Esposa de mi jefe

Capítulo 47

Despierto con el suave sonido de un gorrión, abro los ojos y de inmediato enfoco al pajarillo sobre el marco de la ventana, ya extrañaba esto. Me remuevo un poco, pero…, mierda, el pecho de Oliver es bastante cómodo. De inmediato, Oliver despierta, talla sus ojos y mira en todas las direcciones.

—¿Qué hora es? —pregunta, vuelvo mi mirada al aparato sobre la mesa de noche y el reloj marca un poco más de las ocho.

—Las ocho —Oliver abre los ojos como platos y se levanta de la cama como un resorte, corre hacia el baño y lo miro con intriga perderse tras la puerta.

—¿Qué te pasa? —me pongo de pie y camino hacia él, está lavando sus dientes con prisa.

—El regulo du tu…

—¿Qué? —él escupe la pasta dental y encuentra mi mirada en el espejo.

—Nuestro regalo para tu padre ya debe estar aquí —continúa cepillando sus dientes. ¿Nuestro regalo?

—¿Cómo que nuestro regalo? —camino hacia él mientras me cruzo de brazos y me detengo a su costado, él asiente y frunzo mi entrecejo—. ¿Qué le compraste?

—¿Qué ama tu padre aparte del vino? —suelta, luego que termina de lavar sus dientes; limpia sus manos en una toalla.

—¿Las vacas? —me imagino una vaca con un gran moño y no puedo evitar reír, lo que hace a Oliver voltear a verme con intriga mientras se pone una polera y luego un pantalón deportivo—. Lo siento —menciono, entre risas y él me mira con sus ojos entrecerrados.

—No es una vaca —menciona, con una sonrisa, dicho esto abre la puerta y sale, me pongo un short a toda prisa y salgo tras él.

Justo al bajar las escaleras mi madre y Stefanie están ahí, ambas sostienen una taza de café y llevan su mirada a nosotros.

—Llegó algo para ti, Oliver —menciona mi madre, encaminándose hacia la cocina, regresa a paso rápido con una enorme caja, que por su forma puedo jurar que es una escoba.

Pero no me imagino a Oliver regalándole una escoba a mi padre.

—Guau, sí que son más que puntuales. Muchas gracias —manifiesta Oliver, mientras mi madre le entrega una caja. Tengo que saber qué es. La curiosidad me vuelve loca—. ¿Alexander no lo vio, cierto? —pregunta, mirando a mi madre y a mi hermana. Ambas niegan con su cabeza.

¿Alexander? ¿Ahora son amigos?

—Salió muy temprano hoy para terminar sus labores a tiempo para la cena que le tenemos preparada —dice mi madre, tomando su taza de café que había dejado sobre la mesita frente al sofá.

—Estupendo —Oliver camina de regreso a la habitación pasando por mi lado, ellas me miran intrigadas.

—Alex, ¿qué es? —sisea mi madre, cuando Oliver ya ha subido las escaleras.

Ni yo sé qué es. Pero puedo jurar que es algo horriblemente caro.

—Es una sorpresa para papá, madre —arqueo mis cejas y camino detrás de Oliver tratando de ocultar mi ignorancia—. Por cierto —me detengo a la mitad de las escaleras—, ¿qué es lo que Alexander ama aparte del vino?

—A mí —mi madre no duda en responder, toma un sorbo de café y mueve sus hombros de manera graciosa, Stefanie la mira con su entrecejo fruncido—. ¿Qué? Ustedes ni se imaginan cuál es mi regalo para él esta noche.

¡Por Dios!

—Mamá no me cuentes —digo, negando con mi cabeza, subo inmediatamente antes de que a mi madre se le ocurra hablar demás. Mejor le ruego a Oliver para que me diga qué es. Tengo que averiguarlo.

Subo aquellas escaleras a toda la velocidad posible, hiperventilo cuando llego a la habitación y ahí está Oliver, ha puesto la caja sobre la cama y de inmediato siento el enorme deseo de abrirla imprudencialmente como cuando me entregó el collar.

—¡No! —exclama Oliver, como leyendo mis pensamientos, siempre hace eso y me hace verlo desconcertada.

—Entonces dime qué es porque si no te juro que esa cajita no llega intacta hasta la cena —sonríe, yo no le veo la gracia.

—Entonces iré a esconderla —lee unos papeles que supongo que son de la entrega.

—Oliver...

—Piensa, Alex... —me interrumpe—. Si al menos le atinas cerca te digo qué es con más exactitud —declara, aún sin quitar la vista de los papeles.

Y pienso, pienso y pienso, mientras me siento en la orilla de la cama... Descarto un bate de béisbol porque él odia el béisbol, tomo la caja y la sacudo y nada se mueve dentro. ¡Mierda! —exclamo—. Oliver mira mi acto de desesperación divertido.

—¡Vamos! —intenta animarme, lo observo a los ojos, como si fueran a decirme algo—. No lo puedo creer, Alexandra —exclama—, a mí me bastó con escucharlo una vez.

—¿Tiene que ver con vinos? —interrogo.

—No —contesta de inmediato y vuelven sus ojos a los papeles.

—¿Con mamá? —frunce el ceño y ríe, seguro que escuchó lo del regalo de mi madre a papá.

—Tampoco —niega con su cabeza.

Mierda.

—¿La cabeza del otro hombre que fabrica vinos por aquí cerca? —Oliver ríe a sonoras carcajadas—. ¿El cadáver del perro de la panadería que le mordió el tobillo hace unos años?

—No... —más carcajadas de parte de Oliver.

—¿Una varita mágica? —Oliver lleva sus manos a la cintura mientras me mira divertido.

—En serio que no he conocido a nadie con mejor imaginación —continúa riéndose.

Esto es demasiado estrés para mí. Estoy comenzando a quedarme sin uñas, me recuerda cuando jugábamos a las adivinanzas con mis primos. Solo que a ellos si no me daban la respuesta los golpeaba y a Oliver no puedo hacerle eso. ¿Qué ama Alexander aparte del vino, y aparte de mamá? Qué buen acertijo. ¿Por qué no lo ponen en los crucigramas?

Observo los papeles que Oliver tiene en sus manos, en un ágil movimiento logro arrancárselos de las manos, pero rápidamente me logra tumbar sobre la cama, forcejeo para que no logre quitármelos y se postra sobre mí, entre sus piernas me atrapa, sus carcajadas le restan fuerza, pero aun así es más fuerte que yo, sujeta fuerte mis muñecas y cambio mi expresión por una mueca de dolor, Oliver me observa e inmediatamente se levanta.




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