Esposa de mi jefe

Capítulo 53

Y lloro sin parar, inhalar su aroma me hace calmar un poco, no me gusta que me mire de esta forma, él lee la carta y sé que le ha pasado lo mismo que a mí, la ha leído más de una vez, acaricia mi cabello y lo escucho sorber por la nariz, me limpio las lágrimas poco a poco, y respiro profundo, nunca había llorado tanto en mi vida.

—Dámela, la quemaré —digo a Oliver, él levanta su mirada hacia mí y me observa atónito, sus ojos están húmedos.

—No —espeta de inmediato—, si no la guardas tú, lo haré yo. Algún día la querrás volver a leer. Niego con mi cabeza.

—Ya me hizo llorar suficiente. Qué vergüenza —él sonríe y vuelve su mirada a la carta.

—Joder, voy a tener que contratar a tu padre para redactar artículos. Creo que él no sabe que ese talento lo sacaste de él —sonrío con tristeza, tomando la carta nuevamente, otra lágrima sale de mi rostro.

—Deshazte de ella —digo, mientras le entrego la carta, aunque muy en el fondo sienta que no quiero deshacerme de ella. Oliver la toma y me mira mientras yo dirijo mi vista hacia otra dirección. Toma mi rostro con su mano y con el dedo pulgar limpia las lágrimas que están volviendo a correr por mi rostro.

—Vamos a la habitación, ¿te parece? No quiero que te resfríes aquí afuera —asiento con mi cabeza y entro a la casa esperando no ver a nadie para evitar molestas preguntas.

Antes de entrar a mi habitación pienso en lo que me dijo Alexander y voy hasta la suya, golpeo la puerta por si hay alguien en su interior, pero por suerte está vacía; busco como me dijo debajo del colchón, y sí, es verdad, ahí están algunas historias que escribía para Stefanie cuando era niña, y también, están todas y cada una de las cartas desde el día de mi cumpleaños número siete, el día que me di por vencida y supe que nunca iba a tener un padre.

Me siento en la orilla de la cama y comienzo a ojear papel por papel y más lágrimas comienzan a correr por mis mejillas y, al final, hay muchas fotos suyas sosteniéndome de bebé.

Hay una foto por cada día de mi vida junto a él en mis primeros meses. Él y mamá tan jóvenes y felices, yo ni siquiera sabía que teníamos un álbum familiar. Hay más fotos mías tomadas a los lejos, unas frente al computador, tendría unos dieciséis años, otras con mi bendita taza de café que nunca pude dejar, otras con mi madre riendo a carcajadas, estoy segura de que esta fue la vez que le encontramos un vibrador en el bolso de viaje a la abuela con el nombre de Elvis Presley. Entre lágrimas, río al recordar eso. Me agradan todos estos recuerdos.

Salgo de la habitación dejando las cosas como estaban, no quiero que Alexander sepa que vine y que me conmovió, tengo que pensar todo esto bien sin ser interferida emocionalmente. Oliver está en la habitación sentado en la orilla de la cama observando la carta y levanta su mirada al verme entrar.

—Como que te gusta esa carta —me mofo, pero no me sale—, dile a tu padre que te elabore una.

—El día que mi padre me haga una de estas te juro que me dará un infarto —sonrío y me siento al lado de él. Nunca he tenido necesidad de que alguien me aconseje, pero en este caso creo que lo necesito. Y el único que podría hacerlo creo que es Oliver.

—¿Qué crees que debo hacer? —él me mira a los ojos y esboza una media sonrisa.

—La verdad que yo fracaso como psicólogo —contesta—, la última vez que David me hizo esa pregunta terminó en la cárcel por delitos de agresión —río, pero no puedo ni reírme con tantas ganas—. Escucha —lleva su mano a mi rostro y se acomoda mejor para quedar frente a frente—, sé que he estado todo este tiempo insistiendo en que hagas las paces con él, pero creo que necesitas tiempo; él tiene razón, cuando tu corazón esté listo para perdonar, hazlo, pero sí te aconsejo que hagas un esfuerzo por ahora para llevarte bien con él, ya verás que con el tiempo y dejando atrás malos recuerdos ambos se van a sentir mejor.

Esas palabras me tocan el corazón y de alguna manera me hacen sentir mejor.

—¿Fracasaste como psicólogo decías? —ríe a carcajadas y lleva sus codos a sus rodillas.

—Me sale lo cursi a veces —sonrío—, excepto con David, a ese maldito lo agarro a golpes si lo miro llorando —no puedo evitar reír, no sé qué haría sin Oliver en estos momentos, siguiera llorando a cántaros sobre el pasto.

Ese día me cuesta conciliar el sueño, pero entre los brazos de Oliver y contándome de una manera bastante inusual el cuento de los tres cerditos mis problemas pasan a un segundo plano.

—El hijo de puta lobo se quería comer al pobre cerdito, sopló y sopló la primera casa, pero como el cerdo era un holgazán como David la casa de paja cayó y se fue a esconder en la segunda casa que no recuerdo de qué putas era —risas sonoras de mi parte no pueden evitar salir.

—De madera... Creo —balbuceo entre risas.

—Ah, sí... Y la casa de madera también fue derribada y la única que quedó fue la que con tanto esmero el mayor de los cerditos construyó con ladrillo.

—¿Y qué pasó con el hijo de puta lobo? —río nuevamente.

—¡Muchacha! Lavaré tu boca con jabón —se hace el ofendido.

—O sea... ¿Tú puedes decirla y yo no?

—Las mujeres de sociedad no hablan así —me causa gracia su comentario.

—Lo bueno es que no soy ni quiero ser una mujer de sociedad.

Y así continúa con su historia y cómo el lobo no volvió a molestar a los cerditos, y entre risas, por fin, el sueño me está comenzando a vencer. Mis pestañas comienzan a cerrarse y en instantes me quedo dormida.

—Alex...

—Papá...

—Alex, ¿dónde estás?

—Papá, aquí estoy... ¿Por qué escucho tu voz alejarse?

—Me están llamando.

—¿Quién?

El lugar está oscuro, miro a mi alrededor. Miro hacia todos lados, doy vueltas en el mismo lugar.

—Alex, hija... —la voz está más lejos.

—Papá, no te vayas —lágrimas corren por mi rostro—. Papá, contesta.

—Papá... —lloro sin consuelo y caigo de rodillas sobre el suelo—. ¿Dónde estás?




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