Jena abrió los ojos sintiendo que la sacudían repetidamente, y su primer pensamiento fue hacia su señora. Espantada, gritó su nombre, pero una muchacha le dijo lo que ya se temía; se la habían llevado, y al parecer, nadie había podido hacer nada.
—Tengo que ir… Tengo que ayudarla.
—Ya le avisamos al señor Radcliffe. Él se encargará. Y seguro también llevará a la policía…
—No me entienden… ella está en peligro. Por favor. Necesito ir a la mansión.
—¿A la mansión? —preguntó la mujer.
Sintiendo un fuerte dolor de cabeza, Jena logró ponerse en pie.
—Alguien que me lleve a la mansión. Por favor.
Las mujeres la miraron dándose cuenta de que ella no desistiría hasta que alguien la llevara. La una le dio a la otra una orden para ir por un carruaje, y Jena buscó dónde sentarse mientras se sobaba los golpes de la cabeza.
Al pensar en Celestine, su corazón se sintió oprimido y triste, pero ahora mismo, tenía que evitar una tragedia mayor.
Georgiana levantó la cabeza cuando al fin el caballo se detuvo. Frente a ella se erguía una cabaña rústica y pequeña. Parecía ser una cabaña de leñador en desuso. Había nieve amontonada en su tejado y alrededor, y el viento helado la azotaba sin piedad.
Sin ningún miramiento, Douglas la hizo bajar del caballo. Al llevar tanto tiempo en una posición incómoda, Georgiana no pudo estabilizar su peso y cayó sobre la nieve; exasperado, Douglas la tomó con rudeza y la hizo levantarse. Un quejido salió de su garganta, pero se contuvo. Ya sabía que él disfrutaba mucho de sus lamentos, y no pensaba darle el placer de escucharla otra vez.
—¡Levántate! —ordenó Douglas, empujándola hacia la cabaña.
Georgiana obedeció, moviéndose con cautela sobre el suelo helado. Miró a su alrededor con rapidez, buscando una oportunidad de escape. La cabaña parecía desolada, sin señales de vida alrededor, lo que aumentó su sensación de desesperación.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—Eso no te importa.
—¿Por qué me has traído aquí? —preguntó, tratando de mantener la calma mientras su mente trabajaba a toda velocidad. Douglas le lanzó una sonrisa fría y desagradable.
—Pronto lo descubrirás, querida esposa. Ahora, entra.
Empujándola por la puerta entreabierta de la cabaña, Douglas la condujo a través de una habitación oscura y lúgubre. El interior estaba totalmente a oscuras, pues las ventanas de madera estaban cerradas. Georgiana se encontró frente a un rudimentario lecho de paja y un par de sillas desvencijadas. El aire era frío y húmedo, y un olor a humedad y madera podrida se filtraba por todas partes.
—No intentes escapar —advirtió Douglas, cerrando la puerta tras ellos con un golpe seco.
—Hay una cabaña de leñador en esa ruta —le informó Dean a Nathaniel. Parecía nervioso, pero tal vez se debía al frío y todo lo que había tenido que trabajar ayudando a apagar el incendio.
—¿Está muy lejos? —Dean meneó la cabeza.
—No mucho. Sería el lugar ideal si quiere retener a una persona.
Retenerla, pensó Nathaniel. Dudaba que sólo quisiera tenerla encerrada; él no quería un rescate, él quería hacerle daño, vengarse por lo que seguramente creía había sido un acto de traición contra él.
Al pensar en eso se desesperaba aún más. Necesitaba encontrarla rápido.
En la cabaña, Douglas tomó las manos de Georgiana y las ató a su espalda con una cuerda vieja que encontró enrollada en uno de los rincones. Ella observaba con detenimiento cada gesto suyo, tratando de discernir sus intenciones a través de su expresión tensa y su semblante dolorido. Él seguía con esa mueca en el rostro quemado que indicaba que estaba soportando mucho dolor. Lo miró de reojo preguntándose si acaso podía hablar con él, averiguar su propósito al traerla aquí, sus motivos.
El ambiente era opresivo, lleno de un silencio tenso solo interrumpido por el crujir de la madera vieja bajo sus pies y el susurro del viento frío que se colaba por las grietas.
—Estarás contenta, ¿no? —preguntó él con tono de burla, alejándose unos pasos y mirando alrededor. —Todo esto lo has provocado tú.
—¿Yo?
—¿Creías que te saldrías con la tuya? ¿Creías que te permitiría quedarte con lo que es mío? —Ella lo miró confundida, sin idea de a qué se refería.
Pensó que finalmente se había vuelto loco, y guardó silencio.
Tenía sed. Estaba cansada. Le dolía el cuerpo. Pero entre sus pechos seguía sintiendo la pequeña botella de veneno, que, a pesar de los botes que había dado en el caballo, no se había caído.
Pero tenía las manos atadas, no podía hacer nada.
Se movió lentamente y notó que las cuerdas estaban igual de podridas que la madera de esta cabaña.
Ahora tenía que hacerlo hablar, para tener tiempo de liberarse y escapar.
Tomaría el caballo y volvería a la mansión, o a la posada. O, tal vez, se encontrara a Nathaniel en el camino.
De alguna manera, estaba totalmente segura de que él vendría a buscarla. Podía dudar de todo en este mundo, menos de eso.
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Editado: 22.11.2024