—Bienvenido, Eduardo —saludó el rey con cercanía al recién llegado—. Permíteme presentarte a la señorita Emma Kinstong, la prometida de Alexei —añadió.
Él saludó con una inclinación de la cabeza a Emma y esta le devolvió el saludo, aún anonadada por la sorpresa de verle allí. Si Emma no lo había reconocido por su rostro, lo hizo por su voz, cuando este volvió a hablar al tiempo que tomaba asiento junto al Gran Duque.
—De hecho, nos conocimos en el baile —dijo lord White mirando primeramente a la dama y luego al rey—. La señorita tuvo el placer de honrarme con algunos bailes y su amable conversación.
Emma, cuya cabeza estaba un poco inclinada hacia abajo ocultando sus mejillas sonrosadas, por la vergüenza de tener que encontrarse con aquel caballero, que tanto había llamado su atención, en esa situación, solo pudo asentir cuando el soberano le preguntó si aquello era cierto.
El tema quedó zanjado muy pronto, cuando la señora Nicols anunció que la cena estaba lista y los criados comenzaron a entrar con los platos de la cena. Durante la misma, Emma sólo levantó la cabeza cuando fue necesario, intentando esquivar la mirada de lord White, y casi no habló tampoco, aunque, no es que tuviera mucho tema de conversación.
—¿En qué trabaja su padre, señorita Kinstong? —interrogó él rey al fin incluyéndola en la conversación.
—Es comerciante, Majestad —contestó Emma levantando la cabeza para poder dirigir sus ojos al monarca—, tiene varios barcos y recientemente a adquirido algunas tierras.
—¿Y nunca lo han asaltado los corsarios? —interrogó nuevamente el rey.
—Gracias a Dios, hasta ahora no, Majestad —añadió ella y al no surgir ninguna interrogante más, Emma volvió a sumirse en el silencio mientras terminaba su cena.
Una vez terminaron, todos se dirigieron hacia el salón en el que había sido recibida Emma esa misma mañana. Los hombres comenzaron a hablar de temas que si bien, a Emma le hubiera gustado intervenir en algún momento, decidió que no era conveniente, y cansada de estar allí como una estatua, le pidió a Edwina que trajera el libro de “Cumbres Borrascosas”, que le había enviado Giselle y decidió apartarse de la palabrería de los caballeros para leer tranquilamente su libro.
No pudo introducirse mucho en la lectura, pues pronto a su lado se sentó lord White, quien había estado observando sus delicados gestos durante toda la cena.
—¿Está leyendo “Don Quijote”? —inquirió el recién llegado con mucha familiaridad.
—No, esta vez estoy leyendo “Cumbres Borrascosas” —contestó Emma con una sonrisa boba, mientras le enseñaba la portada.
Lord White se interesó por saber de qué se trataba el libro, puesto que no había leído tal libro antes, ni siquiera había oído hablar de él. Emma con un gran placer decidió resumirle lo que sabía sobre el libro, y el caballero la escuchó hablar mientras se perdía en el dulce tono de su voz.
Cuando la dama terminó de hablar sobre el libro, se hizo un incómodo silencio que enseguida ella misma llenó.
—Fue una gran sorpresa verle aquí.
—Para mí también ha sido una sorpresa, en especial, me asombra que sea la prometida de mi primo —respondió él dejando asombrada a Emma al referirse al príncipe como su pariente.
—¿Es usted primo del príncipe? —preguntó expresando toda su sorpresa.
—Así es, pero no me gusta ir por ahí presumiendo mi parentesco con la realeza, quiero que las personas me quieran por quien soy —explicó lord White y Emma sintió admiración ante sus palabras, un hombre que no se vanagloriaba de su riqueza, ni posición era de un atractivo indudable.
Continuaron hablando por un rato más mientras en la distancia el príncipe lo miraba con curiosidad, por la cercanía de su primo.
Un rato después el rey le pidió a lord White que se acercara a él para hablar algunos temas de negocios. Emma decidió que ya era hora de marcharse y pidió permiso al rey para ello, a lo que este accedió. El príncipe se ofreció a escoltarla hacia su habitación, lo que asombró a la dama, pero no se opuso al ofrecimiento y se enganchó al brazo del caballero.
El príncipe, por cortesía, le preguntó a Emma si estaba cómoda en su nueva habitación, a lo que esta contestó afirmativamente. El siguiente comentario del príncipe fue muy sorpresivo para Emma.
—Espero que no se acostumbre a la habitación, pues pretendo encontrar a la verdadera dueña del zapato y de mi corazón.
El asombro de la dama fue mayúscula, no había querido recordar el comportamiento de aquel hombre la noche del baile, imaginando que se había comportado así en un momento de desesperación, pero al ver su manera de actuar se daba cuenta que en realidad no era para nada un caballero. Rápidamente se zafó de su brazo horrorizada, pero intentó disimularlo, pues seguido de ellos venían Edwina y la señora Nicols.
—Lo siento si soy muy directo, pero no encuentro otra forma de decirlo —añadió el príncipe al ver la expresión de Emma.
—Alteza, no se preocupe, no quiero acostumbrarme al palacio y le deseo éxitos en su búsqueda, puesto que yo también lo encuentro conveniente —contestó Emma con la mayor sinceridad y con un tono que intentaba ser calmado.
—¿Tiene a alguien en su corazón? —interrogó el príncipe con curiosidad.
—Prefiero guardarme mis sentimientos, su Alteza, de todas formas, no puedo confirmar nada hasta que este matrimonio haya sido cancelado —contestó Emma sin afirmarlo, pero para el príncipe Alexei fue suficiente y se sintió un poco enojado, había sido herido en su ego, pues por primera vez una mujer no se interesaba en él.
Continuaron caminando hasta la habitación de Emma, donde la pareja se despidió con la mayor cortesía. Una vez la dama se deshizo de su vestido y sus joyas, se acostó en la cómoda y mullida cama, donde leyó su libro y de tanto en tanto pensó en las palabras del príncipe hasta que se quedó dormida.
Al día siguiente entraron a su habitación muy temprano Edwina y la señora Nicols para despertar a Emma, quien soltó un pequeño gruñido cuando Edwina descorrió las cortinas dejando entrar la luz del sol mañanero, apenas eran las 7 de la mañana y para ella eso era demasiado temprano.