Esposa de mi jefe

Capítulo 67

No, por favor, papá... No, no, no, me niego a aceptar esto... Lágrimas corren por mis mejillas como cascadas, esto no puede estar pasando, me incorporo en el suelo mientras mis lágrimas brotan; mi madre corre hacia él y lo sacude mencionando su nombre, de inmediato toma el teléfono y con sus manos temblorosas comienza a marcar un número, ya nada tiene sentido en mi vida, quiero despertar de esta terrible pesadilla, esto no puede estarme pasando. No, no. NOOOO…

Intento relajarme interiormente, pero no puedo, recuerdos pasan por mi mente, escucho unos pasos correr hacia mí, seguido de otros y un grito desconsolado que solo puede ser de Stefanie, la escucho correr hacia él emitiendo sonidos de llanto. Una voz de varón que mi cerebro no reconoce grita que hay que llamar al doctor, mi mente intenta refugiarse en buenos momentos, los mejores, pero el pensamiento de que hace unos minutos estaba charlando con él invade mis sentidos, y más lágrimas se asoman por mis ojos. ¿Cómo puede ser que la vida se te vaya de las manos en instantes? Quiero morir. Ya nada tiene sentido.

—Alex, escúchame, tranquila, ¿sí? —escucho una voz, logro reconocer luego de intentarlo varios minutos que es la voz del tío Frank, me toma del antebrazo y suavemente tira de mí para ponerme de pie, pero me niego, esto solo es una pesadilla y pronto voy a despertar, solo tengo que quedarme en esta posición y esperar.

Comienza a acariciar mi cabello, mientras mi rostro sigue escondido, con mi frente sobre mi antebrazo tirada en el suelo, debo tener un charco de lágrimas debajo de mí.

Alguien toma a Stefanie y se la lleva porque escucho sus gritos alejándose. Mientras tanto, mi cerebro sigue proyectando imágenes de Alexander, quiero sentir otro abrazo suyo, aunque sea uno último. ¿Por qué pasan estas cosas?

—Alex, ven, vamos afuera —vuelve a hablar el tío Frank con la voz quebrada, sorbe por la nariz, también está llorando y eso no me va a ayudar—. Alex, vamos —esto no es real, no es real, no es real, no es real, no es real, no es real. Tengo que despertar.

El doctor llega y todos piden que me saquen de ahí mientras él lo chequea, pero me niego a salir, quiero estar a su lado, aunque sea tirada en el suelo, no me van a separar de él, no lo harán; luego de varios minutos sigo en la misma posición, el doctor murmura algo que sin necesidad de prestar atención ya sé qué es, mi madre se suelta en llanto y se desmaya. Solo escucho el sonido sordo de su cuerpo, todos corren hacia ella y siento alivio de que ya nadie esté tirando de mi brazo para sacarme de ahí. Intento pensar en cosas buenas. Solo cosas buenas entre él y yo, olvidándome de todo lo que hay alrededor.

Olvidando que acaba de morir, quiero sentir que aún está vivo, aunque sea en mi mente; la angustia me recorre y me quedo en esa posición, emito el sonido que él estaba haciendo antes de morir, la canción que me cantaba cuando era un bebé. Las lágrimas corren a tanta prisa mientras mi cerebro trabaja a mil por hora para no aceptar la realidad, entre tantos recuerdos me quedo dormida.

—Alex, Alex..., mi amor... —alguien me sacude con gentileza e intento volver en sí—. Alex, bebé... Soy yo —levanto un poco mi rostro, sus ojos azules me están viendo con preocupación, se pone en cuclillas frente a mí, aún desorientada me levanto lentamente hasta quedar sentada en el piso, él de inmediato se inclina y me abraza—. Aquí estoy, mi vida —mi cerebro se niega a responder, ni siquiera levanto mis brazos para rodearlo a él, siento una opresión en mi pecho, no puedo siquiera hacer algún gesto, hay alguien detrás de Oliver y levanto la mirada un poco. Natalie tiene sus mejillas sonrojadas y sus ojos rojos e hinchados, ya no hay saludos de gritos entre nosotras, ni risas, ni alegrías, para mí todo es gris y oscuro; de inmediato cuando su vista se cruza con la mía, ella cae de rodillas frente a nosotros, Oliver se separa de mí y Natalie me rodea con sus brazos de inmediato, su fragancia a primavera invade mis fosas nasales y me da calma interior.

—Alex, todo va a estar bien, cariño, vas a ver —nada va a estar bien, Natalie. Mi padre ya no está.

Quisiera decirlo, pero ya no siento conexión entre mi cerebro y mi cuerpo, me siento incapaz de todo. Natalie sorbe por la nariz mientras me abraza fuerte y acaricia mi cabello, Oliver acaricia mi espalda, mis ojos están puestos en algún punto de esta casa, hasta soy incapaz de reconocer dónde estoy, mi cerebro no procesa las imágenes que capta, me siento muerta en vida.

Luego de un largo rato, sigo con mi vista puesta en la esquina, hay un silencio, es incómodo, odio los silencios, así como también los lugares oscuros y sombríos. Quiero ir al que solía ser mi cuarto y rodearme de colores, quiero sentirme mejor, intento ponerme de pie y ambos me ayudan, comienzo a caminar y mis piernas flaquean, hasta siento que carezco de la facultad de andar; mi cuerpo duele, siento que he sido arrollada por un auto, aunque prefiero ser arrollada por un auto que sentir este dolor en mi pecho. Me llevan hasta mi recámara, siento que no soy yo.

Un resfriado, un resfriado le bastó a Alexander para que nos dejara mucho más pronto, nadie contaba con esto, pero sí el doctor lo había advertido, por su condición, no estaba seguro de que lo lograría y no lo hizo. Sus últimas palabras fueron conmigo, y eso invade mi mente y oprime mi pecho.

Fue tanto el shock emocional para Stefanie que le tuvieron que practicar una cesárea el mismo día, se complicó bastante, más carga emocional para mi madre que se desmayó tres veces, yo ni siquiera estuve presente cuando el pequeño Alexander nació, no tengo fuerzas. Fui al hospital a verlo y ni siquiera pude cargarlo, también está delicado por ser prematuro, abrió sus pequeños ojos para mí, son verdes. Mis ojos se llenaron de lágrimas, se parecen a los de Alexander, el dolor se instaló en mi pecho nuevamente, quería cargarlo.

Todo lo que pasa alrededor de mí siento que no es real, ya ni siquiera puedo emanar lágrimas. Escucho los miles de discursos para Alexander, era bastante apreciado en este lugar, y por sus trabajadores. No miro al frente, no miro a mi alrededor, mi vista está fija hacia algún punto.




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