Esperanza en el Dulce Néctar

❀ Capítulo II: Rojo

Varias pisadas se escuchan a la lejanía, moviéndose de aquí para allá muy deprisa

Varias pisadas puedo escuchar en la lejanía, moviéndose de aquí para allá muy deprisa. Mis ojos aún no los abro, una sábana oscura los cubre por completo. No quería despertar, los aprieto para asegurarme de no hacerlo. Temo que fuese verdad la pesadilla que viví; aun no me cabe en la cabeza lo que sucede.

Fue todo tan rápido que, ni me daba cuenta de lo que veía.

Un hada, magia emergiendo de mi palma y una criatura tenebrosa. La misma que veía en mis pesadillas cuando era más pequeña.

Magia… Tengo magia.

Es todo tan inesperado. Siento todavía el hormigueo en mi cuerpo, el mismo que hace algunas horas. Creo que ocurrió esto hace algunas horas, quizás hayan sido días o semanas. No sé, lo único que tengo certeza es que estoy en una cama. Lo deduzco ya que no siento el olor a tierra mojada ni la aspereza del pasto en mi cuerpo. Ahora, estoy comodísima; como si hubiera cambiado las sábanas a unas nuevas, eso sí más caras porque jamás en mi vida había tocado una tela tan cálida.

Mi mente da con otro recuerdo. Llevo quince minutos pensando en todo. Porque lo recuerdo absolutamente todo. Mis propios ojos vieron cosas totalmente utópicas; poco verdaderas y que se ven en las películas. Pura fantasía que un pequeño quisiera convivir. Aunque, yo lo que menos quiero es encontrarme con el protagonista de mis pesadillas.

Ese monstruo siempre aparecía y me raptaba algo que me dejaba muda.

Hasta que escuché esa voz, tan apacible y firme.

¿Por qué ya no la escucho?

La espalda ya no toca la superficie de la cama. Me paso una mano en mi rostro, intentando sacar todo el sueño. Mi cuerpo grita por volver a descansar, pero ya no podía. Encontrarme con lo desconocido logra captar mi atención por completo.

Cierro los ojos de nuevo, sobando mi pecho. Me siento como si tuviera de nuevo cinco años. Justo ese momento cuando la idiota se dejo llevar mucho por la imaginación.

Fue un día cualquiera, mamá haciendo la comida mientras yo me encontraba jugando. Hablando sola y dibujando cierta flora que me recordaba a mis sueños. Siempre la magia aparecía, era una princesa con cierta autoridad de controlar la naturaleza.

Era lo mismo. Nunca lo dejé escapar, solo seguía con la esperanza de que en algún momento se iba a cumplir. Yo iba a tener poderes y alas para proteger a mi nación. Llegó a un punto en que, seguí la voz imaginaria que me decía que debía de creer en que podía soltar mi magia.

A duras penas llegué a mi litera. Podría ser aproximadamente quince metros de altura, ni puse algunas almohadas para amortiguar la caída porque tenía la convicción de que si o si volaría.

Estúpida. Totalmente estúpida.

Solo recuerdo gritar de dolor y sentir presión. De un momento a otro, la habitación rosada desapareció. Solo el color blanco primaba, al punto de marearme por tanto patrón. Recuerdo sentir incomodidad en mi brazo izquierdo, un tubo unía un instrumento médico con mi dorso.

Desde ese entonces, nunca me gusta ir a los hospitales.

Dos horas estuvo temeroso mi corazón, buscando la silueta materna que me daba refugio. Los murmullos causaban que sintiera sola, una oscuridad apareció de forma paulatina. La misma sensación de todas las noches cuando mi madre me hacía dormir, creo que fue lo más tedioso que ella tuvo que combatir en mi infancia. Eran horas largas recordándome una promesa que paso desapercibida con el paso del tiempo.

Alfa está aquí

Fue lo último que escuché antes de cerrar los ojos nuevamente.

Mi cuerpo vuelve a apoyarse en la cama. Una sustancia salada cubre repetidas veces mi cara. Ni me percate de que Beth había entrado y vio que efectivamente me encuentro despierta. Su felicidad es palpable. La acaricio, murmurando frases cortas para tranquilizarla. Esta ansiosa, algunas veces salían sollozos. Me imagino que para ella no debe ser fácil todo lo que ha sucedido.

Ni para la dueña.

—Beth. Estoy bien, tranquila.—Dejo que continúe sus lamidas en mi rostro. Ni me imagino cómo lo está sobrellevando esto. Tan repentino, tan alocado que ni yo misma puedo entenderlo.

A la décima lamida, se acuesta a mi lado izquierdo, moviendo su cola un poco más calmada en las sábanas. Acomoda su cabeza en mi costado, acercándose más a mí.— Eso, muy bien… Estoy bien, pero ahora... hay que averiguar dónde estamos.

Suelta un gruñido cuando la aparto. No estoy en mi dormitorio, eso lo tengo asegurado. Más bien, parece un cuarto bastante grande y bien adornado; con pinturas de flores y muebles blancos que daban cierto toque victoriano.

Mis manos acarician la seda que me cubre; la cama donde estoy es de dos plazas. Con seis almohadas de diferentes tamaños, pero las suaves que he usado en mi vida. El diseño elegante en cada esquina logra que me tome un tiempo para admirarlas, son sumamente bellísimas. Delicadas, hubo un arduo trabajo y pasión en hacerlas.

Muy de alta clase.

El frío da con mi cuerpo. No llevo mis jeans, ni mi camisa. No, mi ropa había sido cambiada por un camisón. No tan transparente, sino con un género liviano. También tenía diseños de encaje en la zona de mi busto y en el borde inferior. Holgado y muy ligero aunque no lo parezca. Me remuevo hasta llegar al costado, hundiéndome un poco cuando mis pies tocan el suelo; encontrándome algo sumamente terciopelado. Al dirigir mi vista hacia abajo, encuentro una pequeña alfombra, y al lado, un par de pantuflas.

Al ponérmelas, enciendo mi curiosidad recorriendo el lugar. Solo veía, toco algunos adornos y me dejo admirar de la amplia habitación. Paredes de color coral, con algunos cuadros que reflejan lugares que desconocía. Al igual que una variedad de flores. Cada mueble que había, un florero o macetero está en la superficie. Dando un olor exquisito, que cautiva a que me quede más en el dormitorio.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.