No recuerdo mucho sobre mí. De hecho, el único recuerdo que tengo en la mente es aquella noche: Mís piernas, moviendose en frenesí. Como nunca en mi vida, con el aire cortando mi rostro, y el eco de mis pasos resonando fuerte dentro de la calle oscura.
La adrenalina recorría por mis venas y todo mí cuerpo, al punto de que ni los autos que pasaban cerca los veía desapercibidos. Nada importaba.Estaba completamente absorto en la carrera, sin rumbo ni razón aparente. ¿Porque corría? Tal vez fui una mala persona. Tal vez alguien que era bueno pero que por dentro albergaba monstruos. O tal vez al revés. Nadie lo sabe. Ni yo.
Lo único que sabía era que corría por algo, algo profundo, algo que ni siquiera podía entender aún. Mi cuerpo se desbordaba de energía, pero en algún momento todo se detuvo...
Un golpe seco, un latido fuera de lugar, y mi cuerpo se paralizó. Fue como si una taquicardia me hubiera tomado por completo. Podía sentir mi corazón latiendo descontrolado en mi pecho, como si fuera a estallar en cualquier momento. ¿Estaba muriendo? No lo sé. Pero sentí el peso de la adrenalina en mi cuerpo, drenándome. Me desplomé de golpe, ¡PLAF! a El sonido de mi caída resonó en la quietud de la noche. Me quedé allí, respirando profundamente, sintiendo el frío concreto bajo mí. El aire se volvió denso, como si la ciudad misma me estuviera observando.
Estuve allí por minutos, tal vez horas, quien sabe. El tiempo no era relevante, mí sumario si.
Solo respiraba, dejando que el cuerpo recuperara el control. Finalmente, me levanté, un paso tras otro, con la mente nublada pero determinada a seguir.
Caminé sin rumbo fijo, hasta que la vista de un callejón me detuvo. Un callejón limpio, inusualmente limpio para ser tan tarde. Como si estuviera esperando que llegara.Me acosté, mis ojos se cerraron casi sin pensarlo.
El frío me abrazaba y el silencio se apoderaba de mí. Un susurro se formaba en mi mente. Algo estaba por suceder, algo grande. Pero ¿qué? Eso aún no lo sabía. Solo podía esperar, mientras la oscuridad se apoderaba de mi mente y mí vigilia me encontraba...
Me levanté lentamente. Todo estaba tan extraño. Mi cuerpo parecía haberse recuperado de la extenuada corrida que acababa de realizar.
Revisé mis bolsillos: El tacto frío de la tela y del cuero me dio una sensación de bienestar, como si todavía tuviera el control sobre algo.
Saqué mi billetera, y empecé a revisar: Había cierta cantidad de dinero. No mucho, pero lo suficiente para abastecerme. Pero lo que realmente llamó mi atención fue un documento dentro de la billetera: una tarjeta de identificación. Mí foto estaba allí, mi rostro parecía borrado, pero lo que más me desconcertó fue lo que estaba tachado.
El apellido, el número, todo estaba cubierto con líneas negras y gruesas , como si alguien quisiera ocultar mí pasado. o tal vez, ni siquiera yo mismo quería recordarlo. Solo mí primer nombre permanecía visible "Elías".
Guardé la billetera de nuevo en el bolsillo, sintiendo el peso de algo que no entendía, pero que tampoco podía explorar mucho...
Las calles, tenues y opacas. Las luces de los faroles, de un rojo intenso cada vez más vibrante, como si estuviera a punto de adentrarme en un pequeño averno de la propia sociedad...
No sé en qué barrio me encontraba, pero por lo visto estaba apartado, debido a su inseguridad visible: Grupos de drogadictos se encontraban en cada esquina y vereda; algunos tan flácidos y demacrados que me hacían pensar que ya no pertenecían vivos en este mundo.
En los callejones, podías ver varias cosas ocultas: pastillas, jeringas, bolsas ensangrentadas en los tachos de basura, fajas, y mas cosas de las que no me gustaría mencionar.
Caminé por las aceras, evitando las sombras profundas y las luces intermitentes de los faroles. Solo sabía que tenía que abastecerme en otro lugar...
Por suerte, encontré una tienda. Mi cuerpo tenía ganas de tomar algo:
-¡Una sprite porfavor!- Le dije a la kiosquera mientras atendía con una mirada amarga y cansada.
-De todos los lugares para caminar, decidiste comprar aquí?-preguntó la señora mientras me entregaba la bebida.
-Acabo de tener inconvenientes.- Respondí con un toque irónico.
-Mira, te recomiendo que vayas al local que está a unas 5 cuadras más allá. Hay un alquiler rentable. No es tan bonito, pero podrías pasar la noche ahí.-
Algo me decía que ella no estaba aquí por gusto, sino porque no tenía otra opción.
-Lo tomaré en cuenta, ¡gracias!- Le respondí mientras le entregaba el dinero y salía desde su puerta...
Seguí el rumbo hacia la dirección que me había señalado la señora. Las puertas de las casas estaban completamente cerradas, las ventanas completamente negras, y cada uno de mis pasos parecía hacerse más denso, más largo.
La calle era desolada, una quietud inquietante se apoderaba del aire.
En la vereda izquierda, vi una figura desmoronada: un vagabundo. Sus ropas sucias y su postura quebrada daban cuenta de una vida que se arrastraba por el suelo.
Con una voz rasposa y seca, pedía monedas a la gente que apenas pasaba por la calle, como si su presencia fuera invisible:
—¿Una monedita, por favor? Necesito hacerme una operación… —dijo el hombre, su rostro arrugado y cansado.
Me quedé mirándolo. Minutos y minutos pasaban, pero nadie se detenía. A pesar de lo vacía de la calle, las seis personas que pasaron frente a él ignoraron su pedido, como si no les prestarás atención cuando pisas una hoja que cayó de un árbol.
Solo un vecino, que asomó la cabeza por la ventana, rompió el silencio:
—¡Flaco! ¿No te cansás de repetir siempre lo mismo a cualquiera que pase por acá? ¡Anda a buscarte una vida o acomodate abajo de un puente hasta que te coman los gusanos! ¡Deja de joder un toque, malparido! —gritó con furia desde su ventana.
El vagabundo cerró la boca. Su rostro se tornó inexpresivo, y sus ojos, que antes suplicaban, se vaciaron de toda emoción.