Esperando al Destino.

La verdadera joya.

Había logrado llegar al punto donde me había indicado Karen. Estaba en un baño de mujeres, de un centro comercial al que nadie iba porque estaba ubicado en una zona demasiado apartada del centro de la ciudad. El centro comercial cerraba a las 10 de la noche, así que debía arreglarme y asearme lo mejor que podía. Cerré la puerta del baño, nadie entraría a esas horas y la fiesta sería en el edificio de al lado, así que prácticamente tenía el baño para mi sola. Me monté sobre un inodoro, teniendo cuidado de no caerme, porque en el ducto de aire, Karen y Mary habían escondido una mochila, que contenía, entre otras cosas, fijador de cabello y un vestido.

Abrí la mochila y lo saqué… Wow, era realmente hermoso. ¿Cómo rayos Karen había conseguido un vestido tan bello y elegante? Eso tenía que preguntárselo a Mary. Estaba sudada de tanto correr por los callejones y al parecer, las chicas habían incluido toallitas húmedas para ayudarme con el sudor. Me puse manos a la obra, me quité los jean negros y el suéter y comencé a colocarme el vestido. Era simplemente precioso, de color turquesa y con unos bordes dorados en el escote que realzaban mis senos, la tela era suave y semitransparente, caía sobre mis piernas y tenía  una apertura por la cual se asomaba mi pierna derecha. Me miré al espejo con timidez… Nunca pensé que llegaría a ponerme un vestido así de hermoso. Me veía como otra yo. Una yo que tal vez, sólo tal vez, hubiese existido si mis padres estuviesen vivos y hubiese tenido la oportunidad de estudiar. Pero ahí estaba, en un baño, siendo una vulgar ladrona.

Aparté la mirada y sacudí la cabeza. Al menos en esta vida tenía a Karen y a Mary y esas mujeres eran como mis hermanas. Jamás habría sobrevivido sin ellas, sin sus consejos, sin el apoyo que me brindaban y pues sí, estaban locas, en especial Karen, pero eran las mejores amigas que alguien podría tener.

Arreglé mi cabello intentando organizarlo en rizos, tenía que parecer al menos la prima de alguien con dinero para que nadie me mirase como un bicho raro o mejor dicho, una rata pobre, en la fiesta. Me puse unos tacones y me maquillé lo mejor que pude considerando que Karen me había prestado su juego de sombras y solamente tenía cuatro colores para elegir.

Salí del baño con las joyas en una pequeña cartera, tomé el ascensor y salí del edificio.

Era hora de ir a esa fiesta.
 

Cuando finalmente estuve en las puertas del salón, casi me desmayo al ver al portero. Era un tipo enorme, más grande que la puerta, uno de sus brazos era tan grueso como mis dos piernas juntas. Tuve que mirar hacia arriba para poder verle la cara.

-¿Buenas noches?- le pregunté con miedo.

-Este es un evento privado- respondió en tono cortante- ¿Dónde está su invitación?-

-Sí, lo sé, honestamente dejé la invitación en casa, pero estoy en la lista de invitados, puede revisar- le dije señalando la carpeta que tenía debajo de su peludo y sudoroso brazo.

-Este un evento privado patrocinado por empresas como Haussell y Cassenia, ¿Está segura de que está en la lista?- me miró serio y comencé a temblar como un chihuahua.

-¿Sí?- murmuré.

-No la escuché-

-Sí, estoy en la lista- insistí con debilidad. Me miró de arriba abajo, sin querer creerme.

-¿Nombre?- preguntó.

-Sara-

-¿Sara qué?-

-Rams- el tipo buscó entre los nombres… Aquello era una locura, debí haberme encontrado con el fulano mesero en algún otro sitio, no sé, con el personal de cocina por ejemplo, porque con este portero tan enorme interrogándome, hubiese preferido encontrarme con mesero hasta en la basura. El corazón me latía como loco, no sabía qué hacer, ¿Y si me devolvía? ¿Estaba a tiempo de hacerlo?

-Aquí está- dijo el portero después de lo que me parecieron mil años- Sara Rams. Puede pasar señorita y la próxima vez no olvide su invitación- asentí como una tonta, agradeciendo no morir en el intento de colearme en esa fiesta. Cuando finalmente entré, me sentí perdida entre el montón de gente bien vestida, el sitio era gigantesco, habían mesas con elegantes manteles repletas de bebidas, el piso del salón estaba reluciente, incluso los candelabros lucían impecables. Busqué como idiota el rostro de Bastian entre los meseros, pero había tanta gente que no reconocía a nadie hasta que un milagro ocurrió: Encontré una mesa llena de aperitivos.

¡Gracias Diosito! Primero no dejaste que el portero e echara y ahora podía comer un montón de cosas costosas que jamás podría pagar con mi sueldo. Comencé a tomar un montón de mini brownies de chocolate con nueces… ¡Eran la gloria! El chocolate se derretía en m boca y las nueces estaban crocantes. De pronto me dio más miedo terminar en la cárcel, nunca había estado presa, pero definitivamente no existían los brownies con nueces en prisión.

-¡Niña! ¿Qué haces?- exclamó una voz tras de mí, haciendo que me atragantase con medio brownie me di la vuelta lentamente con el corazón en la boca y con un brownie a medio morder en la mano, justo frente a mi estaba un mesero delgaducho, de nariz grande y obviamente gay. Era Bastian, nuestro cómplice en la venta y cambio de las joyas- Se supone que eres de la alta sociedad, la más chic, no puedes andar tragando brownies como si no hubieses comido nada en 3 días-




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