Esposa de mi jefe

Capítulo 52

Y en ese preciso momento es cuando una lágrima reclama salir de mis ojos, nunca había visto a Alexander de esta forma ni él me había visto a mí de esta y la lágrima corre, corre hasta perderse en mi clavícula, despacio retomo el lugar en el que estaba al lado suyo.

—¿Cómo puedes creer que no me iba a afectar? Cuando todos mis compañeros de la escuela esperaban ansiosos que sus padres llegaran a recogerlos, veía cómo corrían a abrazarlos cuando los veían y yo esperaba que la maestra me llevara a casa cuando se olvidaban de ir por mí.

Los ojos de Alexander comienzan a llenarse de lágrimas y varias corren por su rostro y continúo, trago el nudo en mi garganta que apenas me deja hablar.

—¿Cómo puedes creer que no me iba a afectar el hecho de que me llamaras fracaso solo porque a mí me gustaban cosas que ti no?

—Alex...

—¿Cómo puedes creer que no me iba a afectar el hecho de que cada vez que te veía solo era para pelear conmigo solo porque no era lo que tú querías? Porque mis calificaciones no eran perfectas. No entiendo qué te hice como para que me odiaras tanto.

—¿Cómo puedes creer que yo te odiaba, Alex? Yo te he amado toda mi vida, solo no me percaté del daño que te hacía con mis actitudes.

—Sinceramente no quiero escuchar lo que tengas por decirme...

Él afloja mi mano y me observa, mis ojos están empañados y lucho por no soltarme en llanto. Quiero irme a casa y no volver, no puedo más con esto. Mis piernas están hechas de gelatina y siento no poder ponerme en pie.

—Yo... —balbucea— sí leí las cosas que escribías y me encantaban.

—Claro, por eso las quemabas... —clava sus ojos llorosos en mí.

—Entonces, explícame, ¿cómo es que aún las guardo bajo el colchón de mi cama, junto a todas las cartas que escribiste para mí? —lo veo atónita por unos instantes.

—¿Cómo...? —casi de inmediato el nudo en mi garganta desaparece—. ¿Cómo es que las encontraste? —limpia sus lágrimas, pero sus ojos vuelven a empañarse.

—Cuando te fuiste, estaba tan molesto porque lo vi como un acto de rebeldía, mantuve la esperanza de que volverías, pero luego de un tiempo me di cuenta de que no, no lo harías. Iba a convertir tu cuarto en una bodega —mis ganas de irme de aquí vuelven a aparecer y mis ojos se humedecen de nuevo, intento levantarme y él toma mi mano otra vez—, déjame terminar.

Retomo mi lugar nuevamente, ya no sé qué hacer.

—Y ahí fue donde encontré tus cartas que me escribiste cuando tenías siete años —traga saliva y continúa—. No sabía qué tan mal me pude haber portado hasta encontrarlas, y debo admitir que para ser de una niña de esa edad me impresionó bastante la escritura.

Yo ni siquiera las recordaba, y miro hacia otro lugar intentando recordar lo que escribí ahí, solo sé que no quería que él las leyera.

—Y las leí —continúa—, cada una de ellas, me llevó semanas porque las leí hasta cinco veces, pero lo hice; pensé buscarte al terminar, pero lo pensé demasiado porque sabía que no querías saber de mí y cuando al fin me decidí, al día siguiente me di cuenta de que ya no tenía ningún sentido porque estabas casada con Oliver Anderson, y te conozco muy bien como para saber que si te buscaba ahora ibas a pensar que lo hacía solo por con quien estabas casada, ¿no es así?

Varias lágrimas corren por sus mejillas y por las mías, mi mente está divagando en tantos asuntos que ni siquiera pienso en no llorar, las lágrimas salen una tras otra y mi corazón palpita tan fuerte que temo que en cualquier momento salga de mi pecho.

—Desgraciadamente, las cosas se dieron al mismo tiempo y no pude demostrártelo antes. Nunca me pareciste un fracaso, eso solo lo dije como fruto de mi enojo y juro que después me arrepentí —agacha la mirada y saca un papel de su bolsillo—. No sabía cómo iba a terminar esta conversación, no me siento en condiciones de poder continuar, sé que a ti te gusta leer, entonces... —sonríe levemente— tal vez deberías leer esto, yo lo escribí para ti.

Observo el papel que me ha extendido con una expresión de asombro en mi rostro, ni siquiera siento fuerza de levantar mi mano para tomarlo, Alexander con su mano me ayuda a extender la mía y pone la perfectamente doblada hoja entre mis dedos. No tengo palabras, levanto la mirada a su rostro y él me mira.

—Continuemos la conversación en otra ocasión —se levanta y comienza a retirarse a paso lento limpiando las lágrimas de su rostro.

Mis manos tiemblan y mi cerebro se niega a responder, comienzo a limpiar mis lágrimas y espero unos minutos para calmarme; cuando ya me siento capaz me levanto de donde estoy y camino hacia el patio trasero, no sé qué esperar, busco algún lugar donde la iluminaria aún tenga acceso, pero que nadie logre encontrarme, con las manos frías y casi tiritando comienzo a desplegar el jodido papel, es algo escrito a mano, y sí es su letra. Cuando comienzo a leer, mi corazón se encoge, a medida que mis ojos identifican aquellas palabras el nudo en mi garganta se intensifica, mis ojos se empañan y necesito leerla dos veces para terminarla completa, me desplomo en el pasto en la misma posición que cuando pintaba mis caricaturas cuando era pequeña. Las lágrimas se abren paso a través de mis ojos y caen una tras otra sin siquiera poder detenerlas, ya no me puedo contener, hasta mi boca emite sonidos de llanto, y abro la hoja de nuevo, sentándome sobre el pasto y la leo otra vez, esto no debe ser cierto.

Para: Alex, mi niña.

Tengo que escribir estas cosas cuando quisiera no escribir nada, solo pedirte perdón en persona y abrazarte, pero sé que la plática no puede ser tan fácil y mejor lo escribo y te lo entrego si las cosas no salen como yo esperaba.

Recuerdo la primera vez que te vi, cuando acababas de salir de tu madre, fui el primero en cargarte y mis ojos se empañaron de lágrimas, abriste tus ojos y en ese momento comprendí que no podía existir ser más perfecto; a medida que crecías tu personalidad era indiscutible, una mezcla de la locura de tu madre con la seriedad de tu padre, sabía que eras única. Recuerdo tus primeros pasos y tu primera palabra, recuerdo tus primeras travesuras, tu primer día de escuela, tus coletitas rubias que te hacían ver bella y el gesto de enfado que hacías cruzándote de brazos cuando alguien te lo decía; necesitaría muchas páginas para contarte todo lo feliz que me hiciste llegar a ser, pero sí fallé en algo... Recorrías el mundo tú sola y yo nunca te acompañé para recorrerlo contigo.




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