Ese maldito encanto tuyo

25

El día parecía tan opaco como una nube de humo. Los alrededores de la mansión seguían atestados de gente que iba y venía sacando muebles chamuscados, lo que hacía que Douglas hubiese tenido que permanecer escondido mucho rato. El muchacho al que había amenazado para que le dijera dónde estaba Georgiana no le había traído comida a pesar de que se la había pedido, por lo que estaba famélico.

Ese imbécil, sólo cuando le recordó que él sabía perfectamente quién era y dónde estaba su madre fue que accedió a darle información, y resultó ser errónea, ella no había estado en el granero, sino en las caballerizas, y Radcliffe se le había adelantado llevándosela.

Por supuesto, esos dos estaban en el mismo barco. Ah, cuánto detestaba que el anciano se hubiese puesto a gritar fuego cuando éste aún no había subido al segundo piso. Unos minutos más y su querida esposa habría quedado atrapada también, pero todo le había salido mal.

Al menos, se consoló, se deshizo del anciano.

Había pretendido borrarlo del testamento. Pensaba dejarle todo a Georgiana. Luego, divorciarla de él, juntarla con Radcliffe… La lista de sus pecados era demasiado larga, no había podido perdonarlo.

Por eso, esa misma noche, entró sigilosamente a su habitación, y luego de asegurarse de que el mayordomo ya se había ido a sus propios aposentos a dormir, regó el aceite de la lámpara aquí y allá, y prendió fuego en un santiamén.

—Tú —fue el susurro del viejo, mientras todo alrededor se prendía en llamas.

El infierno desatado en la habitación donde una vez durmió con aquel malnacido que le hizo eso cuando era un muchacho, pensó Douglas admirando la terrible escena. Qué bonito final.

—¿Creías que todo quedaría así? ¿Pensaste que te iba a permitir hacer de mi vida un desastre? —Francis lo miró no con miedo, no con odio, sino con tristeza.

Era consciente de que moriría aquí, no tenía la fuerza para escapar, y mucho menos, luchar contra él.

Las llamas empezaron a tomar fuerza, y Douglas quería darle un golpe para no tener que ver esa mirada de lástima, pero ya se estaba haciendo peligroso quedarse allí.

Y fue cuando el viejo empezó a gritar alertando a todos.

No importaba. Se había vengado.

Y también había interrumpido el proceso para que el nuevo testamento se hiciera válido, o eso esperaba. Si tenía suerte, ya Georgiana no heredaría nada, y si la mataba, tampoco podría irse junto a su amante como quería.

Un campesino se acercó demasiado al granero y éste lo empujó dentro golpeándolo fuertemente. Le sacó la ropa y se la puso. No podía seguir usando ropas de señor ya que llamaba demasiado la atención, y poniéndose el sombrero del hombre, salió como si nada, mezclándose entre la gente, tomando incluso un plato de comida y un caballo, yendo en la misma dirección que el carruaje.

Sólo necesitaría hacer un par de preguntas inocentes y tendría su ubicación.

Georgiana fue atendida en la posada y lo primero que hizo fue pedir un baño. Mientras lo preparaban, Nathaniel la atrajo a un lado para hablar a solas con ella. Tenían tanto que decirse, y tan poco tiempo, que él decidió ser conciso.

—No salgas de aquí —le pidió mirándola a los ojos. —Dejaré un par de hombres custodiándote; el resto los llevaré conmigo a la mansión. Hay mucho que hacer allá.

—Entiendo.

—Volveré tan pronto como pueda.

—Hazlo. Tú también necesitas descansar. —Él la miró fijamente, conteniendo ese fuerte impulso de inclinarse y besarla, pero entendía que había muchas cosas que aclarar antes.

Tomó la mano de ella, tan pequeña y delicada dentro de la suya, y la apretó suavemente.

Se miraron a los ojos, y él sólo apretó los labios conteniéndose.

—Ya me voy —dijo soltándola al fin. Ella asintió y dio un paso atrás.

Sin vacilar más, Nathaniel dio la media vuelta y se alejó.

Georgiana lo vio desde la ventana subir al carruaje y suspiró. Se había sentido aterrada cuando estaba en medio del humo tratando de salir, con miedo a que Douglas la encontrara y le diera caza. Con la muerte de Francis Holman se había ido la última persona que podía ayudarla. Pero todos esos sentimientos de soledad y desamparo parecían desvanecerse con la presencia de Nathaniel.

—El baño está listo, señora —dijo una mujer que trabajaba en la posada, y Georgiana se acercó a la bañera disponiéndose a sumergirse en ella.

¿Qué iba a hacer ahora? ¿A dónde iría?

Le daba esperanza pensar en que Nathaniel no había cambiado con ella a pesar de lo duras que habían sido sus palabras al irse de su casa. Quizá la había perdonado por abandonarlo cuando él le pidió tantas veces que no se fuera.

¿Indicaba esto que estaba dispuesto a recibirla nuevamente?

¿Sería capaz de vivir en adulterio con Nathaniel mientras resolvía lo de Douglas?

Y si era verdad que Douglas había iniciado el incendio, ¿podrían acusarlo y llevarlo preso? ¿Accedería él entonces a darle el divorcio?

Nadie la acusaría por querer separarse de un homicida, porque, ya que el incendio tuvo una víctima mortal tan importante, no lograría evadir a la justicia.




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