Georgiana sonrió entredormida cuando sintió el cálido cuerpo de Nathaniel a su espalda y sus traviesas manos debajo de su bata. Sin dudarlo, se giró a él y buscó su boca para besarlo.
Su cálido aliento, el aroma natural de su cuerpo, el sedoso cabello entre sus dedos. Oh, cómo había extrañado esto.
Pero él no está, recordó. Está lejos.
No importaba, pensó con un suspiro cuando sintió sus dedos tocarla íntimamente, haciéndole abrir sus muslos para que se acomodara entre ellos. Lo necesitaba tanto, que no importaba que estuviera lejos.
—Sí —susurró extasiada, y de repente, su propio gemido la despertó.
Y ahora estaba sola y vacía en una enorme cama, y la luz del sol se colaba tenuemente por su ventana.
Había sido un sueño, un sueño nacido de su propio deseo, de su terrible necesidad.
Escondió la cara en la almohada deseando llorar de frustración. ¿Qué tan mal debía estar para que su mente la traicionara así? Lo peor es que estaba segura de que si en verdad él hubiese aparecido así en su cama, ella habría olvidado todo entregándose de nuevo a él, dándole la bienvenida ampliamente, con ardor.
Se sentó y trató de calmar su pecho, su mente y su cuerpo. Se concentró en el aquí y el ahora; esta era la casa de Francis Holman, el tío de su esposo. Estaba aquí desde hacía pocos días solicitando su ayuda y la había obtenido. Nathaniel no estaba, y dudaba que pudiera volverlo a ver.
Nunca volvería a estar entre sus brazos, así como en ese sueño pervertido.
Salió de la cama y se preparó para el día. El invierno seguía arreciando con crudeza y a pesar de que el mayordomo le había insistido en que sólo descansara, ella prefería estar ocupada, por lo que le pedía que le diera tareas en las que ocuparse.
—Hice un buen trabajo en Avondale Hall, y Wilbur Blake se caracteriza por ser estricto, le prometo que no encontrará fallas en mi trabajo.
—Señora Henderson, usted es una invitada en la casa del señor Holman. Yo sería despedido si acaso le pongo trabajo a alguien de su familia.
—Pero te lo estoy pidiendo…
—Se lo ruego, no me ponga en este predicamento. —Georgiana tuvo que desistir. Era cierto que a un invitado no se le ponían tareas que hacer, pero ella no se consideraba una invitada, y realmente necesitaba algo que hacer o se volvería loca.
Ya que Reginald era inflexible en eso, se dejó llevar a una biblioteca donde encontró muchos libros que, según, le interesarían. También le mostraron una habitación con un caballete y pinturas, si acaso quería pintar. Las criadas le trajeron elementos para bordar y mesitas para pintar.
—Creo que no soy apta para llevar la vida de una aristócrata —se quejó Georgiana mirando el caballete con un lienzo dispuesto para ella. —Prefiero ser productiva.
Jena sólo sonrió meneando la cabeza.
—¡Señora Georgiana! —exclamó Reginald entrando un poco agitado a la sala en la que se encontraba. Georgiana lo miró extrañada; era impropio del mayordomo mostrarse así.
—¿Pasa algo, señor Blythe?
—Por favor, es urgente. Su marido, Douglas Henderson, acaba de llegar al territorio de Hawthorn Hall.
—¿Qué? —se sorprendió Georgiana dando un paso atrás, y de repente fue como si todas sus cicatrices en la espalda se abrieran y empezaran a sangrar.
—El señor me ha enviado para que la esconda. Usted y sus doncellas, por favor, quédense en la habitación hasta nuevo aviso.
—Pero… ¿Qué hace Douglas aquí?
—No lo sabemos. Le prometo que la mantendremos informada. Por el momento, por favor, ocúltese.
Georgiana, aturdida, no pudo si no llevarse ambas manos al pecho y sentir que le faltaba el aire. Afortunadamente, Celestine estaba cerca y recogió su chal y el libro que había dejado a un lado guiándola suavemente a la salida.
Douglas aquí.
¿Había venido solo? ¿O había traído a su amante?
¿Había descubierto que se escondía aquí?
¿La iba a llevar a rastras a su casa nuevamente?
El terror la fue invadiendo poco a poco, perdiendo el color y la fuerza. Celestine la metió en la habitación y la sentó en un mueble hablando, haciéndose preguntas, tranquilizándola a ella, pero Georgiana sólo podía pensar en que la llevarían de vuelta a esa horrible sala de los arneses, la obligarían a presenciar orgías, desnuda, hambrienta y con frío en un rincón, mientras un montón de hombres desnudos, borrachos, con la mente perdida por el opio u otras sustancias se amontonaban, se agitaban, y hacían toda clase de cosas frente a ella.
—¡Señora! —gritó Jena agitando sus hombros devolviéndola a la realidad. —Señora, ¿está bien?
—Jena, no dejes que me lleven —suplicó con voz temblorosa y los ojos desorbitados. —Por favor, te lo ruego. No dejes que me lleven de vuelta.
—No va a pasar. El señor Holman no lo permitirá. Está a salvo.
A salvo.
Era una frase tan extraña, y producía en ella tantas añoranzas. La última vez que se sintió así fue… en la casa de Nathaniel. Allí, había estado segura, Douglas nunca entraría. Pero Francis Holman era el tío de Douglas; seguro le daría entrada a su casa.
#71 en Otros
#9 en Novela histórica
#234 en Novela romántica
amorverdadero, regenciainglesa, traicion atraccion secretos miedo amor
Editado: 22.11.2024