Esposa de mi jefe

Capítulo 34

Entro a una habitación y deposito mi mochila sobre la cama que se supone que vamos a compartir y es bastante pequeña, vaya… Entre más tiempo juntos, menos espacio.

Oliver habla con Henry frente a la chimenea mientras observo a través de una pequeña ventana la gran vista que tiene este lugar y miro que los amigos del señor Anderson están comenzando a prepararse para jugar béisbol, me encamino hacia allá.

Me paro al lado del señor Anderson, quien sostiene un bate de béisbol en sus manos, se ve juvenil con una remera blanca que lleva puesta, y la gorra que tapa sus canas, está esperando que se ubique un señor con barba, quien al parecer hará el papel del pícher.

—¿Quieres intentar? —pregunta, brindándome el bate de béisbol, al principio pensé en negarme, pero ¡al diablo ser una dama! Yo sí quiero jugar béisbol.

Asiento con mi cabeza y tomo el bate.

—Bien, solo concéntrate en la pelota y dale con todas tus fuerzas —habla el señor Anderson, ya he jugado béisbol, pero no quiero ser grosera y decirle que ya lo sé, así que asiento con mi cabeza como si es un gran consejo.

—Vamos, Chris, sé gentil —grita el señor Anderson al señor que va a lanzar, apartándose para permitirme batear.

El señor Chris lanza y, ¡home run! —sonrío—. Todos observan la pelota alejarse del campo y perderse.

—Señor Anderson —me dirijo a él, quien aún mira anonadado hacia el infinito donde la pelota se ha ido—. ¿Y si me uno a su equipo?

—¡Estás dentro! —exclama sonriente—. ¡Dame esos cinco! —choco la palma de mi mano con la suya y grita a sus amigos.

—Chicos, tenemos nuevo miembro —ellos solo sonríen. Nuestro equipo era el señor Anderson, el señor Peter y el señor Evan, dos socios importantes, me siento un bebé desnutrido al lado de todos estos señores con sus cuerpos robustos y sus canas alborotadas por el viento. El otro equipo estaba formado por otros cuatro señores importantes, recuerdo que a dos de ellos los conocí en Italia.

El grupo es pequeño, ya que no tenemos la cantidad necesaria de miembros, así que hay mucho que ganar y que perder. Al menos soy la más ligera (entre ellos), por lo cual alcanzarme para estos señores es casi imposible, el señor Anderson y los otros dos miembros del equipo simplemente ríen, hasta yo me imagino la escena graciosa que debo estar protagonizando junto a estos ancianos.

Observo a Oliver parado a un costado con Henry, y me observa con el ceño fruncido, se acerca a su padre y le murmura algo, el señor Chris ya no puede más, se retira a una banca hiperventilando, por lo cual Oliver toma su lugar. ¡Genial! Ya con Oliver es otra cosa, me sonríe malicioso mientras tomo el bate y se prepara para lanzarme la jodida pelota, los ojos de Oliver me ponen los nervios a flor de piel, pero no va a intimidarme, tengo que concentrarme el doble, maldito Oliver.

Él se prepara y como si fuera poco me lanza una curva, me imaginé que haría eso, lo que Oliver no sabe es que mi abuelo era un beisbolista y cuando pasas bastante tiempo con tu abuelo que ama el béisbol hasta las curvas parecen un simple juego de ping-pong. Mando la pelota a home run también, Oliver mira la pelota sorprendido mientras el señor Anderson ríe y yo comienzo a disfrutar mi home run, incluso caminando, Oliver me mira y sonríe negando con la cabeza, mientras yo le sonrío triunfante, me encojo de hombros y continúo, llego hasta el señor Anderson, quien extiende la palma de su mano con sus ojos cristalizados de risa y choco mi palma contra la suya al igual que con los otros miembros del equipo.

Luego de un tremendo juego y sudores por todos lados, nos dirigimos a una banca de madera que está en el patio trasero, la grama que cubre el suelo de este lugar se ve tan fresca que hasta incluso tengo temor de pisarla y que se dañe, no había visto esta parte del patio, tiene un asombroso jardín con bellas rosas aromáticas; el señor Anderson y sus amigos me incluyen en su conversación sobre béisbol, creo que ya me miran como uno de ellos, me acerco a Oliver, quien ya está sentado junto a su madre, caballerosamente se pone de pie y saca la silla a su lado para mí, esos actos suyos me encantan, le doy un beso en la mejilla y él sonríe.

—Así que... ¿también béisbol? —pregunta, saliendo de la conversación con su madre y voltea su rostro a verme. Me encojo de hombros.

—Pasé mucho tiempo con mi abuelo que jugaba béisbol profesional en su juventud.

—¿En serio? —me mira intrigado y sonríe—. Nunca en mi vida me imaginé casarme con una mujer que supiera más de béisbol que yo.

—Bueno, tampoco te imaginaste casarte —respondo, él esboza una leve sonrisa.

Comemos en silencio mientras escuchamos a la señora Anderson contar sobre cuando no tenían todo esto y vivían en un pequeño apartamento rentado, entiendo perfectamente esa sensación y es la mejor, sé que Oliver no lo entiende porque él ya nació en cuna de oro.

Ya está anocheciendo, Oliver se dirige al interior de la casa por una botella de vino, en la casa no hay energía eléctrica, solo unos candelabros antiguos que dan una luz tenue pero armoniosa. Observo la posa que se mira más radiante con la enorme luna llena que se refleja en el agua.

—Veo que el señor Billy hizo un gran trabajo como maestro de béisbol —Raymond me saca de mis pensamientos y volteo a verlo.

—¿Qué tal, Raymond? ¿Por qué tan solitario? —simplemente sonríe.

—¡Ah! —suspira—. Hacen falta unas cervezas —se sienta a mi otro costado. Y volteo levemente hacia él.

—¿Desde cuándo tú, el señor Perfecto, toma cerveza? —ironizo, no, él es el más alcohólico que he conocido.

—Tú y tus ironías, nunca te compones, Alex. Por cierto, recuerdo que la última vez que te vi fue para el funeral de tu abuelo —sonrío tristemente, sí, lo recuerdo—. Recuerdo que… —continúa—, tú llorabas y yo no sabía qué hacer, así que lloré contigo, después de todo era tu abuelo.

—Y también fue lo mismo cuando enterrábamos a mis conejos. Nunca fuiste de gran ayuda —en mi niñez, Raymond fue mi mejor amigo.




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