Esposa de mi jefe

Capítulo 56

Sigo tamborileando mis zapatos contra el piso, veo fijamente que se forman unos rombos. Miro alrededor, no tengo otra cosa por hacer. En menos de diez minutos escucho mi nombre en una voz de mujer.

—¿Alexandra? —frunzo el ceño y desconcertada contesto.

—Aquí —luego me arrepiento. ¿Qué tal si es que me quieren matar?—. Aquí no está, corrijo.

—Bien, para la Alexandra que aquí no está hay una bolsa con toallas femeninas.

—¡Ah! Entonces sí soy yo —maldito Oliver, no me pudo avisar que las mandaría con la señora. Ella pasa por debajo de la puerta del sanitario la bolsa y le agradezco.

Salgo con toda la vergüenza del mundo y la señora está trapeando el piso, le agradezco nuevamente y al salir por la puerta del baño ahí está Oliver cruzado de brazos.

—Te compré 50 de esas para que no vuelvas a hacerme pasar por esto —frunzo el ceño, no, no me imagino a Oliver cargando 50 de esas.

Le entregan la caja de pizza y yo sostengo las sodas, mientras Oliver toma la caja un papelito se cae, pongo una de las sodas sobre el mostrador y me inclino a recogerlo y ahí están los feos zapatos de charol, la mujer que le está entregando a Oliver la pizza es la puta que entró al baño.

Me levanto entregándole el papel y es una mujer no muy joven. ¡Vieja rabo verde! Ella se inclina sobre la barra que nos separa recargando su peso en sus codos, como intentando verse sexi, le sonríe, despejando su cabello rubio liso de uno de sus hombros, analizo las facciones de Oliver y a él nisiquiera parece importarle en lo más mínimo, Oliver firma unos papelitos mientras tomo un sorbo de mi soda y observo cómo la rubia le coquetea

a mi esposo, en mi cara. Maldita desgraciada, Oliver se encamina con la pizza y miro cómo la rubia le come el trasero. ¡Es que hasta eso!... ¡No me joda! Me pongo frente a ella bloqueando su visión.

—¿Está lindo ese trasero, no? Pues déjame decirte que yo soy la que lo aprieta todos los días, así que más respeto —murmuro muy de cerca y le guiño un ojo, miro cómo de inmediato las mejillas de la puta barata se sonrojan y me observa apenada, camino hacia la puerta a paso fijo y con la frente en alto y una pelirroja me mira. La observo igualmente y esboza una sonrisa, llevo mis ojos a sus pies y ahí están las sandalias rojas. ¡Ahh! Es ella, mi compañera de sanitario. Sonrío y ella hace lo mismo, seguro que también vio mis zapatos, salgo por la puerta y volteo en dirección a la rubia rabo verde por última vez con una sonrisa triunfante.

Al voltearme choco con la caja de pizza y ahí están los ojos tan azules de Oliver mirándome con desapruebo.

—¿Así que tú eres la que lo aprieta todos los días? —¡maldición!, y yo que creí que lo había dicho en voz baja.

Oliver ríe a carcajadas mientras se sube al auto y mi cara se llena de todos los colores posibles y así continuó riéndose todo el camino hasta el jet mientras yo solo me mantuve cabizbaja todo el camino; qué vergüenzas que paso con Oliver, ni me había fijado que en el asiento trasero iba la gran bolsa con las 50 toallitas femeninas con alas, y yo que creí que era broma.

Ya en el jet me doy cuenta de que no fue buena idea tomar soda, mi vientre está resentido y yo no traigo pastillas. Oliver quita la mirada de su laptop y la clava en mí.

—Alex... ¿Te sientes bien? —lleva su mano a mi frente y yo frunzo el ceño.

—No, mi vientre está cabreado y no quiere saber nada de la vida —recargo el peso de mi brazo sobre mi codo en el brazo de la silla y sostengo mi cabeza con mi mano. No sé qué expresión tengo, pero no es buena, Oliver simplemente se ríe de mi gesto.

—Claro, te ríes porque no eres tú quien sufre con esta mierda.

—No me imagino yo con una de esas toallitas con alas enrolladas en mi Superoliver —ahora sí lo miro y estallo en carcajadas.

—¿Tu Superoliver? —lo observo divertida y vuelvo a atacarme en risas.

No sé a qué hora me quedo dormida, pero el hombro de Oliver es bien cómodo y mucho más cuando está acariciando mi vientre. Las turbulencias del jet me hacen despertar y ya estamos llegando. Solo quiero ir a dormir como nunca lo he hecho.

Bajo del jet y apenas logro caminar hasta la limusina, hasta esta caja de pastelitos pesa en mis manos, reposo mis caderas en el automóvil mientras espero a Oliver, quien firma unos papeles que le ha dado un hombre uniformado. El chofer está parado en el otro extremo y se acerca a mí.

—Si gusta le abro la puerta, señora, para que se ponga cómoda —eso de señora me suena extraño.

—Alex, por favor —sonrío.

—Lo sé —agrega—. Rosa me ha hablado mucho de usted.

—¿Rosa? —interrogo frunciendo el ceño, todo el mundo le habla de mí a todo el mundo y yo ni idea.

—Sí, mi esposa —él arquea un lado de la comisura de sus labios, haciendo que sus bigotes se arqueen hacia el lado derecho.

—¿Pablo? —él sonríe más abiertamente—. Sí, también he escuchado de usted.

—Espero que no haya sido sobre mi intolerancia al chile —dice, con toda la seriedad del mundo que me hace reír.

—¿Quiere uno, señor Pablo? —extiendo la caja de pastelitos, yo ya me había comido tres, él asiente y toma uno, comienza a comerlo; me agrada el señor Pablo, y es que es la pareja perfecta para Rosa. Oliver se acerca y le extiende la mano y se saludan con un apretón. Pablo abre la puerta de la limusina para que entremos.

—Señor Pablo, no era necesario, pero gracias —digo, mientras subo, Oliver sonríe y sube detrás de mí, continúa con sus ojos pegados en el computador y yo solo quiero que me apapachen, recuesto mi cabeza en su hombro y él se acomoda mejor para que me recueste en su pecho, acaricia mi cabello, me estoy quedando dormida cuando llegamos al edificio de mi departamento.

Mis últimos días aquí por culpa de Natalie y su borrachera en Las Vegas, ya no veré a Misifús y ya no volverá a hacerse popó en mi ropa, ya no sentiré esos típicos olores de caca de gato y ya no iré a pelear con don Juancho; y como si fuera poco el Misifús está en el pasillo esperando que abra la puerta para escabullirse hacia mi cuarto, pero al ver a Oliver se va hacia el interior de su casa.




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