Espíritu y Furia

Capítulo uno

Cuando eres elegido por los espíritus... ya no hay vuelta atrás.

El golpe seco de la puerta alertó a todos en la sala, y las hermanas detuvieron el paso. Seren contuvo la respiración, y Sora terminó de entrar. Ambas miraban a sus padres con sorpresa, y al señor Smífer: el emisario del conde Vanlor.

Por un momento, sintieron el impulso de mirarse, pero se contuvieron.

Seren no deseaba moverse; algo en su estómago se revolvía. No comprendía qué hacía él allí, con sus padres. El señor Smífer no debía estar en su casa... o al menos no sin una razón muy importante. ¿Qué sería? ¿Se habría enterado de algo? ¿Acaso de Arden...?

Sora, como siempre, no dudó en actuar. Arrugó la nariz y se adelantó a hablar, aunque fue su madre quien, al notarlas tensas, rompió el silencio.

—Esto es un asunto privado, niñas —suspiró—. Vayan afuera.

Su padre apartó la mirada, y el señor Smífer ahondó un suspiro.

Seren ni siquiera vaciló y tiró del brazo a su hermana, empujándola. Debían salir cuanto antes. La actitud de sus mayores era... era un tanto inusual.

Una vez en el jardín, la menor habló rápido, casi demasiado para que Sora pudiera seguirle el ritmo. Se la oía desesperada, algo nerviosa.

—Smífer lo sabe. Y el conde Vanlor... él… ¡Nos matarán, Sora!

Sora frunció el ceño. No entendía nada de lo que balbuceaba.

—¿Smífer? ¿Vanlor? ¡No digas tonterías! Hemos sido demasiado cuidadosas para que ese viejo nos descubra.

—¿Y si fue otra persona? Tal vez un sirviente le contó de nosotras y de Arden.

—¿Y crees que el emisario de Vanlor vendría hasta aquí por habladurías de cualquiera? ¡Sé un poco más seria! ¡Se trataría del hijo del conde!

—No lo sé... —murmuró Seren, mirando hacia los lados con desconfianza—. Si no es eso... ¿por qué está aquí? ¿Por qué está aquí el emisario?

Sora se encogió de hombros. Su actitud pasó de la duda a la indiferencia. Pero, poco a poco, su rostro se fue iluminando con una sonrisa traviesa.

—¿Y si... los espiamos?

La pelirroja frunció los labios.

—¿Para qué me dejes tirada como la última vez? No, gracias... —bufó.

La mayor levantó las manos, como si fuera lo más sencillo del mundo.

—¡Anda, ya! No seas llorona. Esta vez estaremos juntas. Vamos, que solo será un rato. Nadie se va a enterar —canturreó al final.

Seren gimió, pero la siguió.

La ventana principal era muy baja como para ocultarse, así que no fue una opción. Sin embargo, la lateral parecía perfecta para la tarea gracias a su cornisa.

—Ven aquí.

Avanzaron a paso sigiloso, en cuatro patas, sobre la hierba medio muerta que a ambas les fastidiaba cuidar. Entre los amados narcisos de su madre. Y, tal como habían previsto, las voces se filtraban muy bien desde su posición.

—No puede ser verdad... —La voz ronca del padre llenó la sala. Sus pasos, agitados, resonaban en las paredes.

—¿Cómo pretende usted que estemos bien? —se escuchó—. Señor Smífer, esto es demasiado.

El ruego lloroso de su madre las alertó enseguida. Se miraron rápido, con las cejas al cielo mientras pegaban más la oreja a los tablones de la fachada.

—Señor y señora Mosg, conocen las leyes. Mi Señor, el conde Vanlor no pretende agraviarlos; sin embargo, exige el pago como es justo —hizo una breve pausa, tomando aire—. Ha sido benevolente nuestro Señor. ¡Les ha dado opciones! —añadió, como si fuera lo más grato del mundo.

Sora hizo una mueca y pareció reflexionar.

—Esto no es bueno.

—¿Crees que sea una deuda? ¿Nuestros padres… hicieron algo? —susurró Seren, sin saber en qué pensar exactamente.

No hubo respuesta. Sora apretó los dientes, inmóvil, con la vista fija en los tablones, como si pudiera ver a través de ellos.

Dentro de la casa, la voz de su madre tembló como una vela a punto de apagarse.

—Opciones, dice...

El silencio fue cortante, casi doloroso. Luego, el tono seco de Smífer llenó de nuevo la estancia.

—La elección es de ustedes. Consideren. Entregar al espíritu sería una pérdida menor.

—¿¡Una pérdida menor!? —El rugido del señor Mosg hizo que a sus hijas se les agitara el corazón. —¡¿Te refieres a mi hija como una pérdida menor?!

El retumbar de cristales rotos y madera quebrada hicieron a Seren casi saltar de su sitio. Aunque, para su fortuna, Sora sostuvo su mano.

—Seren...

Ella no parecía escuchar.

—Papá... —La pelirroja intentó pararse, pero su hermana simplemente se negó.

—Seren, no. Escucha... —pidió, por lo bajo—. Tranquila, ¿bien?

—Pero ellos…

—No.

Por un momento había dejado de oír y solo podía pensar en una tonta imposibilidad: entrar y enfrentar lo que sea que estuviera pasando dentro. Algo ridículo, sí, pero que sintió una necesidad.



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En el texto hay: magia, academia, amor odio

Editado: 09.05.2025

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