Algo despertó a Georgiana.
Había sido otro día encerrada en su habitación junto a Celestine y Jena. A pesar de que habían procurado ocuparse en algo, empezaba a ponerse ansiosa. Otra vez habían enviado a una doncella a explicarles que no debían salir aún, pues el joven Douglas seguía en la mansión.
Era obvio que no saldría, valoraba mucho su vida ahora, pero no podía evitar sentirse acorralada, encerrada.
Por la poca actividad durante el día le había costado quedarse dormida. Dando vueltas en la cama recordó que hacía tiempo que ya no sufría de ese terrible insomnio. Sin embargo, esta noche se había tardado en dormirse, y además, cuando por fin pudo conciliarlo, este era ligero y lleno de sueños.
Tal vez fue un olor, un sonido, no supo; lo cierto es que estaba dormida y al siguiente todo su cuerpo estaba en alerta. De repente sintió algo extraño, se sentó en medio de la cama y observó alrededor. Jena y Celestine dormían en unos camastros al otro lado, la luna estaba totalmente oculta detrás de las nubes invernales, todo estaba silencioso, pero algo no se sentía bien.
Y entonces escuchó:
—¡Fuego!
Alguien gritaba a toda garganta, y entonces Georgiana escuchó el rugido. Sin pensar en la seguridad, corrió la cortina y miró afuera; una luz amarillenta y cambiante iluminaba la nieve al frente de la mansión, y no pudo evitarlo. Gritó.
—¡Jena! ¡Celestine! ¡Despierten! ¡Hay un incendio! —Las doncellas se despertaron con sobresalto, con sus ojos llenos de confusión y miedo.
Corrió a una de las cómodas y tomó todos los abrigos. Se los extendió a sus doncellas y se ocupó poniéndose sus botas. Afuera estaba helado, y no era inteligente huir de la muerte por fuego para ir a morir por congelamiento.
—¿Fuego? ¿Dónde?
—No lo sé exactamente… pero alguien ha gritado fuego, y se puede ver por la ventana… —Unas campanas se escucharon en el momento. Era el aviso de incendio, un llamado que alertaría a toda la comunidad, e incluso se escucharía en las lejanías.
—No deberíamos salir solas —dijo Jena asomada a la ventana comprobando lo que Georgiana acaba de decir, y ésta la miró confundida. —¿Y si salimos y afuera se encuentra el señor Douglas?
—Jena, no podemos arriesgarnos a quedarnos aquí y morir quemadas o ahogadas por el humo.
—Pero caer en manos de ese hombre será igualmente grave. —Georgiana miró a un lado y al otro. No encontró nada que pudiera usar como arma, sólo el atizador de la chimenea. Lo tomó sosteniéndolo como si fuese una espada muy pesada.
—Seremos tres contra uno —dijo con determinación.
Así hicieron, y en cuanto abrieron la puerta, el humo se coló por la parte alta de la puerta.
Tuvieron que encorvarse un poco y cubrirse la nariz, pero era difícil caminar y evitar respirar, por lo que empezaron a toser.
Georgiana las guiaba. No se encontraron sirvientes en el camino, pero tampoco a Douglas, lo que fue una suerte.
—No bajemos por las escaleras principales —sugirió Celestine. —Vamos por las de servicio. —Georgiana le hizo caso y se desviaron. No podían ver casi nada, todo el segundo piso estaba lleno de humo.
Llegaron al fin a las escaleras, estas estaban completamente invadidas de humo también, lo que les entorpeció la visión, y aún más, la respiración.
El terrible calor del fuego las golpeó al intentar bajar. Pues se encontraban de frente a las llamas. El paso estaba cerrado por aquí, lo que las obligó a volver a subir.
Georgiana abrió grandes los ojos al comprobar que el fuego venía desde la habitación de Francis Holman, que por el estado de su pierna, se hallaba en el primer piso, justo debajo de la suya.
En el momento, un grito angustioso se escuchó, alguien estaba sufriendo quemaduras, alguien estaba atrapado en el fuego.
—¡Señora! —gritó Jena.
—¡Tal vez sea el señor Holman!
—¡Si es él, nosotras no podremos hacer nada! ¡Sólo nos pondremos en peligro!
—¡Retrocedamos! —gritó Celestine, esta vez tomando la delantera, y levantando una mesita de madera a modo de arma. —Vamos, ¡el fuego está subiendo!
Le hicieron caso a tiempo, pues el fuego lamió las escaleras y subió pronto al segundo piso. Las tres volvieron a correr por donde habían venido, esta vez buscando las escaleras principales.
En medio del humo, Georgiana pudo ver una sombra que se aproximaba a ellas. No sabían si era amigo o enemigo, pero no estaban dispuestas a averiguarlo, por lo que, casi resbalando, se abalanzaron por las escaleras y llegaron por fin al primer piso.
Ya aquí no había casi espacio por dónde pasar. El camino a las cocinas estaba bloqueado por el fuego, y pronto tropezaron con sirvientes que llevaban y traían cubos de agua desde la entrada más alejada.
—¡Señora Henderson, apresúrese a salir! —gritó alguien, y Georgiana se giró a mirar quién era.
—¡Reginald! El señor Holman…
—¡Salga de la mansión! ¡Dean! —gritó mirando a un muchacho que traía un cubo de agua —¡Llévate a la señora fuera!
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Editado: 22.11.2024