Ese maldito encanto tuyo

29

Nathaniel escuchó a Jacob hablar de los planes de Georgiana con una sonrisa velada en el rostro, a la vez que movía suavemente su vaso de whiskey.

Estaban en El salón de los ases, pero ninguno de los dos jugaba, sólo conversaban y bebían. Ya sabía lo que ella planeaba hacer, pues se lo había compartido en Hawthorn Hall, pero ver que se había puesto en marcha le hacía sentir orgulloso, a la vez que un poco aprensivo.

—Ella debe quedar al margen de todo —dijo con voz grave, y Jacob sonrió.

—Claro que sí. Eso está más que claro. Está contando con tu ayuda, pero no sé cómo podrás hacerlo sin verte involucrado también. —Nathaniel lo miró elevando una ceja. —Al igual que tú, ella se preocupa por ti, tu reputación y tu buen nombre. Hombre, me tirará de las orejas si acaso esto te llega a salpicar.

—Es interesante lo que tu mujer planea —dijo Sebastien llegando a la mesa de los dos hombres, sentándose de cualquier manera en el asiento y mirando a Nathaniel. Como siempre, había ignorado un poco a Jacob. —Escándalo, chisme, confusión. La caída de los grandes. Amo el alboroto, y ella me va a proporcionar mucho.

—El diablo disfrutando durante la peste —masculló Nathaniel. Sebastien sólo sonrió.

—Entre los futuros afectados hay un par cuyos negocios quedarán sin dirección —añadió Jacob, con la mente siempre en las finanzas—. Thomas Levine, Rudolph Gamble, y otro par más igual de ricos. Dirigen negocios de importación de bienes de lujo como vinos, textiles finos y especias. Si estos magnates caen, nosotros tendremos la oportunidad de tomar el control de sus rutas comerciales y contratos.

—Interesante —dijo Sebastien bostezando.

—Los precios de sus propiedades también caerán —añadió Nathaniel con una sonrisa oscura. —Podríamos adquirir un par de hectáreas de tierra cultivable.

—¿Sólo un par?

—Y sé que uno de ellos posee un club exclusivo. Invirtiendo sólo un poco, tú podrías ofrecer un nuevo ambiente para los miembros ya existentes, y atraer nuevos. Es eso lo que te interesa, ¿no? —Ahora Sebastien no lucía displicente, sino muy interesado.

Se enderezó en su asiento mirando a Nathaniel con avidez.

—Háblame más de esos clubes.

—No sólo clubes —añadió Nathaniel. —Tabernas, posadas… son dueños de muchos de esos lugares. Douglas, ese hijo de perra, tenía amigos muy influyentes. Por eso su caída será estrepitosa.

Sebastien se echó a reír, y a Jacob le pareció que se parecía mucho a una serpiente. Sólo cuando le mencionaron los bienes que podían caer en sus manos mostró en verdad interés, no sólo por el amor al sufrimiento ajeno.

—Ya veo por dónde vas —sonrió Sebastien mirando a Jacob—. Ya que no eres nadie, aprovecharás la caída de estos grandes para obtener mayor poder e influencia. Serías tan poderoso como un noble. Eres perverso.

—Los perversos fueron ellos que se regodearon en el sufrimiento de un inocente —dijo Jacob sin molestarse siquiera un poco por las palabras de Sebastien, como si las admitiera, o no le importara. —Estoy totalmente seguro de que… nuestra amiga, no fue la única que padeció en esas fiestas. Sólo habrá que encontrar más testigos que, en vez de perder, ganen mucho dando su testimonio.

Los tres hombres siguieron hablando, y ahora que Sebastien encontraba más ganancia si se involucraba, empezó a dar ideas y nombres de personas que les ayudarían.

Al salir de El salón de los ases, ya habían avanzado lo suficiente como para dar el primer paso, y hacía sólo una semana que Georgiana había vuelto de Cambridge.

Nathaniel suspiró al pensar en ella. Llevaba muchos días sin verla, y aunque a veces pasaba por la casa Henderson, las cortinas siempre estaban corridas como correspondía a una casa en luto.

Aunque fuera de lejos, quería verla, pero según el protocolo, ella debía estar encerrada y en la penumbra.

—No quiero tener que repetirte que tú deberás mantenerte al margen de todo —dijo Jacob llegando a su lado. Nathaniel sonrió.

—Por un tiempo, no podré involucrarme aunque quiera.

—¿Por qué?

—Viajaré en un par de días. —Cuando Jacob lo miró interrogante, Nathaniel suspiró. —Mientras estuve en Cambridge llegó una nueva carta. Me dan una ubicación y quieren que vaya allí. Quien envía la carta asegura que encontraré a mi hermana en ese lugar.

Jacob frunció el ceño.

—Radcliffe, me apena señalar lo obvio, pero eso puede ser una trampa.

—Ya lo sé —dijo sin emoción. —No iré solo, por supuesto, y tomaré todas las precauciones.

—Tú… no pareces tener muchas esperanzas.

—Ah. ¿Sabes cuántas falsas alarmas he recibido en los últimos años? ¿Sabes cuántas jóvenes mujeres he entrevistado creyendo que podrían ser Adeline? —Jacob guardó silencio pensando en que, ciertamente, la esperanza era dura de mantener. —Voy sólo porque es mi deber, aunque, te confieso… esta vez siento que hay algo diferente.

—¿Como qué?

—La ubicación que me dieron está en Francia. Si aquel vicecapitán fue arrastrado por las olas hasta las costas francesas… tal vez mi hermana también.




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