Ese maldito encanto tuyo

27

—Celestine no lo consiguió —le informó Jena a Georgiana, que se sentó en el borde de su cama totalmente desalentada. —Ese monstruo… nos arrebató a Celestine.

—Tendremos que avisar a su familia. Es una lástima que no puedan verla antes de darle sepultura. Dios, era tan joven…

—Ese monstruo…

—Lo maté —dijo Georgiana con voz queda y los ojos llenos de lágrimas. —Yo misma lo maté. Jena… no volverá a hacernos daño. —Jena se acercó más a ella y la abrazó. —Ambas se consolaron por la pérdida, al tiempo que trataban de asimilar que el monstruo que las persiguió por años ya no estaba, que eran libres.

Despacio, Georgiana le describió todo el infierno que había sufrido en el corto tiempo que estuvo a su merced, la manera como había luchado contra él, y el uso que le había dado al veneno.

Ahora le parecía que todo eso lo había vivido alguien más. Era demasiado horroroso para ser real.

—¿Y ahora… qué vamos a hacer? ¿A dónde vamos a ir?

—Pues, no sé. Resulta que he enviudado… y se siente extraño. Tal vez… deba volver a casa de mi padre.

—Sí… O tal vez deba reclamar la casa de su esposo.

—No quiero volver ahí… mucho menos vivir. Odio ese lugar, odio cada rincón de esa casa.

—Pues entonces, véndala. Eso es suyo, le pertenece. ¿O se lo va a dejar al maldito de Austin Miller? —Georgiana agitó su cabeza sintiéndose sin fuerza para tomar decisiones importantes ahora. Una doncella llamó a la puerta y entró con comida para ella, mientras le informaba que su baño estaba siendo preparado.

Mientras tanto, Nathaniel se encargaba de la policía y ayudaba a Reginald en la mansión. La policía estableció que Douglas Henderson, furioso por haber sido eliminado del testamento, incendió la mansión asesinando así a su tío y a su esposa; cuando vio que ella había escapado del fuego, la secuestró e intentó matarla, pero ella logró escapar dándole un severo golpe en la cabeza, y luego la policía misma había disparado.

Sin embargo, el disparo en el hombro no era mortal, por lo que se requería del testimonio de Georgiana. Nathaniel logró convencerlos para interrogarla al día siguiente. Ella había pasado por demasiado hoy.

Cuando regresó a la posada ya era tarde en la noche. Estaba exhausto, pero llamó a la puerta de Georgiana para preguntar cómo estaba.

—Ella se durmió muy temprano —le informó Jena. Con la tentación de entrar para verlo por sí mismo, estiró un poco el cuello, pero dentro estaba oscuro.

—La veré mañana, entonces. La policía vendrá a primera hora, tienen muchas preguntas que hacer…

—¿Nathe? —llamó Georgiana desde adentro, y Nathaniel no necesitó más invitación. En un suspiro estuvo a su lado, le tomó las manos y la examinó. Jena encendió una lámpara y se quedó allí firme. Si bien le constaba que Nathaniel nunca le haría daño a Georgiana, había algo tan malo como los golpes y eran las habladurías.

—¿Tomaste tus medicinas? —le preguntó él tocando con cuidado el moretón que se le había formado cerca de un ojo. Georgiana asintió. —¿Necesitas algo? ¿Puedo hacer otra cosa por ti?

—Ya has hecho mucho por mí, Nathaniel. —Él guardó silencio por un momento, apretó los labios y dejó salir el aire.

Ella estaba en bata, cubierta hasta el pecho por la manta, con el cabello trenzado y el rostro lastimado por los golpes que había recibido, y aun así, le seguía pareciendo hermosa.

Quería abrazarla. Quería dormir a su lado.

Carraspeó y miró a otro lado.

—Quiero que me cuentes qué pasó con Douglas en esa cabaña, Georgiana. La policía te hará preguntas, y no suelen tener piedad. Quiero que estés preparada. Dime si necesitas que te defiendan.

—Probablemente sí… Yo… lo envenené. —Sintió el apretón de la mano de Nathaniel, pero él guardó silencio, lo que la animó a seguir—. Era un veneno que tenía desde hacía mucho tiempo… pensaba usarlo en mí.

—¿En ti? ¿Por qué?

—Porque estaba harta de vivir así. Porque las atrocidades que tenía que enfrentar a diario eran tan horribles que pensé que la muerte era mejor. Pero la noche de la fiesta… la noche en que pensaba beberlo e irme en paz… tú me llevaste a tu casa.

Él entreabrió los labios sorprendido. Jamás habría imaginado que ella tuviera tales planes.

Sin querer, se daba cuenta ahora, había salvado su vida de una muerte segura en muchos niveles.

—Desde entonces lo tuve como un seguro —siguió ella—, pues tenía la certeza de que tarde o temprano volvería a ese infierno. Esta mañana… —Georgiana empezó a detallarle cómo habían traído por error el veneno a la posada y cómo se le había ocurrido a última hora, mientras Douglas apuntaba con un cuchillo a Jena, llevarlo consigo. Le describió lo sucedido en la cabaña y Nathaniel hacía preguntas muy específicas, sin embargo, a pesar de que ella era explícita, él parecía no tranquilizarse del todo.

—No podemos alegar que le diste el veneno en defensa propia, aunque ese haya sido el caso —dijo luego de un rato en silencio, cuando ella finalizó su relato. —A pesar de que él ya había demostrado ser mortífero, y tenías toda la razón para actuar en consecuencia, una mujer usando un veneno contra su marido es algo demasiado frío y no concuerda con el calor del momento, o eso dirán de ti.




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