Esposa de mi jefe

Capítulo 39

—Andi, necesito un café —me recuesto sobre el espaldar de la silla giratoria de Oliver, ahora entiendo por qué ama esta jodida silla.

—Claro —menciona Andi, luego de depositar unos papeles sobre mi escritorio de mala gana.

Y ahí recuerdo que puede escupir en él.

—Andi —llamo, ella se gira hacia mí antes de cruzar la puerta—, mejor tráeme un jugo… sellado… —esbozo una sonrisa y ella rueda los ojos. Se pierde tras la puerta y cierra de un portazo.

Alguien quiere quedarse sin trabajo.

Nunca había hecho algo como esto, pero ¿quién mejor que yo para elegir a la nueva secretaria de Oliver?, obviamente, no voy a permitir una mujer semidesnuda junto a mi esposo.

Pongo mi cara más sin amigos posible, a medida que Andi me va entregando los papeles que le corresponde a cada una, al verme, todas al pasar por el umbral se sorprenden, sé que querían que un hombre las entrevistara… Bueno… ¡Sorpresa! Sus trajes provocativos no les van a funcionar conmigo, queridas.

No.

No.

No.

Por supuesto que no.

¡Por Dios! ¡No!

¿No había más tela para tu falda? No.

—Río —obvio que no.

—¿Alguna vez has coqueteado con un antiguo jefe? —miro a los ojos a la rubia peliteñida frente a mí.

—¿Es esa una pregunta de la entrevista?

—¡Por supuesto! Y muy importante —sonrío ampliamente.

—Pues... Obvio que no —sonrisa nerviosa, se rasca detrás de la cabeza, las pupilas de sus ojos azules se dilatan, río de manera sarcástica.

—Gracias, la llamaremos, señorita Vega.

Obvio que no la llamaremos.

Ah, ella se ve bien. Observo a una mujer de unos cuarenta y cinco años que entra por la puerta, con un traje negro formal, y se sienta frente a mí acomodando su cabello negro con algunos tonos grises ya visibles con sus manos regordetas, con una sonrisa tímida saluda, tiene algunas marcas de arrugas en su rostro, estoy recostada en mi silla giratoria y la observo de pies a cabeza, no para de mover sus dedos y acomoda sus grandes lentes con sus sudadas manos que luego seca en su pantalón de vestir.

—Disculpe, ¿su nombre? —no sé por qué esta señora me está cayendo bien.

—Cristal Ross.

Y comienzan las típicas preguntas que ya casi me sé de memoria. Me suena bien todo lo que dice, bastante experiencia laboral. ¡Ah! Tiene diez hijos. ¡Por Dios! ¿Cómo es eso posible en estos días?

—Bueno, de hecho, no son hijos biológicos, mi esposa y yo los adoptamos luego de que, por fin, la ley nos permitiera casarnos —frunzo mi entrecejo, dijo… ¿esposa?

¡Ya tenemos secretaria!

—Bienvenida a la revista Anderson, señora Ross —digo efusiva, poniéndome de pie y extendiendo mi mano hacia ella, ella con una sonrisa de oreja a oreja sacude mi mano, está casi saltando de alegría mientras se disculpa, le doy las instrucciones, se supone que tiene que regresar al día siguiente a su jornada laboral.

En ese preciso momento Oliver entra por la puerta, observo la reacción de Cristal, pero no parece tomarle importancia como el resto de las mujeres. ¡Es perfecta! Oliver se acerca a mí.

—Anderson, ya tienes secretaria. Ella es Cristal Ross —digo, escribiendo algunas cosas en los papeles.

Oliver posa su mirada incrédula en mis ojos, luego en la señora Cristal y enarca una ceja. Ella sonríe y le estrecha la mano, mala idea. Oliver observa su mano y sé que hará lo mismo que me hizo a mí cuando lo conocí, lo veo fijamente y le hago un gesto de que tome la mano de la señora Ross, lo hace con esa expresión neutral en su rostro, ella sonriente sacude su mano.

—Puede retirarse, señora Ross, mañana la veo —al menos muestra un tono amable. Ella asiente, toma sus cosas y se retira.

Una vez que ella ha salido por la puerta, Oliver me mira enarcando una ceja.

—Sabía que harías algo así, Alex —recuesta sus caderas sobre el escritorio mientras me mira desafiante.

—¿Algo cómo, mi amor? —pregunto, sonando indiferente mientras reviso los papeles, él solo sonríe y me mira—. Por cierto, su esposa y ella adoptaron 10 niños. ¿Puedes creerlo? —lo miro a los ojos con cierta expresión de sorpresa.

—¿Esposa? —arquea una ceja y sonrío triunfante. Él niega con su cabeza con una sonrisa.

—Bueno, tú dijiste que confiabas en mí, ¿no? —continúo escribiendo en los papeles, yo no podía permitir ninguna zorra de asistente para mi esposo.

—¿Vamos a almorzar con Natalie y David? —pregunta, luego de soltar una leve risa por mi gesto.

—¿Natalie y David? —frunzo mi entrecejo, si Natalie le sigue hablando es porque no tuvieron nada ayer.

—Sí, al parecer quedaron encantados el uno con el otro —conociendo a Natalie eso no va a durar mucho.

Me levanto de la silla acomodando los papeles mientras Oliver me ayuda, sí, nunca he sido muy ordenada con los papeles. Llegamos al restaurante donde David y Natalie están muy sonrientes en el parqueo recostando sus caderas sobre el auto de David, como siempre nuestro saludo a gritos que ensordece a Oliver y ahora a David que nos mira con el entrecejo fruncido.

—Acostúmbrate —exclama Oliver a David al ver que él nos mira confuso sacudiendo su oído derecho.

Al menos, este no es un lugar tan lujoso como los que le gustan a Oliver, como lo supuse, David está más loco que yo, hasta me cuesta verlo en esta faceta, en mi cabeza, sigue siendo David Schmitt, el gerente con sus finos trajes todo el tiempo igual que Oliver.

—¿Y desde cuándo ustedes son amigas? —pregunta David, tomando un sorbo de jugo del vaso de cristal que sostiene.

—Desde los dieciséis —exclama Natalie—, luego que salimos con el mismo tipo —ambos nos miran con las cejas arqueadas.

—Pobre —expreso pensativa, para luego cortar un pedazo de carne.

—Sí, no sabía que ambas estábamos en el grupo de kick-boxing. Y bueno, usó muletas como por tres meses —me río a carcajadas, aún recuerdo eso, ambos nos miran con el ceño fruncido.




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