Nathaniel le había regalado pensó seriamente en dejarlo, pero al final le ganó el egoísmo y lo empacó. Era suyo, después de todo, y si lo dejaba sólo tendría dos destinos: acumularía polvo, o se lo pondría otra mujer, y no pensaba permitir eso último, y lo primero sería un desperdicio.

Una criada entró anunciándole que el carruaje ya estaba listo, y Georgiana dio la orden de que llevaran todo el equipaje. Cuando bajó dispuesta a irse, miró con pesar al personal, pero compuso una sonrisa y les agradeció todo lo que habían hecho por ella durante su estancia.

Vio que Jacob Smith bajaba las escaleras y no dudó en acercarse a él y sonreírle.

—¿Estás segura de lo que estás haciendo? —le preguntó él en voz baja. Georgiana apretó los labios.

—Sé que te he dado motivos para que dudes de mi cordura…

—Ciertamente. Vuelves a la cueva del lobo; todos estamos preocupados.

—Estaré bien.

—Cómo. ¿Te hiciste más fuerte para enfrentar a ese hombre durante este tiempo? ¿Ahora serás capaz de vencerlo? —Georgiana meneó la cabeza.

—Gracias, señor Smith. Por todo. —Jacob hizo una mueca.

—Puedes acudir a mí siempre que quieras. Si ya no confías en Nathaniel, yo no te he fallado. —Georgiana lo miró fijamente.

—Aprecio mucho tus palabras —le dijo, y sin añadir nada más, dio la media vuelta para salir.

Entonces vio a Nathaniel. Estaba justo en la puerta, no había manera de evadirlo. Caminó resuelta, pero sintiendo que su voluntad flaqueaba con cada paso. Pestañeó para evitar que se formaran lágrimas en sus ojos, pero no pudo evitarlo. Respiró hondo y se detuvo ante él.

Nathaniel no la tocó, al menos no con las manos. Recorrió con su mirada las líneas de su rostro, como si deseara grabársela en la retina, y aquello se sintió como una caricia.

—Cuídate por esta noche. —le pidió Nathaniel acercándose un poco más. —Continúa con la mentira del embarazo, evita a toda costa que te toque.

—¿Sólo por esta noche? —preguntó ella confundida. Nathaniel la miró a los ojos.

—Sí. Pero si te quieres quedar, todavía estás a tiempo, Georgiana. —Ella sonrió triste.

—¿Todavía crees que actúo por capricho?

—No. Tal vez por resentimiento, y te expones demasiado. —Georgiana esquivó su mirada y tragó saliva.

—Otra vez… Gracias por todo. —Inesperadamente, él tomó su brazo. Lo hizo con algo de fuerza, aunque no alcanzaba a hacerle daño, pero se estuvieron allí otro par de segundos mientras ella miraba esa mano retener su brazo y que le impedía avanzar.

Nathaniel tenía los ojos cerrados. Si tan sólo le llegara el aviso de que Henderson había sido capturado, él estaría más tranquilo, pero aquello tomaría unos días más. Podría tomar a Georgiana en sus brazos y llevarla en volandas al interior de la casa, encerrarla hasta entonces, pero ella ya lo estaba odiando mucho.

Sólo esta noche, se dijo. Metería prisa en la oficina del condestable para que Georgiana no tuviera que verlo más tiempo.

La soltó al fin y dio un paso atrás.

Georgiana entró por fin al carruaje, y sin dar una mirada atrás, éste inició su viaje.

—No puedo creer que la hayas dejado ir —murmuró Jacob tras él. Nathaniel lo miró de reojo.

—¿Querías que la retuviera, y la encerrara, como hace la bestia de su marido?

—No eres como él. Tú lo harías protegiéndola, él, por el contrario, le hace daño.

—Pero ella ya no diferencia entre la protección y el daño. Todo el que le mienta, le oculte cosas, o limite su libertad es el enemigo, y lo peor… yo no soy su marido, no tengo ningún derecho sobre ella.

—¿Y qué piensas hacer ahora?

—Hacerla viuda —dijo entre dientes. —O en el mejor de los casos, divorciarla. —Sin añadir nada más, Nathaniel entró a su casa.

En el carruaje, Georgiana lloraba. Trataba de hacerlo en silencio, pero todo el camino hacia la ciudad lloró y lloró. Jena y Celestine sólo tenían la mirada baja, y la dejaron llorar todo lo que quisiera.

Celestine se preguntaba si acaso no era capaz de perdonarle un simple desliz al señor Radcliffe, Jena iba aterrada de que lo primero que quisiera hacer al llegar a casa fuera beberse el veneno. En su mente, iba preparando un discurso que la hiciera cambiar de opinión.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.