Los ensayos para el concierto y la posterior gira se están volviendo bastante pesados. Melania dice que, al ser el vocalista, casi toda la atención se centrará en mí. Por tanto, mi puesta en escena debe ser incluso más llamativa que la del resto de miembros de Musageta. Ella exige que me muestre seguro, animado y profesional. En pocas palabras: perfecto. Algo así como un robot o una experimentada estrella del rock, cosas que no soy.
Lo bueno es que, al estar libre de clases y exámenes, me puedo centrar en lo que más me importa ahora: Averiguar qué es lo que siente Brenda por mí.
Por eso intento pasar mis horas libres con Maia, incluirla en mi rutina diaria y, sobre todo, que los demás me vean con ella. Que Brenda misma nos vea si es posible, o al menos asegurarme de darle a Tadeo motivos para que le comente que pasamos tiempo juntos y que cada vez nos estamos acercando más.
En este momento, Maia y yo nos encontramos en la sala del departamento, tomándonos unos refrescos. Sabemos que Tadeo, Brenda y Stacy estuvieron toda la tarde de compras. Es probable que no tarden demasiado en llegar, por lo que estamos esperándolos.
Bruno pasa por nuestro lado, toma las llaves de su auto del llavero de la entrada y se dispone a abrir la puerta.
—¿Vas a salir? —Le pregunto.
—¿No es obvio? —Ni siquiera se detiene a esperar mi réplica. Nos hace un gesto de despedida con la mano mientras está saliendo, y cierra de nuevo con rapidez.
No parecía que estuviera de mal humor, solo sin ganas de dar explicaciones, como siempre.
—¿Sabes? Yo creo que vamos bien… —comenta Maia, de repente—. Con todo el asunto de Brenda —se explica—. A decir verdad, no podría asegurar que está celosa, pero es evidente que toda su atención se centra en nosotros, cuando nos ve juntos.
Es que Brenda nunca ha dejado de prestarme atención, el problema es que no sé qué es exactamente lo que busca con eso.
—Es orgullosa. Aunque sintiera celos de ti, no lo admitiría.
—No, pero casi me arrancó las manos la otra noche, para que deje de tocarte —recuerda, entre risas.
Rio también, mientras llevo mi bebida a la boca y me refresco con unos tragos. Brenda puede ser muy impredecible y, definitivamente lo fue en ese momento. Incluso me besó la mejilla, algo que es probable que haya hecho sin pensar.
Y me encantó. Me encanta todo en ella.
—Ay, mira cómo sonríes —exclama Maia, cortando mis pensamientos—. Estás muerto por ella.
Me rasco la cabeza, avergonzado, y evito su mirada.
¿Acaso soy tan obvio?
—Necesito recuperarla, pero antes debo saber si es posible —me limito a confesar.
Ella se pone de pie, como si se hubiera inyectado adrenalina, y se sienta delante de mí.
—Entonces, tendremos que tomar medidas drásticas —asegura, emocionándose—. Debemos tramar un plan que la haga caer de una vez. Algo que sea tan impactante que le impida disimular lo que siente por ti.
Suena arriesgado. Y no se me ocurre nada que pueda calzar con ese propósito.
Tampoco puedo concentrarme, debido al barullo que se empieza a escuchar de repente al otro lado de la puerta.
—Han regresado —expreso en voz alta, al caer en cuenta de que se trata de la voz de Stacy y el tintinar de las llaves de Tadeo intentando ingresar en la cerradura.
—¿Es Brenda? —Pregunta Maia, a lo que asiento. Entonces agarra mi muñeca y se levanta de golpe, estirándome hacia un lado—. Ven, rápido —susurra, sin dejar de insistir en sus intentos—. Se me acaba de ocurrir algo.
A pesar de no entender, le sigo el paso a toda prisa y ella me guía hasta mi habitación. Cierra la puerta al tiempo en que se escucha el sonido de la entrada principal al abrirse. Ellos parecen estar cargando varias cosas, por lo que probablemente les tome unos segundos acomodarse.
Maia me hace una seña para que la mire y me habla en voz baja, señalando mi pecho.
—Quítate eso.
—¿Qué? —susurro también, sin entender.
—Voltea, sácate la remera y pásamela —ordena de nuevo, dándome pequeños golpecitos en el brazo, para que me apure—. Vamos.
Le doy la espalda y me paso la remera por encima de los hombros. Estoy a punto de girar de nuevo para pasársela, como me pidió, hasta que veo que tira sobre mi cama el vestido que traía puesto, acompañado de su brasier.
Me quedo helado durante un instante. Ella me saca mi camiseta de las manos y percibo que se la coloca encima.
—¿Qué se supone que estamos haciendo? —Pregunto, aunque su idea empieza a tener sentido en mi cabeza y me pone incómodo.
—Ven, solo sígueme la corriente —me dice.
Abre mi puerta antes de que pueda pensar con claridad. No estoy seguro de qué es lo que pretende, pero Maia toma mi mano y comienza a fingir unas risas, como si yo le hubiera contado un chiste graciosísimo. Hemos caminado dos pasos cuando las miradas de Stacy, Tadeo y Brenda se posan en nosotros.