Sabía que estaba durmiendo, no obstante, la sensación de la ceniza en la boca era demasiado real. Agitó el brazo y se dio cuenta de que sus movimientos eran diferentes. Se percibían más rápidos, más bruscos. Antes de pensarlo, ya tenía la palma contra la boca, frotándose los labios manchados de gris.
Un sonido estruendoso la tomó por sorpresa. Era el mismo que había escuchado en el jardín, estaba segura. Se volvió con cautela, consciente de la diferencia de su cuerpo; la cortina oscura estaba muy cerca de ella. El rugido del viento era abrumador. Arden, asustada, comenzó a retroceder, pero la capa de ceniza del suelo alentaba sus pasos. Súbitamente se encontró envuelta por la oscuridad de la cortina. El rugido fue creciendo hasta que solo escuchó un zumbido aterrador.
Entonces abrió los ojos de golpe. Alrededor estaba oscuro. Gradualmente, fue recuperando la lucidez que le había robado el sueño. Respiró profundo, exhalando temblorosa. Su boca tenía ese ligero sabor a ceniza de la última vez que había tenido ese sueño. Con apenas fuerza, se enderezó en la cama. Sus pies tocaron la superficie fría, que pareció traerla por completo a la realidad. Escupió la masa grisácea en el suelo. Quedó horrorizada.
—Helena —susurró agitada. Alejó la mirada para buscar a Helena. Debía ser una maldita broma; ella no estaba en su cama.
¿Dónde diablos estaba su compañera? La suave luz de una lámpara le mostraba que Helena no había deshecho la cama. Mentalmente retrocedió. Lo último que había visto era a Helena entrando en el cuarto de baño. Realmente no supo si ella había salido. Quizá estaba en la recepción.
Se levantó despacio, con miedo a que sus piernas le fallaran, pues no dejaba de temblar. Arrojó la sábana sobre la sustancia gris del suelo, se puso la cazadora, inspeccionó el cuarto de baño, adivinando que Helena no estaba ahí. Salió de la habitación luego de echar un vistazo nervioso por la ventana; el exterior estaba vacío.
El hostal estaba demasiado oscuro, incluso la recepción se hallaba apagada. No escuchaba nada que indicara la presencia de alguien más. Pero claro, no tenía idea de la hora. Debían estar todos durmiendo.
Fue cautelosamente hasta el mostrador y golpeó suave con los nudillos, luego más fuerte. Nada. Ni un solo ruido alrededor. ¿Dónde estaba el hombre? Quizá el carnaval continuaba en otro lado, en el mercado, o quizá en las orillas del río. Tal vez estaban navegando entre las frutas extrañas… Un ruido sordo la tomó por sorpresa.
Se dio la vuelta y aguzó el oído. Caminó despacio. Un sonido metálico parecía provenir de una puerta que no recordaba haber visto cuando llegaron. Miró alrededor, por si el hombre de recepción aparecía, pero no vio nada. Entonces acercó el oído a la puerta y percibió el sonido con más claridad. Sí, era como un roce metálico, constante, rítmico. Algo la obligó a mirar hacia abajo. Por debajo de la puerta se colaba sutil, pero visible, el humo brillante, emitiendo esa luminosidad suave de tono violeta. Arden dio un paso atrás, se sintió mareada y repentinamente sintió mucho calor.
Su mano voló hacia el pomo y lo giró. Tenía de nuevo esa sensación de estar durmiendo, pero sacudió la cabeza de inmediato. Estaba segura de que estaba despierta.
Al abrir, el sonido aumentó de volumen. El golpeteo metálico era abrumador. Arden olfateó un aire putrefacto y se cubrió la nariz con el brazo. Del otro lado de la puerta estaba oscuro y el humo violeta avanzó por delante de ella, como si la guiara hacia delante. Arden se internó en las sombras. Tenía la espalda empapada de sudor y caminaba vacilante, casi como si desear echar a correr en dirección contraria. Se deslizó por un recodo, siguiendo la lucecilla apenas perceptible hasta un espacio abierto donde encontró un cartel blanco que decía: «Bienvenido al show del horror».
Advirtió un chasquido. Apretó los dientes y permaneció a cierta distancia del humo que tenía delante, intentando percibir alguna sombra alrededor.
El sonido la estaba aturdiendo, el olor asqueroso también había aumentado. Un dolor punzante comenzó a torturarle la cabeza a Arden; el maldito sonido parecía estar dentro de ella, martilleando con fuerza. Volvió a escuchar el chasquido. Arden contuvo la respiración sin darse cuenta.
Repentinamente, una luz intensa iluminó las mesas de concreto que se extendían hasta donde le alcanzaba la vista. Los golpes metálicos eran ensordecedores. Los aldeanos, que reconoció por su vestimenta y sus expresiones similares, se encontraban de pie, colocando toscamente trozos de objetos metálicos dentro de los cuerpos que yacían sobre las mesas. Como si fuera una película de terror, el sonido de los gritos desgarradores le fue llegando lentamente hasta ser intolerable.
En el suelo había más cuerpos que se retorcían y soltaban alaridos escalofriantes. Algunos intentaban ponerse en pie sin importar los objetos que les atravesaban el cuerpo. Había sangre y trozos de carne por todos lados.
Arden enmudeció, se quedó como congelada, sintiendo como si su conciencia abandonara su cuerpo. No podía encontrar las palabras para describir el horror que tenía delante. La luz comenzó a parpadear, mostrándole la imagen intermitente. Estaba completamente petrificada, pero se obligó a dar un paso atrás, luego otro y otro. Se volvió, trastabillando hasta la puerta y la cerró con fuerza. La recepción seguía silenciosa y apagada.
Arden estaba aterrada, respirando con suma dificultad. Con la mirada extraviada, avanzó a trompicones hasta la puerta del hostal. Con la visión borrosa tanteó la pared con las manos. Se guio tocando las rocas calientes hasta el saliente, donde su mirada se quedó fija en algo en lo que no había reparado antes. Sabía dónde podía encontrar a Helena.