Esposa de mi jefe

Capítulo 63

Ya se acerca la Navidad y ya comienza a sentirse, pero cuando se trata de andar en motocicleta... ¿Quién dijo frío? Y más con mi padre y el señor Anderson, quienes al parecer se llevan muy bien; hablan alemán todo el tiempo, de paso se les une el tío Frank y la abuela, quien no para de hablar de cuando conoció al abuelo Billie en Hamburgo. Al menos no está hablando de sus gustos en películas.

Debo admitir que, con Alexander, Frank y el señor Anderson, a quien nunca puedo llamar por su nombre porque se llama exactamente igual que mi esposo y suena extraño en mi cabeza, he pasado un buen día y no me he caído de ningún lado. Mi ángel de la guarda por fin está trabajando.

Lastimosamente, todos se tienen que ir hoy. Pero no sin antes tomarles fotos con mi nueva cámara. Sí, me vuelvo loca con estas cosas. Acordamos pasar Navidad con mis padres y Año Nuevo con los señores Anderson; sin embargo, ellos acordaron venir a pasar todos juntos a nuestra casa, por lo cual David y Natalie estarían con nosotros, solo espero que Henry no se aparezca con Brittany.

El clima me hizo una mala pasada y me resfrié. Y como es de imaginarse, Oliver casi se vuelve loco. Me hizo estar en cama 3 días. Y con una serie de medicamentos que su doctor me recetó. Y eso que solo es un resfriado.

—Oliver, es solo un resfriado.

—¿Y? Mi abuelo murió de un resfriado.

—Tu abuelo tenía ochenta y nueve años.

—Para la muerte no hay edad.

¡Ahhh!

Mejor me calmo.

Me llamaba cada hora para saber si estaba mejor, y yo dando vueltas en mi moto nueva sorbiendo por la nariz. Luego me arrepentí porque casi se convierte en neumonía. A Oliver le va a dar un colapso nervioso viviendo conmigo, lo sé.

Alex «Mala Suerte» Carlin tuvo una multa por no portar casco, simplemente llegué riendo a casa por no tirar todo contra la pared, no me había percatado de que Oliver ya estaba ahí con David, quienes me miraron curiosos cuando entré a carcajadas. Me quería inventar algo, pero a Oliver no se le puede mentir, mucho menos con esa mirada enigmática de policía de interrogatorio. Tuve que mostrarle la multa y casi le da un infarto, no por la cantidad, sino por el hecho de no llevar el casco en mi cabeza, me traumó con benditos videos de accidentes de tránsito y víctimas fatales por no portar casco. En mi defensa, solo fui por un helado a unas dos cuadras y no miré necesidad de llevar un casco, hasta que allá arriba se acordaron de que aún no me habían puesto nada interesante los últimos días en mi libro de la vida y pusieron a los policías a una cuadra.

Solo me los imagino y tengo resentimientos.

—Oye, ya nos habíamos olvidado de aquella rubia que la hicimos caer por las escaleras en su cumpleaños.

—Oh, sí. Se nos ha escapado.

—Yo digo que hagamos que la orine un perro.

—O que la persiga una cabra.

—O que se cague en el metro.

—Pero ella no usa el metro.

—Tienes razón. ¡Ya sé! Le pondremos una patrulla de agentes de tránsito un día que salga sin casco. ¡Je, je, je!

¡Idiotas! El día que me reúna con ustedes me voy a desquitar. Lo juro.

Amo los días festivos de la Navidad, será porque en mi casa nunca se celebró a excepción de cuando la abuela no viajaba a Alemania, ella sí celebraba a lo grande invitando incluso a los vecinos, corea todas las benditas canciones navideñas y nos da regalos a todos, aunque sean bufandas tejidas por ella.

Este año fueron guantes.

A Stefanie ya se le va notando su embarazo, ya debe andar alrededor de los cinco o seis meses, la verdad que no lo sé, soy mala sacando cuentas. Natalie no puede evitar tocar su prominente vientre mientras David la observa con una ceja enarcada. Bueno, a Natalie le encantan los bebés, David ya tiene que ir sabiendo eso.

Los señores Anderson llegaron un par de horas después y mi abuela también les tejió guantes, el señor Anderson casi se vuelve loco solo porque bordó «Feliz Navidad» en alemán, en los de él.

Natalie nos hizo usar estúpidos gorros navideños y suéteres con las letras «I love Christmas», le regalé los pinceles que desde hace meses quería, pero no podía costeárselos, gritó por horas. A David le regalé una afeitadora porque, en serio, una cosa es una barba arreglada y otra es querer parecer Dumbledore. Me miró con sus pequeños ojos entrecerrados por un largo rato.

En fin de año, le di un recorrido a la ciudad en mi motocicleta junto a mi padre, visitamos muchos lugares juntos. La verdad, lo que siempre había querido en mi vida. El mejor regalo que recibí esta Navidad, ya estoy comenzando a perdonarlo, ya no siento que le guarde rencor y creo que eso es el perdón.

—Alexandra, yo no soy bueno usando estas cosas, es más, ni siquiera sé qué es esto. ¿Se come? —se mofa, pasa su lengua por el lente de la cámara y ríe ante su propio comentario.

—Papá, qué asco —no puedo evitar reír—. Solo presiona ese botón y… ¡Taránnnn! Mágicamente se toma una foto —él sonríe, aún mantiene esa perfecta dentadura.

—Bien, solo ubícate por allá, o —hace una pausa—, ¿qué tal si nos tomamos la foto juntos? El paisaje con la nieve es estupendo y me gustaría tener una foto en Nueva York contigo.

Me observa, ladeando un poco la comisura de sus labios, y bueno, ¿por qué no? Y así nos tomamos como veinte fotos en diferentes lugares. Ni siquiera me había percatado de que ya era bastante tarde, y tenía diez llamadas perdidas de mi madre y quince de Oliver, ya me los imagino a ellos dos juntos suponiéndose las peores cosas posibles. Tengo que llamar a Oliver de regreso, si no es posible que le dé un ataque de pánico.

—Oliver... estoy bien —digo justamente cuando él descuelga.

—Alex, por Dios, casi me vuelvo loco, me dijiste hace dos horas que ya venían de regreso —ruedo mis ojos.

—Mi amor, lo sé, pero aquí afuera está estupendo. ¿Quieres venir?

Veinte minutos después ya estaba en el lugar donde nos encontrábamos. Y es que él y Alexander juntos son unos exagerados, ni el de la cafetería puede voltear a verme.




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