Esposa de mi jefe

Capítulo 41

—¿Y bien, supongo que es mi deber preguntar cómo está Alexander? —pregunto, intentando evitar que mi madre continúe con esas historias vergonzosas.

—¿Tu padre, dirás? —vuelve su mirada a mí.

—¿Tu padre se llama Alexander? —cuestiona Oliver mirándome a los ojos.

—¿Qué ironía, no? —contesto de manera sarcástica, a lo que mi madre nunca se toma muy bien.

—Alex... —riñe ella.

—Mamá, él fue el que dijo que si me iba de la casa dejaba de ser su hija —hablo con un tono de voz fuerte.

—Y se arrepiente, Alex —me interrumpe, suelto un suspiro.

—¿Entonces por qué no está aquí? —la miro a los ojos y un silencio incómodo se apodera de esa mesa hasta que Oliver lo rompe.

—Nos encantaría ir a Miami, señora Alicia —¿ah? Lo miro con desconcierto. ¿Qué ha hablado con mi madre sin mi permiso?

—¿Qué? —no me gusta que haga cosas a mis espaldas, mucho peor que tengan que ver con mi familia.

—Alex, en dos días es el cumpleaños de papá —Stefanie me mira a los ojos— y él quiere que estés presente.

¿Y qué hay de todos mis cumpleaños que él no estuvo para mí?

—¿Desde cuándo? —tal vez eso se escuche rudo, pero él ha sido rudo conmigo.

—Desde que enfermó —dice mi madre—, estuvo internado en el hospital por varios días.

—No lo creo, él dice que es fuerte y que nunca se enferma...

—Alex... —esta vez Oliver me interrumpe, como si él entendiera algo.

—Nunca sabes cuándo pueda ser el último cumpleaños —añade Stefanie, con melancolía en su voz.

Eso resuena en mi cabeza, «no sabes cuándo pueda ser el último cumpleaños», lo mismo dijo el abuelo Billie antes de morir en aquel accidente de tránsito.

—Mañana iremos con ustedes —habla Oliver, luego de unos cuantos segundos de silencio.

—¿Mañana? —pregunto—. ¿No es muy pronto? Acabamos de regresar —Oliver debe estar de broma.

—David hace un excelente trabajo, podemos desaparecer un par de días sin problemas. Se quedarán en nuestra casa, ¿cierto? —ahora se dirige a mi madre y a Stefanie.

—Bueno, habíamos reservado en un hotel... —contesta mi madre cuando es interrumpida por Oliver.

—No, ustedes se tienen que quedar con nosotros, no se preocupen por nada, además, mandé sus maletas a nuestra casa. Llamaré a David para que prepare el jet.

—¿Jet? ¿Tienen un jet? —pregunta mi hermana con expresión de asombro en su rostro.

—Bueno, Oliver tiene un jet.

—Alex, es tuyo también —me interrumpe— y, por cierto, ella odia esos tipos de regalos, por esa razón no tiene uno personal.

¡Ah! ¡Sí! Bien casual tener uno personal.

—Alex y sus orgullos —exclama mi madre, observándome mientras emboza una sonrisa mirándome a los ojos—. Igual que su padre en muchos aspectos.

De tantas vergüenzas que pasé ni siquiera me había fijado que no las llevaban consigo. Nos dirigimos a casa de Oliver, ya está oscuro y es un poco tarde, no puedo evitar pensar en que mañana veré a mi padre.

Rosa enseña sus cuartos a mi madre y a Stefanie, mi hermana recorre aquella enorme casa desde que entró al jardín, así le gustan las cosas a ella, y mucho más por el cuarto que hasta yo observo, se supone que es mi casa y ni siquiera conozco algo más que no sea la sala, la cocina, el comedor y el cuarto de Oliver.

—Alex, ¿por qué diablos ni siquiera me comentaste nada de esto? Yo siempre te he contado todo —Stefanie se sienta al borde de la cama de la habitación que tendrá por esta noche y me mira con descontento.

¿Cómo puedo comentarle esto?

—Porque no quería que le comentaras a papá, Stefanie. No quería que ahora sí pensara que soy un orgullo porque me casé con Oliver Anderson —ella frunce su entrecejo, pero no la miro a los ojos.

—No pienses así de él, Alex —suelta, luego de un suspiro.

—¿Qué más puedo pensar si él me dejó en claro que tú pensabas mejor porque te casaste con un doctor? —ahora sí la miro a los ojos, recuerdo perfectamente todas las veces que me lo repitió.

—Pero sabe que se equivocó, Evan se acostó con su secretaria, papá lo detesta y se arrepiente del día que le permitió casarse conmigo —frunzo el ceño— y mírate tú, estás feliz con tu esposo porque nunca prestaste atención a lo que él te decía.

—¿Evan te engañó? —me siento a su lado, no puse atención al resto que me dijo, mi mente quedó en blanco al escuchar que el idiota del doctor se acostó con su secretaria—. ¿Y... lo dejaste? —niega con su cabeza, sus ojos se cristalizan—. ¿Y qué esperas? —añado, al ver que no hay respuesta suya—. Eres una mujer fuerte, y sé que saldrás adelante sin él, y sin nadie.

—Yo no soy como tú, Alex —quita su mirada de mis ojos y mira al frente—. Siempre le pregunté a mi padre el porqué no me crio como a ti, tú eres arriesgada, decidida, valiente, porque él te educó así; mientras que yo siempre dependí de alguien más, hasta de ti dependía para la escuela —sonríe desganada, y vuelve su mirada a mí—, yo no puedo hacer nada, dejé la universidad. ¿Qué se supone que haré?

—Eso no es cierto —tomo su mano, por algún motivo están bastante frías—, eres una gran diseñadora. ¿Recuerdas cómo hacías brillar a tus muñecas con solo un pedazo de tela que yo cortaba para ti de las cortinas de mamá? —ambas reímos a carcajadas al recordar a mamá histérica por el pedazo faltante en sus cortinas, yo era la que sufría las consecuencias con la bendita chancla.

—Sí, pero...

—¿Pero...? —la interrumpo.

—Es que… —hace una pausa y suspira— estoy embarazada.

¿Embarazada? No sé por qué esa noticia me causa emoción y esbozo una gran sonrisa.

—¿Y qué? —cuestiono—. Tiene abuelos, tiene tía y ahora tío, no necesita un padre mentiroso que engañe a su madre —ella sonríe con sus ojos nublados, y me mira.

—Aún no creo cómo Evan me prohibió hablar contigo —maldito Evan, una lágrima corre por su mejilla cuando Oliver, como siempre arruinando momentos, entra por la puerta que habíamos dejado abierta.




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