Esposa de mi jefe

Capítulo 28

—Así que... ¿Paul White? —pregunta Oliver, finalmente, luego de una hora de silencio entre ambos.

—En serio, en vez de contemplar todos estos lindos paisajes, ¿tú vas pensando en Paul? —pregunto, viendo hacia el exterior de la ventana sin ver a Oliver.

—Vamos a ser socios y tú coqueteando con él. ¿Es en serio? Si yo hago algo es con mujeres que no tengan nada que ver contigo —¡ah! ¡Qué considerado! Ahora sí llevo mi mirada a él y no despega su vista de la carretera.

—Yo no sabía que sería tu socio y, además, para mí es vergonzoso que esas tipas con las que te acuestas me miren como estúpida, aunque no tengan que ver nada conmigo.

—Alex... Ni siquiera sabes si me acosté con ella o no.

Río sarcásticamente.

—Sí, claro, solo introdujiste tu pene en su vagina, pero no se acostaron —Oliver me mira y enarca una ceja, por un momento siento temor porque no está viendo la carretera, lo miro incrédula—. ¡OLIVER! —grito, al ver que una camioneta viene casi enfrente, vuelve a poner la camioneta en su carril, y suelto todo el aire que mis pulmones estaban reteniendo. ¡Joder! Este hombre va a matarme de un infarto.

—¿POR QUÉ PUTAS HABLAS COSAS SIN SABER? —todavía me grita, pero al menos me relaja que esté viendo hacia la carretera.

Mejor no contesto, voy a terminar tirándome de esta camioneta, cualquier cosa es mejor que escuchar los gritos de Oliver. Y así, pasamos en silencio por unos cinco minutos, pienso una y otra vez en sus reacciones de celos, pero él sí puede acostarse con otras.

—¿Qué de malo tiene que hable con Paul? —hablo, finalmente—. Faltan 5 meses para que nuestro contrato termine, suficiente tiempo para

conocerlo bien —en realidad, me intriga saber su reacción—, yo sí quiero tener una relación con alguien que no sea un verdadero idiota.

Oliver frena de golpe haciendo que todo mi cuerpo y entrañas vayan hacia adelante, de no ser por el cinturón de seguridad hubiese salido por la ventana.

—¡Oliver! —riño—. ¿Qué es lo que te pasa?

Él no dice nada, se queda distraído por unos dos segundos.

—Lo siento —dice, poniendo el auto en marcha otra vez—, una ardilla se cruzó en el camino.

Frunzo el ceño. ¿Una ardilla? Sí, claro.

—¿Y por casualidad no fue Alvin? —ironizo, a lo que él simplemente suspira sin decir una palaba—. ¿Te molestó lo que dije? —pregunto, con voz apacible, dispuesta a arreglar los problemas.

—No —contesta fríamente—. Total, es tu vida. Tú decides qué hacer luego.

Me refería a lo de Alvin.

—Oliver...

El auto comienza a detenerse, cuando empieza a echar humo en la parte delantera.

—¡Demonios! —exclama Oliver, golpeando el volante.

Esto no es bueno.

Se baja del auto y me bajo seguida de él. Él abre el capó y maldice. Genial, lo único que hay alrededor de nosotros es árboles y ni una persona a la vista que nos pueda ayudar.

—Por casualidad, ¿no sabes arreglar autos? —pregunta, sosteniéndose del capó mirando el motor.

—¿Por qué sabría arreglar autos? —pregunto, cruzándome de brazos.

—Porque tú eres la que crees saber todo —espeta, cerrando el capó de golpe y chequeando su celular.

—Yo no he dicho que lo sé todo, Oliver.

—Pero así lo crees, supones cosas sin preguntar, sin indagar primero —levanta su celular para ver si logra algo de señal.

—¡No es cierto, Oliver! Supongo cosas que tú me haces creer —empiezo a frustrarme—. ¿Dime qué supongo yo que tú no hayas insinuado?

—¿Tienes señal? —pregunta, ignorando mi pregunta, postrando su mirada en mí, volviéndola a su celular que mantiene en alto.

—¡No! Porque alguien estrelló mi celular contra la pared.

—Lo siento —contesta, aún continuando su vista en su celular sin mostrar emoción alguna.

Bufo, esto no me puede pasar a mí, yo tenía una vida bastante tranquila y solo peleaba con Misifús.

—¿Por qué te molesta que salga con alguien? —interrogo, mientras me acerco a él.

—Por lo mismo que tú, Alex —clava su intensa mirada en mí—. Contéstame tú... ¿por qué te molesta...?

—Yo no me acosté con Paul —Oliver se acerca a mí, la furia en sus ojos me da mucho que pensar.

—Pero te gusta.

¡Pero es gay! ¡Jooo...! Pero no, no le diré, que sufra por hijo de p...

—¡Estás celoso!

—¿Qué? —frunce el ceño y me observa fijamente—. ¡Por supuesto que no! Y no quiero discutir contigo tonterías, tenemos suficientes problemas aquí —se separa de mí, dejando impregnado en mi nariz su dulce aliento a menta fresca.

Recuesto mi cadera en el auto, mientras me llevo la uña de mi dedo índice a la boca y comienzo a mordisquearla, estoy estresada, frustrada y confusa.

—¿Qué tal si caminamos? Más adelante debe haber señal —pregunta Oliver, encaminándose sin esperar mi respuesta.

No voy a caminar tras él.

—Aquí te espero —exclamo, indiferente, viendo hacia otro lugar.

Oliver se voltea hacia mí molesto.

—No, olvídalo, no te voy a dejar aquí sola, Alex. Vamos —extiende su mano hacia mí para que la tome, lo hago porque la verdad tampoco me quiero quedar aquí.

Pasa su mano sobre mi hombro y comenzamos a caminar, Oliver se quita el saco y la corbata.

—Alex, cárgame esto —dice, mientras me extiende su saco.

—¿Qué? No, Oliver —él ríe, pienso seriamente que Oliver es bipolar—. Estás molesto y de pronto estás riendo. ¿Has visitado un psicólogo? —me alejo de él de golpe quitando su brazo de mis hombros.

Me observa y enarca una ceja.

—No puedo estar molesto cuando te miras tan linda enfadada. ¿Te lo han dicho? —y me detengo de golpe.

—Lo que quieres es que te patee las pelotas para que mires que sí me veo bien linda enfadada —comienzo a caminar encabronada alejándome de él, lo escucho reír a carcajadas cuando unos camioneros pasan al lado nuestro.

—Adiós, muñequita linda. Cómo me encantaría ser ese...

Hijos de p...




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