Esposa de mi jefe

Capítulo 48

Me regreso a la habitación, necesito recostarme un poco y pensar que todo está bien, abro la puerta y miro alrededor, me sorprendo al notar que todo está perfectamente arreglado y en su sitio, ni una sola arruga en las sábanas. ¿Cómo? Yo pensé que el cuarto de Oliver se miraba tan limpio y ordenado por Rosa, pero ya veo que Rosa no tiene nada que ver, no puede ser cierto, sí que es un perfeccionista en todos los sentidos, y yo que todo el tiempo ando tirando las cosas por ahí, al menos ya tengo quien las recoja, no puedo evitar reír ante mi pensamiento.

Me despojo de mi ropa y tomo una ducha, me relajo al sentir el agua recorrer mi cuerpo, se siente tan bien, el aroma a flores que desprende mi champú invade mis fosas nasales, tomo una toalla y me seco perfectamente, busco algo que ponerme y con el cabello aún húmedo bajo a la cocina.

Sé que es la abuela que está cocinando, mi nariz reconoce esos aromas que hacen mis papilas gustativas salivar, camino hasta ella; por suerte mis Converse no hacen ningún ruido y la abrazo por detrás, al instante se suspende tirando el cucharón por los aires y regándose ella misma e incluso a mí de algo que parece una salsa, miro mi brazo cubierto del líquido rosa y no dudo en pasar mi lengua por este, ella se separa de mí con la mano en el pecho y me observa intimidantemente. En ese preciso momento mi madre entra a la cocina suelta en carcajadas.

—Tú eras la que repetía una y otra vez que extrañabas a Alex, ¿no? —y miro a la abuela, quien aún mantiene esa mirada en mí.

—En serio, abuela, ¿me extrañabas? —la rodeo con mis brazos de una manera tierna y ella sonríe.

—Sí, ya extrañaba esos sustos que casi me paralizan el corazón. Nunca le hagas eso a tu padre o lo mandas al hoyo inmediatamente.

Y ahí es donde me doy cuenta de que él sí tiene algo, miro a mi madre en busca de una explicación y ella está de espaldas a nosotros cortando unas verduras ajena a la plática.

—Abuela. ¿Qué es lo que tiene Alexander? —la abuela está limpiando la salsa de la pared y levemente se gira hacia mí.

—¡Muchacha! ¡No lo llames así! Papá. PAPÁ —enfatiza—, eso es culpa de Billie, que en paz descanse, te hizo llamarlo papá a él y al pobre Alexander por su nombre —ruedo mis ojos.

—Y bien. ¿Me dirás que tiene PAPÁ? —hago énfasis en esa palabra para que le quede claro.

—Últimamente le ha estado afectando el corazón —la abuela mira al vacío, significa que él no estaba actuando.

—El otro día lo llevamos de emergencia al hospital —mi madre interrumpe y me mira—, sufrió un ataque cardíaco al llegar, llegamos a tiempo, de otra forma ya no estuviese aquí —su expresión se torna triste—. Cuando regresó en sí, por la primera persona que preguntó fue por ti, y no digas que tiene algo que ver con Oliver porque cuando eso pasó aún no nos habíamos enterado de que estabas casada, y te puedo enseñar los papeles del hospital —mi madre me mira molesta y regresa a su posición para comenzar a cortar unos pimientos.

—¿Pero por qué nadie me dice nada? —me cruzo de brazos, cierro mis ojos para intentar calmarme y los abro nuevamente, si es que ni para esto me toman en cuenta.

—Porque él no quiso que te mencionara nada de esto. Así que no le digas nada, por favor —se voltea y me mira—. Dime, si te hubiese dicho, ¿cómo hubieses reaccionado? No creo que hubieses venido hasta aquí, no te has aparecido por ninguno de mis cumpleaños, de los de tu abuela ni por los de Stefanie por estar tan molesta con él —ella se acerca a mí y yo la miro con mi entrecejo fruncido.

—Tu madre tiene razón, Alex —la voz de la abuela me saca de mis pensamientos—, aunque a veces se porte como loca como la vez que encontró unas cruces rojas afuera de la casa y comenzó a gritar que habían venido a hacerles brujería —ríe a carcajadas— y en realidad era tu padre que quería hacer un garaje más amplio y no encontró otra manera más sutil de mostrarle a los trabajadores de qué ancho lo quería —y sigue riendo, mi madre solo tapa su rostro y puedo ver cómo la sangre se le ha subido al rostro; no puedo evitar reír igualmente, incluso me tengo que sostener de la mesa porque ya no puedo más, y así fue por el resto de la hora, hasta que mi madre me deja ir su bendita chancla y queda casi pintada en mi brazo.

—¡Mamá!

—Puedes estar casada, con diez hijos y 25 nietos, pero yo siempre seré tu madre y de mí no te vas a reír —ni ella misma aguanta una risa, cuando intento reír nuevamente se saca la otra chancla y salgo de ahí lo más rápido que puedo, esas jodidas chanclas de plataforma sí duelen.

Antes de subir las escaleras observo por la pequeña ventana con la vista del patio, llama mi atención una imagen de Stefanie, por la expresión en su rostro sé que está bastante molesta y discute con alguien, miro quién está frente a ella y no puede ser nadie más que el idiota del doctorcito Evan, siempre con su traje verde que presume por todos lados. Me detengo para continuar viendo la escena, cuando el idiota toma a Stefanie de la muñeca y comienza a zarandearla mientras le grita. ¿Quién se cree ese idiota?

Salgo de la casa por la puerta contigua a la ventana y camino hacia ellos lo más rápido que puedo con mis puños cerrados a ambos costados de mi cuerpo, no sé por qué Stefanie nunca aprendió a defenderse, a mí alguien me agarra de esa forma y juro que le arranco las pelotas. Justo en ese preciso momento Evan levanta su mano y solo observo a Stefanie caer sobre el pasto, maldito hijo de p... Me acerco a ellos más rápido y me impulso para empujarlo contra un árbol al lado de él, ni siquiera puedo medir la rabia que siento en estos momentos, Stefanie se levanta de inmediato e intenta limpiarse las lágrimas que corren por sus mejillas. La sostengo al ver que sus piernas flaquean por ponerse de pie tan bruscamente.

—No te metas en lo que no te importa, hija de perra —odio que la voz de ese idiota retumbe en mis oídos, mucho más con esas insultantes palabras, más hijo de perra que él no puede haber.




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