Esposa de mi jefe

Capítulo 32

Oliver me abraza, maldito, que agradezca que no lo agarré al estilo Kung Fu Panda, le pide a David que lo llame luego y me alza en su hombro, al tener esa vista de sus burbujas, todo odio hacia él se me pasa.

—Aquí es cuando me arrepiento de haberte dicho que Paul es gay —digo, mientras caminamos tomados de la mano por la playa.

—Si no lo hubieses hecho los mato a ambos —espeta, con fingido odio mirando al frente.

—Sé que estás loco, pero no creo que llegues a esos extremos —río, él sonríe mientras lleva su mirada a mí.

Me quito los zapatos y los cargo en mis manos, la arena entre mis dedos es la mejor sensación del mundo, para mi sorpresa, Oliver hace lo mismo, no me hubiese imaginado nunca que él caminaría descalzo por un lugar así.

Desde donde estoy, un enorme oso de felpa blanco colgando desde el techo de un establecimiento llama mi atención, cosa que no pasa desapercibida por Oliver. ¡Como siempre! Sus pequeñas y peludas manos sostienen un corazón rojo con letras doradas que se leen «I LOVE YOU».

—¿Te gusta? —pregunta Oliver, deteniéndose por un momento para verme a los ojos.

—¿A ti no? —ironizo, ya está anocheciendo y el tráfico de personas ya no es tan pesado en este lugar. Oliver mira el oso con descontento.

—La verdad no, muy femenino para mi gusto —no puedo evitar reír—, pero lo conseguiré para ti —dicho esto pone sus zapatos de regreso en sus pies y yo hago lo mismo con los míos, se encamina al lugar conmigo tomada de su mano.

—Tienen que derribar 10 soldaditos con esta escopeta —afirma el encargado del lugar, su cabello a lo muy afro es levemente revuelto por el

poco viento que azota en estos precisos instantes, lleva una camiseta azul con el logo de la feria. Le da la escopeta a Oliver y la toma como si es algo a lo que está acostumbrado.

—Practiqué tiro al blanco hace unos años, espero aún recordarlo —articula, mientras apunta hacia el primer soldadito, dispara sin éxito.

—¡Mierda! —sisea, sonrío mientras niego con mi cabeza.

—Una bala menos —dice efusivo el tipo del gran afro.

—Qué mala puntería, señor Carlin —menciono, con tono de regaño fingido hacia Oliver. Él ríe, haciendo que el segundo intento por derribar al soldado sea un fracaso por la risa.

—Esto es tu culpa, Alex —me mira con desapruebo y dibuja una sonrisa perfecta en su rostro.

—Déjame intentar —digo, tomando la escopeta, Oliver me cede el lugar milagrosamente sin regaños—, si lo gano es tuyo —le guiño un ojo, él sonríe, sé que piensa que no lo haré.

—Solo queda una bala, señores —el del afro habla, mientras esponja más su cabello viéndose en un espejo de mano que sostiene.

Me pongo en posición y apunto, tengo que concentrarme el doble con Oliver tan sexi de brazos cruzados de pie a mi lado.

Y bien… 1, 2, 3, 4 —Oliver me mira atónito—, 5, 6, 7, 8 —el del afro voltea a ver cada uno de los soldados que van siendo derribados con una expresión de asombro en su rostro—, 9, 10.

La alarma que anuncia al ganador comienza a sonar, luces de colores comienzan a dar vueltas por todo el establecimiento. Oliver me mira atónito y el hombre del afro aún sin poder creerlo baja el enorme oso de felpa y me lo entrega, es casi de mi tamaño. Oliver me mira confuso.

—Es tuyo —digo, estrechando el oso hacia él—, un trato es un trato —continúo y me dispongo a caminar hacia el establecimiento de Ken una vez que él tiene el oso en sus manos.

—Alex, ¿qué… Qué fue eso? —me sigue a paso rápido, me rodea y se ubica frente a mí.

—Escuela militar.

—¿Escuela militar? —repite mi frase en forma de pregunta.

—Sí, fueron más bien unos campamentos a los que el señor Carlin me obligó a ir por cinco años seguidos mientras mi hermana visitaba una academia de ballet en el verano.

—¿Y eso por qué? —frunce su entrecejo, se ve tan divertido cargando el enorme oso de felpa.

—Ya te lo comenté, me odia —digo, luego de un suspiro y continúo mi camino.

—Tu padre no te odia, Alex —escucho detrás de mí—. De hecho, el día que hablé con él me habló muy bien de ti.

Esas palabras hacen que me detenga de golpe y gire sobre mis talones hacia Oliver.

—¿Tú hablaste con mi padre? —me cruzo de brazos y lo veo fijamente—. Me comentaste de mi madre, pero jamás de mi padre.

—No te molestes, Alex.

—¿Cuándo? —le interrumpo, ¿por qué me oculta estas cosas?

—El mismo día que llamó tu madre, y me pidió que no te comentara al respecto —dice, con voz derrotada.

—No ha contestado mis llamadas desde que me mudé a Nueva York —alzo la voz, esto no me agrada.

—Tal vez deberías ir a verlo, yo puedo ir contigo…

—¿Qué? ¡No! —vuelvo a interrumpir—. ¿Es que no lo entiendes? Él ahora sí quiere dárselas del padre responsable solo porque estoy casada contigo, Oliver.

—Eso no lo sab…

No dejo a Oliver terminar su frase, giro de inmediato y molesta me encamino hacia el establecimiento de Ken. ¿Por qué diablos me oculta estas cosas? Ya le había comentado sobre mi padre. ¿Y todavía lo defiende? Mi mente divaga entre todos esos pensamientos, ni siquiera sé si Oliver sigue mis pasos o no, hasta que me toma de la cintura y comienza a hacerme cosquillas.

—¡Oliver! ¡No! —comienzo a reír a carcajadas—. ¡Oliver! Bas... Bas... ¡Basta! ¡Por Dios! —balbuceo entre risas, por fin se compadece de mí y me suelta, choco contra una pared y deslizo mi espalda sobre esta—. ¡Te odio! —exclamo, limpiando las lágrimas de mis ojos provocadas por las risas.

Oliver va por el oso de felpa que había dejado recostado sobre una pared marrón, me extiende la mano para ayudar a levantarme.

—Vamos por ese vestigio que tienes por celular —dice, mientras me pongo de pie con su ayuda.

—¿Vestigio? ¡Uy! Señor culto, diccionario andante, enciclopedia humana...

—Alex, a veces deseara que fueras muda —dice, con su mirada de desaprobación—, en serio.




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