Ese maldito encanto tuyo

20

—La señora Georgiana no está en casa de sus padres —dijo Frank mirando a Nathaniel un poco aprensivo. También él estaba cansado ya de sólo darle malas noticias a su señor. —Tampoco en la de sus hermanas. Hemos revisado todas sus residencias, incluso aposté hombres en las salidas. No se le ha visto cerca de ninguna.

Nathaniel apretó los dientes y resistió el impulso de romper algo. Ya hacía tres días que ella había desaparecido. Una madrugada, simplemente tomó un carruaje y se esfumó como si nada.

—¿Y en la casa Henderson?

—Ellos creen que ella está aquí. Espié a sus criados; siguen pensando que la señora permanece en Avondale Hall.

—Frank, es imposible que haya desaparecido. Tuvo que ir a algún lugar. Tal vez… Jena Goldberg tenga familia y hayan ido con ellos. O la misma Celestine. Está huyendo, aunque es una señora, se conformará con un lugar humilde siempre que allí tenga paz.

—Lo investigaré.

—¿Y nada acerca de Douglas Henderson? —Frank apretó los labios. Tampoco tenía buenas noticias con respecto a ese tema.

—Tiene un tío. Es un hombre rico. Georgiana me dijo una vez su nombre…

—Francis Holman —ayudó Wilbur, que escuchaba en silencio hasta ahora. Nathaniel le agradeció con una cabezada y miró a Frank significativamente. —Averigua dónde vive, y si es capaz de darle ayuda a su sobrino a pesar de su mala relación.

—Sí, señor.

—Frank…

—¿Señor?

—Por favor, tráeme aunque sea una buena noticia. —Frank asintió lentamente.

—Sí, señor.

Frank salió y Nathaniel se recostó en el sillón de su despacho dejando salir el aire. Estaba cansado, pues llevaba todas estas noches durmiendo mal, y durante el día no paraba de ir de aquí para allá buscando a Georgiana, y también a Douglas.

Detestaba que el malnacido se hubiese escapado, pero más odiaba no saber nada de Georgiana, si estaba bien, a salvo en este crudo invierno.

Francis Holman sentía picor en la pierna derecha. El frío hacía que el dolor se acentuara, y a pesar de la gruesa pijama, el fuego en la chimenea, y el licor que se bebía, sus huesos parecían no entrar en calor.

Ah, desde que había caído del caballo aquella vez, su cuerpo no había sido el mismo, y el hueso de su pierna, aunque según los médicos había soldado bien, dolía muy seguido por el frío, y le impedía hacer las actividades a las que había estado acostumbrado.

Había pensado tener una vejez tranquila, pudiendo beber los mejores vinos, comiendo los mejores manjares, pero todo se volvía insípido si ya no podía salir como antes, dar cátedra en la universidad como quería, viajar.

Estaba aquí recluido, preso en su propio hogar; sólo en verano, que las molestias de su pierna remitían, podía ser un poco libre. Pero el verano ahora mismo estaba muy lejos.

—Señor —dijo Reginald Blythe, su mayordomo, entrando a la calurosa sala. Todas las cortinas estaban corridas, y la chimenea encendida crepitaba con un fuerte fuego.

Era imposible entrar a esta sala sin sudar, pero era la manera en que el señor de la mansión encontraba alivio para su pierna en invierno.

—¿Pasa algo, Reginald?

—Tenemos… visitantes. —Francis Holman elevó sus cejas y miró a su viejo mayordomo interrogante. —Dice ser… Georgiana Henderson, la esposa de su sobrino, Douglas Henderson.

—Dice ser. ¿No estás seguro, Reginald?

—Señor, nunca la he visto. No puedo dar fe de que su identidad es auténtica. Vino con dos mujeres más; al parecer, sus criadas.

—¿Dos mujeres más? ¿Algún lacayo o caballero?

—No. Sólo ellas dos.

—¿Ni siquiera un cochero?

—El cochero, al parecer, recibió el pago y se fue.

—Es decir, vino en un coche de alquiler hasta aquí.

—Sí, señor.

—Debió ser un viaje costoso desde Bath. Debe ser algo urgente. Hazlas entrar.

—¿Está seguro, señor?

—¿Crees que tres mujeres son una amenaza para mí?

—Ya antes ha ocurrido que personas que parecen indefensas venían con malas intenciones, señor. Si me da la orden, las echaremos fuera.

—Echar fuera a tres mujeres solas en pleno invierno. No tienes corazón, Reginald. —El mayordomo bajó la cabeza apretando los labios, y Francis sonrió. —Tráelas aquí. No las habrás dejado afuera con este frío, ¿no?

—Están en el vestíbulo.

—Prepara bebidas calientes. No un simple té, sino algo que fortalezca sus espíritus. Debieron ser varios días de viaje en un coche barato en este invierno. Son mujeres valientes, o estúpidas. Ya lo veré.

—Haré como dice, señor.

Celestine estornudó. El frío parecía haber entrado en sus cuerpos a pesar de que durante el viaje habían estado apretujadas en el mismo asiento, compartiendo manta y su calor corporal. No había sido suficiente. El dinero no les había alcanzado para calentar el carruaje de manera adecuada en el último día de viaje, y ahora estaban padeciendo las consecuencias.




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