Ya era bastante tarde cuando Douglas por fin se decidió a salir de su habitación. Sospechaba que en esta casa el único lugar donde encontraría dinero sería en el despacho privado del anciano, y hacia allí se dirigió.
Al bajar las escaleras se quitó las botas para evitar hacer ruido y sigilosamente se dirigió al lugar, pero cuando abría la puerta se detuvo al ver una luz. El viejo estaba dentro, al parecer.
¿Por qué? ¿No debería estar durmiendo?, se preguntó con molestia. Ahora tendría que esperar. Pero entonces escuchó a Reginald hablar.
—He hablado con la señora Georgiana. A pesar de su encierro, se mantiene tranquila y optimista.
—Qué bien —contestó el viejo, pero Douglas, con los ojos muy abiertos por la sorpresa, sintió que la sangre fluyendo por su cabeza lo ensordecía.
¿Georgina estaba aquí? ¿Por qué?
Ella estaba embarazada, y ese bebé sería el heredero que el anciano tanto había pedido. ¿Acaso esa perra pensaba robarle? Ahora que tenía al niño dentro de ella, ¿se confabulaba con el viejo y lo traicionaba?
Miró a través del pasillo preguntándose dónde estaría, en qué habitación la tenían escondida.
¿Desde cuándo había dejado la casa de Radcliffe? ¿Cómo había llegado hasta aquí? ¿Qué estaba planeando la maldita?
Ah, tenía demasiadas preguntas que hacer. ¿Debía entrar y reclamar? Georgiana era su esposa, y ese niño era su hijo; ellos no tenían ningún derecho a ocultarla de él…
Pero si la estaban ocultando, era porque ella ya había venido con cuentos, se detuvo, pues ya su mano se había extendido para abrir la puerta y hacer una gran entrada; les había ensuciado el oído quién sabe con qué porquerías, lo que significaba que el anciano jamás lo ayudaría.
Y Radcliffe, según el anciano, iba a venir. ¿Venía por Georgiana? ¿El anciano estaba unido a ellos en su deseo de robarle y destruirlo?
Sintió que le faltaba el aire. Se estaba dando cuenta de que estaba completamente solo aquí. Primero, la perra de su esposa lo había traicionado; en cuanto obtuvo el bebé, no volvió a casa como debía sino que vino aquí a dañar el oído del viejo con toda clase de cuentos.
Maldita, cuánto la odiaba. Hoy más que nunca.
—¿Deberíamos entonces reunir las treinta mil libras para pagarle a Nathaniel Radcliffe? —preguntó Reginald, y Douglas dejó de lado momentáneamente su indignación y volvió a prestar atención.
¿Le pagarían las treinta mil libras? ¿Y además se quedaría con Georgiana y el bebé? ¿Y acaso él qué? ¿Estaba pintado? ¿No era nadie? Tanto el dinero como la puta que llevaba a ese niño eran suyos. ¿Por qué tendría que cedérselos a Radcliffe?
—No creo que llegue a ser necesario —suspiró el anciano, y Douglas frunció profundamente el ceño preguntándose por qué. —Primero, tengo que comprobar cuál es su forma de pensar, qué opina de Georgiana, y qué planea hacer con Douglas si no obtiene el dinero.
—Es seguro que tiene por objetivo meterlo en la cárcel de deudores.
—O retarlo a duelo. En cuyo caso, es seguro que perderá. Si mis sospechas son ciertas y esos dos se enamoraron durante ese tiempo juntos, Radcliffe no está para nada interesado en el dinero, sino en deshacerse de Douglas.
—Señor… ¿Qué hará usted entonces?
Douglas acercó más la oreja a la puerta muy interesado en esa respuesta.
—Voy a liberar a esa muchacha para que haga con su vida lo que quiera. Si se quiere volver a casar, o si quiere quedarse sola por siempre… lo que sea que quiera. Lo más pacífico será conseguir un divorcio. No me importa cuánto deba invertir, la liberaré.
Los labios de Douglas temblaban, y el sudor corrió por su frente.
—Es una suerte entonces que ya se hayan hecho los cambios en su testamento.
—La verdadera fortuna está en que esta propiedad no esté ligada al apellido de la familia, y pueda ser heredado por una mujer. Si no, quiera o no, Douglas heredaría.
¿Qué?, quiso gritar Douglas con el corazón tan agitado que incluso su respiración se entrecortaba, como si viniera de correr.
¿El viejo pensaba dejarle todo a Georgiana? ¿No a él? ¿Pero qué clase de historias le había contado la arpía esa para poner al viejo decrépito de su parte? ¿Cómo se había torcido su suerte?
Y ese maldito anciano. Maldito, maldito. Lo maldecía con toda su alma… ¿Por qué le hacía esto? Esta herencia era su derecho, le pertenecía. No podía hacerle esto. Sobre todo, no luego de que por su culpa él fuera como era y a raíz de lo sucedido hace años todo en su vida cambiara.
Escuchó el bastón de su tío acercarse y corrió lejos de la puerta.
Sentía tanta ira, tal era el sentimiento de traición, que los ojos se le pusieron húmedos. El alma le rugía en busca de venganza, clamaban por ver sangre. La sangre de Georgiana.
En el pasado, siempre lo calmó verla llorar y sangrar. Era momento de aplicar en su queridísima esposa los castigos que la pondrían de nuevo en la senda.
Si iba a perderlo todo, se aseguraría de que ella tampoco obtuviera nada. Y si de paso conseguía que perdiera a esa criatura, o hasta la vida, se daría por bien servido. Nada menos calmaría su furia.
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Editado: 22.11.2024