Esmeralda

Capitulo 2.

Esmeralda, la chica de ojos del color de la gema que lleva su mismo nombre, creció en prostíbulo. Su madre, una mujer de gran belleza, quedó embarazada de un hombre adinerado que, al enterarse de su estado, la abandonó. La madame del prostíbulo también se decepcionó y presionó a la madre de Esmeralda para que se deshiciera de la niña.

Pero, ¿cómo podría hacerlo? Al tener a Esmeralda en sus brazos, supo que esa niña sería una rompecorazones. Sus ojos eran únicos, incluso desde el primer instante. El prostíbulo estaba alejado del pueblo, buscando discreción para sus clientes. La madre de Esmeralda aprovechó el campo cercano y, bajo un manzano, construyó una tienda con telas gruesas. Las compañeras del *** ayudaron a convertir esa tienda en un hogar para la pequeña e inocente Esmeralda. Una de ellas incluso compró semillas de jazmín, que plantaron para celebrar la nueva vida de la niña, impregnando su futuro con el aroma de esa flor.

La madre de Esmeralda continuó trabajando en el prostíbulo. Esmeralda solo entraba para usar el baño y asearse. Las mujeres del lugar adoraban a la carismática niña y la criaron entre todas. Con telas donadas y su talento, le confeccionaban ropa y le cortaban el cabello cuando era necesario.

Cuando creció y tuvo la oportunidad, Esmeralda intentó jugar con otros niños, pero la rechazaban por su piel trigueña y por su ascendencia gitana, visible en algunos de sus vestidos. A pesar de esto, los seguía a la escuela y aprendía de lejos. Con la ayuda de las amigas de su madre, adquirió muchos conocimientos, aunque su madre solo le permitía espiar la escuela.

A medida que Esmeralda crecía, su madre notaba las miradas de los hombres sobre ella. ¿Cómo no admirar su belleza? Rasgos perfectos, cabello hermoso, piel única y ojos extraordinarios. No permitiría que esos hombres corrompieran a su hija ni le arrebataran su inocencia. Si había logrado protegerla de la crueldad de su trabajo, nadie le mostraría lo despiadado que podía ser el mundo.

Ahora, con trece años, Esmeralda no sabe a qué se dedica su madre, y tampoco lo busca. Simplemente entra, hace sus cosas, y las amigas de su madre cuidan la puerta. Le encanta espiar la escuela y sueña con ser como esas niñas, tener amigas y jugar con ellas.

¿Cómo sería ser una de ellas? No puede ir mucho al pueblo; solo lo visita cuando tienen que hacer compras. Allí, la gente la mira con desprecio por el trabajo de su madre, pero ella camina con la frente en alto, como le enseñaron. Ignora los comentarios y sigue adelante, pero siempre observa a los niños que van a la iglesia con sus familias, se reúnen para comprar caramelos o caminan juntos para jugar.

Hablar con Mike le hizo pensar que tal vez podría tener amigos, aunque no quiere ilusionarse, pues sabe que no se lo permitirán.

Una sorpresa la esperaba al día siguiente: Mike le había dejado un sobre enorme con apuntes de las clases que se había perdido. Sonrió agradecida y observó por la ventana, como de costumbre. Notó que Mike la miraba. Al cruzar sus miradas, le sonrió y, con sutileza, señaló con el dedo una hoja junto a su libro, luego se señaló a sí misma con el mentón.

Esmeralda le devolvió la sonrisa en señal de agradecimiento, se escondió de nuevo y comenzó a leer los apuntes. De pronto, escuchó un alboroto y asomó la cabeza: todos se preparaban para el receso.

Mike, desesperado por salir, no podía librarse de la charla de sus amigos. En sus pensamientos, maldecía a sus compañeros. Casi gritó de alegría cuando, por fin, se alejaron, pero al girarse, chocó con Tily.

  • Hola, te traje esto —dijo Tily, extendiéndole un pequeño paquete.
  • G-gracias —balbuceó Mike, visiblemente sorprendido. Tily sintió una punzada de euforia; era la primera vez que él tartamudeaba con ella, una clara señal de que le gustaba.
  • Espero que te guste de verdad. La otra vez se te escapó la palabra “jazmín” mientras tarareabas, así que te conseguí un libro de flores.
  • ¿En serio? —fue todo lo que Mike pudo articular. ¿De verdad tarareaba? ¿Desde cuándo? Tily asintió, una sonrisa satisfecha en el rostro. —Tarareé jazmín… —murmuró Mike, su mente en blanco, aún en shock. —Jazmín… jazmín… —Tily lo miró con extrañeza. ¿El amor lo había atontado o se le había soltado un tornillo? —¡JAZMÍN!

Corrió hacia la puerta, pero el profesor regresó al aula en ese preciso instante, y Mike se estrelló contra él.

  • ¡Mike Whiterson! —tronó el profesor, su voz cargada de reproche. —Y yo que pensaba que usted empezaba a comportarse.
  • Lo siento mucho, pero tengo…
  • ¡Nada! A su asiento —lo tomó del brazo y lo sentó con firmeza.

Mike suspiró, un aliento pesado que escapó de sus labios, mientras el profesor intentaba restablecer el orden en la clase. Con la mirada de Tily, llena de adoración, sobre él, el chico se apresuró a abrir el regalo.

Desenvolvió el paquete para revelar un libro de tapa azul claro con intrincados detalles dorados, titulado “Todas las flores del mundo: significados y sus cuidados”. Sin dudarlo un instante, buscó el significado del jazmín. Lo que descubrió sobre esa flor lo dejó asombrado.

  • Su significado es… —leyó en voz baja, casi para sí mismo—: “Simboliza la pureza, el amor, la sensualidad y la gracia, y también puede representar nuevos comienzos, esperanza y buena suerte”.
  • ¿Qué lees, Mike? —Su amigo Juan se asomó por encima de su hombro, ojeando el libro. —¿Desde cuándo te gustan las flores?
  • ¿Sabías que el nombre “jazmín” proviene del persa “yasaman”, que significa “regalo de Dios”?
  • No… —Juan luchaba por contener la risa. —Ya deja eso, la clase va a empezar.
  • “Regalo de Dios”… Ahora lo entiendo todo —asintió Mike, una sonrisa boba dibujada en sus labios mientras miraba por la ventana.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.