Estamos en la sala de recepción de la agencia, esperando que los chicos terminen de hacer la presentación. El lugar es amplio, moderno y decorado con afiches y elementos clásicos de estrellas del rock.
—¿Por qué estás tan nerviosa? —Samantha me da un golpe en la mano para que deje de hacer sonar mis nudillos—. Lucas puede con esto.
No es mi novio quien me preocupa, sino mi mejor amigo. Estoy convencida de que este cambio es justo lo que necesitaba para dejar de pensar tanto en Julio. Sin embargo, Tadeo es tan inseguro que debe estar pasándola fatal ahí dentro. Solo espero que sea capaz de controlar su timidez.
Me limito a asentir, para no exteriorizar la razón de mi inquietud. Ella, sin embargo, continúa explayándose:
—Bueno, a decir verdad, no estoy tan segura de que vayan a conseguirlo —confiesa—. Es decir, Lucas es maravilloso, pero los demás… ¡Uf! ¡Uno peor que el otro! Bruno es un gorila, bruto y grotesco. No sé si tenga talento o no, pero te aseguro que no es material comercial con las chicas. No habrá una sola fanática con cerebro que se fije en ese tonto. —Stacy mueve su vista a ella e inclina la cabeza, pero Sam no se toma por aludida y prosigue—. ¿Y Francis? ¡Ni siquiera me hagan empezar a hablar de ese inmaduro! —Parece alterarse incluso más cuando menciona al pelirrojo—. ¡Es un desastre! Descuidado, irresponsable y con tan poca clase que hace que me sangren los ojos. La única que se salvaba un poco en ese grupo era Vanesa, aunque yo misma hubiera renovado por completo su guardarropa. Pero ella ya no está y, lo peor de todo, es que solo les queda conformarse con el gordo sin estil... —se queda callada al notar el cambio en mi expresión apenas ha empezado a hablar de Tadeo.
Estos son los momentos en los que necesito que alguien me recuerde por qué la aguanto.
Inspiro aire y cuento hasta seis en mi mente, antes de responderle.
—Tienes suerte de seguir conservando todos los cabellos en tu cabeza —apunto.
Ella aprieta los labios y hace una mueca, pero no se anima a decir una palabra más.
—En caso de que no lo hayas notado, Tadeo bajó tres kilos durante el verano —mi hermana se incluye en la conversación.
Tiene razón, él tuvo que hacer dieta por petición de su padre, quien le dijo que el hijo de un militar debe ponerse en forma.
—Y, en cuanto a Bruno… —prosigue ella y la vergüenza se ve asomar a su rostro—. Él podría engañar a cualquier fan como lo hizo conmigo, es un mentiroso.
¿Eso es lo que piensa de él? Porque sí, será un tonto y todo, pero admito que ha mejorado mucho.
La puerta del fondo se abre en ese momento y un hombre joven se acerca hasta nosotras. Lleva puesto un pantalón de vestir negro, una chaqueta del mismo color sobre una remera blanca con diseño de guitarra. Sus dedos están decorados con varios anillos y uno o dos tatuajes de frases en letras muy pequeñas. A pesar de la mezcla de elementos, se ve bastante formal dentro de una frescura cautivadora.
—Preciosas, ¿quién de ustedes tres es Brenda? —pregunta, intentando demostrar complicidad.
—Soy yo —me pongo de pie.
—Me llamo Jonny y necesito que vengas conmigo —ordena y, antes de voltear, le hace a mi hermana un guiño seductor.
Lo sigo por el pasillo hasta el final e ingresamos a una sala de reuniones bastante amplia. Una mesa de vidrio se extiende en el centro, rodeada de unas cuantas sillas, todas ocupadas. Los cuatro chicos que componen Musageta están ahí, así como un equipo de otras cinco personas lideradas por la única mujer que veo y quien asumo que es Melania. Una señora joven, de apariencia poderosa y un estilo que no pasa desapercibido: Una blusa negra ajustada, bajo la cual sobresalen tatuajes, unos jeans negros acompañados con un cinturón y unas botas oscuras. Su cabello rubio platinado enmarca su atractivo rostro y el delineado negro alrededor de sus ojos resalta su color verde.
—Hola —saludo en general y todos los desconocidos me devuelven el gesto, mientras la mujer me analiza con una ceja levemente alzada y media sonrisa.
—Amor, ven —Lucas extiende su mano hacia mí y me aproxima a la mesa donde se encuentran desplegados varios papeles.
En ese interín, los hombres comienzan a dejar el salón. La alegría en los rostros de mis amigos al despedirse de ellos me demuestra que todo está saliendo perfectamente.
Me siento al lado de mi novio y miro los documentos que me ofrece. Se trata de un contrato de representación.
¿Ya? Esta gente no pierde el tiempo.
—Supongo que nos lo llevamos —pregunto, indirectamente.
—Queremos revisarlo y firmarlo ahora —me contesta este, con una sonrisa convencida—. Por eso pedí que te llamaran.
Me acomodo mejor en el asiento, empezando a sentir que podrían estar siendo algo imprudentes. Yo soy impulsiva, pero no cuando se trata de analizar un documento que pueda comprometer a las personas. En lo que respecta a este tipo de cosas, siempre me tomo el tiempo necesario para asegurarme de que todo sea lo más claro posible.
—¿No te parece que es mejor verlo a solas? —insisto.
Melania deja escapar un leve bufido. —Si lo que quieres es privacidad, puedo retirarme —propone y, cuando me fijo en ella, me percato de que no parece agradarle demasiado mi intromisión, a pesar de que hace un intento por disimularlo.