—Muchas gracias por los vestidos, señorita Kinstong, las chicas le están muy agradecidas —agradeció Edwina mientras vestía la cama de Emma con nuevas sábanas.
—De nada, fue un placer —contestó la señorita Kinstong.
Hacía unos días atrás, cuando el príncipe había ordenado que se le hicieran nuevos vestidos a Emma, ella había separado algunos vestidos para su doncella y algunas otras criadas jóvenes, y los otros se los había enviado a su hermana. La menor de las Kinstong se le había ocurrido aquello después de ver como Edwina miraba los vestidos al guardarlos, a ella le había parecido que su hermana tenía bastantes vestidos para molestarse por unos cuantos que no le enviara.
—Señorita Kinstong, el príncipe la espera en su salón personal —informó la señora Nicols entrando en la habitación e interrumpiendo la platica que Emma sostenía con Edwina.
Seguidamente la señorita Kinstong acompañó al ama de llaves hasta su salón privado, y al entrar allí se encontró al príncipe, quien parecía cabizbajo. El príncipe Alexei le pidió a la señora Nicols de manera vehemente que los dejara solos, y, aunque esta se negó varias veces, cedió ante tanta insistencia.
Cuando quedaron a solas, Emma se acercó a Alexei y preguntó con preocupación:
—¿Sucede algo?
—Lo siento, no pude encontrar a la verdadera dueña de la zapatilla, he buscado por todo Londres, pero no la he hallado, creo que no desea ser encontrada —respondió él, mirándola desde su posición con el dolor y el rechazo reflejado en su mirada.
Emma cayó a su lado mientras procesaba tal noticia y medía las consecuencias que traería aquello a sus vidas.
—Eso significa que debemos seguir adelante con la boda —dijo Emma finalmente.
Había mantenido una pequeña esperanza de que encontrarán a la verdadera mujer que tenía el corazón del príncipe, pero poco a poco había ido asumiendo que su destino sería casarse con él. No obstante, tener la certeza de que terminaría casada con alguien que no amaba era un poco asfixiante y desolador.
—Lamento no haberla librado de este matrimonio —se disculpó el príncipe Alexei con una gran amargura y tristeza.
—No se preocupe, creo que lo mejor será rendirnos al destino y seguir adelante con lo que nos corresponde —respondió Emma acercándose un poco más al príncipe.
Alexei no respondió a sus palabras, sino que su mirada se mantuvo en el suelo. De repente sus hombros comenzaron a temblar y Emma asustada hizo que alzara la cabeza, sus ojos estaban llenos de lágrimas, tenía una expresión desgarradora.
Emma lo abrazó a ella al verlo vulnerable por primera vez, era una actitud poco decorosa, no obstante, eso ya no importaba, después de todo, prácticamente estaba casada con el príncipe.
—Es muy difícil saber que todos me quieren por mi título, cuando al fin encuentro a alguien que me quiere por quien soy, ella desaparece—dijo Alexei.
—Prometo que si algún día llego a amarlo no será por su posición —prometió Emma al príncipe, pero más que para él lo hizo para ella misma.
Allí se quedaron abrazados (pues se encontraron sumamente cómodos), hasta que la señora Nicols tocó la puerta para entrar en el salón, pues la señorita Kinstong tenía clases. Emma se marchó de la estancia sintiéndose diferente de como había entrado, ya no era una simple invitada en ese castillo, ahora era la prometida del príncipe y estaba decidida a hacer su mayor esfuerzo para ser feliz dentro de aquellas paredes.
*****
Los siguientes días fueron bastantes ajetreados en el palacio, pues solo quedaban cuatro días para el baile de compromiso. Lady Kinstong estaba histérica y daba de vez en cuando un grito a los criados cuando no obedecían sus órdenes.
—Madre, por favor, esté tranquila o no llegará a ver el baile —intentó calmarla Emma al ver como trataba a los criados—. Vaya a tomar un poco de aire, yo me ocupo de esto mientras usted se relaja.
Lady Kinstong, aunque con un poco de duda, hizo caso a su hija y salió al jardín para tomar aire. Emma, por su parte, pidió disculpas a los criados en nombre de su madre y comenzó a dar órdenes que los criados acabaron con gusto, todos consideraban que la dama era la más indicada para ser la futura dama. Cuando la matriarca de la familia Kinstong volvió al salón quedó asombrada de que hubieran avanzado tanto en el trabajo.
—¿Cómo lograste que todo esté tan adelantado en tan poco tiempo? —preguntó lady Kinstong a su hija mientras observaba con asombro el salón.
—Con paciencia, sin gritar y dando buenas explicaciones de lo que deseo —respondió Emma a su madre, que comprendió sus errores después de meditar en las palabras de su hija—. Ahora me voy, que la modista llegó para la prueba del vestido. Ten paciencia y sé una buena señora —añadió Emma antes de marchar a su salón personal.
Emma entró en la sala, donde la esperaban la modista y su doncella Edwina, pues la señora Nicols estaba ocupada con los preparativos del baile. La modista se disculpó por el vestido, ya que este era un poco llamativo, pues lo había comenzado a hacer con los otros vestidos, pero Emma, comprensiva dio poca importancia a ese detalle, aunque debía admitir que no se sentiría del todo cómoda con aquel atuendo.
El vestido tenía una falda blanca compuesta por varios vuelos, los cuales terminaban con listones rojos y el corpiño era del mismo color que los listones, con algunos detalles en las mangas.
—Se ve muy hermosa, señorita Kinstong, sin duda, el rojo le sienta muy bien —Elogió la modista cuando al fin tuvo el vestido puesto y Emma sólo se sonrojó.
—Es cierto, señorita, este vestido la hace vestido la hace ver como una princesa —corroboró Edwina y la dama se sonrojó más aún, todavía no se acostumbraba a que algún día ostentaría ese título.
La modista se puso manos a la obra y una vez marcó con los alfileres el traje, Emma se cambió de ropa. A continuación, le pidió a su doncella que acompañara a la modista hasta la salida y se marchó hacia la biblioteca en busca de algún libro, necesitaba relajarse de tanto ajetreo. Sin embargo, antes de llegar a dicha estancia se detuvo frente a una puerta de una habitación en donde nunca antes había entrado. Llevada por la curiosidad entró en ella y allí halló un salón de música, la cual contenía alrededor de una docena de instrumentos polvorientos.