Una parte de mí me pide encontrar a Lía y hacer que se arrepienta por completo de haber venido a la fiesta de Samantha a hacerla llorar. Y lo haría si no fuera por esa pizca de cordura en mi ser, que me ruega que no agrande esto incluso más de lo que ya está.
Así que termino por dejar la habitación y salir en busca de Lucas. No lo encuentro en el patio trasero ni en la sala de estar donde se halla la mayoría de la gente. Lo busco también al costado de la piscina, donde encuentro a Lía y volteo a prisa para no cruzarme con ella.
Tarde, me ha visto y me llama con maldad.
—Brenda, ¿sabías que una de las fotos que subí con Lucas consiguió más corazones que la que posteaste tú en marzo? —Volteo solo para ver que tiene su celular extendido hacia mí y me muestra la imagen.
Oh, ¿en serio? Es patética.
—Mira cómo me importa —me burlo.
—¿Sabes por qué? Porque hacemos una pareja más bonita —continúa en sus intentos por hacerme enojar más de lo que ya lo ha hecho esta noche.
Me acerco a ella, amenazándola con la mirada.
—No voy a pelear por un chico —la contengo—. Y menos por uno al que ni siquiera le importas.
—Lucas me quiere más a mí que a ti y a la perdedora de Samantha —levanta una ceja, haciendo que me abrumen las ganas de ahorcarla.
—La hiciste llorar, así que no me provoques si no quieres ver de lo que soy capaz.
Volteo con la intención de alejarme para seguir buscando a ese tonto, cuando siento sus manos cerrarse sobre mi brazo. Me estira con tanta fuerza que casi pierdo el equilibrio. Entonces giro con rabia y la empujo, llevándola directo a la piscina.
El estruendo que hace al ir de espaldas sobre el agua alerta a todos los que están alrededor. Su caída me ha salpicado a mí también; mi rostro y blusa están completamente mojados, aunque no tanto como Lía, quien sale a tomar aire, bañada y enfurecida. Los demás invitados, sin embargo, parecen percibir ese gesto como una especie de festejo o locura propiciada por el alcohol que poco o casi nada he bebido, algunos empiezan a correr al agua y zambullirse, haciendo que ella grite de terror y los que quedamos afuera nos matemos de la risa.
Me apresuro en correr dentro de la casa, antes de que salga a mi encuentro. Lo que hice estuvo mal y no puedo evitar sentir una sacudida de culpa. Sin embargo, se lo tiene merecido con tantas veces que se ha metido con nosotras desde que empezó el año.
Detengo mi carrera contra el cuerpo de Lucas, que se sorprende y confunde al verme mojada.
—Al fin te encuentro —me quejo—. Tienes que llevarte a la idiota cuanto antes.
—¿Por qué lo haría?
Frunzo el ceño y aprieto los labios con rabia al ver que no detiene su paso, como si ni siquiera tuviera la intención de escucharme. Me muevo a su ritmo y me planto delante de este, forzándolo a quedarse quieto.
—Solo vino para molestar, además Samantha no la soporta. ¡Sácala de aquí, Lucas!
—¡Ya! —Su expresión me muestra hartazgo—. Estoy cansado de los berrinches de Sam, de la insistencia de Lía, de que me reclamen cosas y, principalmente, estoy cansado de ti. Vete tú, Allen.
Me ha llamado por mi apellido y eso duele incluso más que lo que ha dicho.
Sus palabras le han producido tal golpe a mi pecho que me quedo sin habla. Agacho la cabeza para evitar un contacto visual más profundo. Entonces, la voz de Lía se hace oír a gritos lejanos, está llamándolo, enfurecida, y probablemente con la intención de contarle lo que le hice.
Él exhala aire sin disimularlo, jala mi brazo y me lleva a una puerta contigua, que cierra al instante en que ingresamos. Levanto la cabeza, para intentar preguntarle qué pretende, pero me hace un gesto de que guarde silencio, colocando un dedo sobre mis labios.
Los gritos de Lía se oyen más próximos y él suspira aliviado cuando esta parece pasar por nuestro lado, sin encontrarnos.
Se está escondiendo de la chica que supuestamente le gusta. En verdad está cansado de ella, como dijo.
La quietud y el silencio, tanto de aquí como del exterior, nos demuestra que estamos completamente solos. Nos ha metido en la vinoteca que pertenece al padre de Samantha. Un corto y estrecho pasillo se extiende a nuestras espaldas. Está cubierto de botellas de diferentes cosechas de vino que llenan por completo ambas paredes laterales. El lugar es tan angosto que estamos uno casi pegado al otro, con nuestros cuerpos rozándose, lo que hace que la intimidad nos envuelva al instante. No se siente incómodo, por el contrario, al estar así con él me invade esa cercanía que extraño tanto.
Él también parece percibirlo. El dedo que mantiene casi tocando mis labios se apoya en este, empezando a delinear su forma con delicadeza. No resisto la tentación de encontrar mis ojos con el azul de los suyos, que ahora tienen un brillo de anhelo muy intenso.
Tanta cercanía me consume de ganas por besarlo, en especial porque sus dedos no dejan de acariciar mis labios y enseguida lo veo humedecerse los suyos de manera inconsciente. Su otra mano encuentra mi cintura y, con cuidado, me acerca más a su cuerpo. A pesar de mirarnos, Lucas no me está viendo, luce perdido en un trance que se ha llevado por un momento su raciocinio.