Esposa de mi jefe

Capítulo 60

—Alex. ¿Cuánto sacaste en tu examen de Matemáticas?

—Nueve, papá.

Él sonríe sarcásticamente, mostrando sus perfectos y alineados dientes como siempre lo hace mostrando superioridad.

—Yo a tu edad sacaba diez en todas las materias.

—Alexander, déjala en paz. Solo tiene diez años. Siempre sobresale en Literatura y en las otras cosas que hace —mi abuelo siempre intentando defenderme de mi propio padre.

—¿Y qué, papá? Yo sé que es más inteligente que un nueve. Un nueve es para mediocres. ¿A quién le importan las cosas que escribes, dime, Alexandra, ¿a quién?

—A mí, Alexander.

—Es tu culpa que quiera hacer lo que se le antoje, Billie. Yo no voy a mantener a ninguna mujer miserable aquí. Además, en esta casa se hace lo que yo diga.

Lágrimas corren por mis mejillas.

—¿Y qué te hace pensar que será miserable? Yo tengo fe en ella, y la apoyaré en lo que decida hacer, haz tú lo mismo. Ella crecerá y lo que decida hacer es lo que tú apoyarás.

—Estudiará Medicina, así que necesita las mejores calificaciones.

—No es lo que yo quiero —logro decir en un hilo de voz entre sollozos.

—MI CASA. MIS REGLAS —da un golpe en la mesa que me hace sobresaltarme.

Todo se disuelve, ahora estoy en un predio vacío, hay flores por todos lados, miro a mi alrededor. ¿Qué hago aquí?

—¿Alexandra? —papá se viene acercando a mí, lleva una camisa blanca. ¿Por qué lleva una camisa blanca? Él odia el color blanco, recuerdo las cosas que me acaba de decir y siento repulsión hacia él, intenta tomar mi mano, pero retrocedo unos pasos.

—¿Qué sucede, Alex?

Niego con mi cabeza.

—Aléjate.

—Necesito tu perdón, Alex. Mi padre me espera.

—¿Qué? ¿El abuelo? ¿Por qué dices que te espera?

—Alexita, cariño —es la voz del abuelo Billie, lo sé.

—Papá... ¿Por qué no te veo?

Lágrimas comienzan a correr por mis mejillas.

—Pronto no me verás a mí, Alexandra. Por favor, perdóname.

—¿Qué? No, Alexander.

Él comienza a alejarse, intento seguirlo, pero no puedo. Estoy atada a algo y no puedo soltarme.

—Alexander, regresa...

Más lágrimas brotan de mis ojos, siento algo instalarse en mi pecho cuando escucho un grito de Alexander.

Despierto de golpe, la luz entra por la ventana, ya es de día, tomo mi teléfono y comienzo a marcar el número de Stefanie, mi corazón late a mil por hora, tengo lágrimas y sudores por todo mi rostro, es muy temprano, lo sé, pero no me importa. Miro a mi alrededor y Oliver ya no está, debe estar en el gimnasio, tengo un leve dolor de cabeza, llevo mi mano a mi sien, me percato de que hay lágrimas en mis ojos e intento limpiarlas de inmediato.

—¿Alex? —la voz de Stefanie inunda mis oídos.

—Stefanie. ¿Todo bien? ¿Está Alexander ahí? —mi voz suena preocupada y lo estoy.

—Sí, debe estar en el viñedo. ¿Por qué, Alex? ¿Estás bien? —asiento, pero sé que no puede verme.

—Sí, solo quería saber, es que... —pienso por unos segundos si contarle o no, la abuela siempre dice que los sueños significaban algo, pero mi madre dice que los sueños solo son sueños—. No es nada, no te preocupes —intento sonar calmada.

—Biennn —sé que no la convencí, intento respirar con tranquilidad mientras me siento en el borde de la cama, no sé por qué estaré soñando esas cosas.

Tomo una ducha y cuando me he relajado un poco, me visto y bajo mientras espero a Oliver, miro por lo ventana mientras el sueño se reproduce una y otra vez en mi cabeza, en parte me causa rabia esas cosas que hacía él conmigo, pero... tampoco quiero que deje de existir, hay mucho por arreglar.

El resto del día no pude pensar nada con claridad. Hasta decidí volver temprano a casa, quería hablar con Oliver, pero estaba bastante ocupado y no quise molestar. No lo sé, estoy triste. Necesito a Natalie.

Casi media hora después ya está conmigo en el gimnasio pateando el saco de boxeo.

—Sinceramente no sabría qué decirte, Alex —Natalie me observa, está comiendo la uña de su dedo índice, eso no es normal en ella.

—Dime tú —golpeo el saco de boxeo—, si tu padre regresara luego de tanto tiempo, ¿lo perdonarías? —la observo por unos segundos y golpeo el saco nuevamente.

—Esto es diferente Alex, mi padre no ha querido saber nada de mí desde que tengo cuatro años, al menos Alexander no las dejó por una modelo brasileña y luego no quiso saber nada de ustedes.

—Pero tú sabes cómo ha sido Alexander. Tú mejor que nadie —ella estuvo muchas veces presente cuando decía que yo era una hippie sin futuro.

—Lo sé, pero alguien arrepentido merece una segunda oportunidad, incluso si mi padre volviera arrepentido yo lo perdonaría, pero sé que no lo hará —ella también golpea el saco de boxeo— y a mi madre le valgo una mierda, pero sus otros dos hijos con su nuevo marido son sus consentidos. Yo estoy más jodida que tú. Al menos tu madre se preocupa por ti, exageradamente, pero lo hace.

—¿Tú crees en los sueños? —me cruzo de brazos mientras la observo desquitarse la ira que siente hacia sus padres en el saco de boxeo. Se detiene por unos segundos y me observa.

—Pues, mi abuela decía que tenían su significado. Pero a mí nunca se me han cumplido los sueños, ya estuviera casada con un príncipe azul de los cuentos de Disney que sé que no existen —esta mujer me hace reír con sus comentarios.

—Pero tú tienes tu príncipe azul, Natalie —río nuevamente y ella me mira con sus ojos furiosos. Se acerca a mí y me empuja.

—¿Qué te pasa? —suelto sonoras risas mientras ella me empuja de nuevo.

—Eres la única con la que puedo practicar; vamos, atácame, pero no en la cara, porque culparán a David y me enviarán a charlas contra violencia doméstica.

—Cuando es a él a quien deberían mandar a charlas de violencia doméstica porque tú lo agarras a golpes —enarco una ceja y ella sonríe, me lanza un puñetazo que esquivo con mi antebrazo. En un ágil movimiento me lanzo sobre ella haciendo que caiga al suelo y con sus piernas toma mi brazo y lo dobla.




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