Esposa de mi jefe

Capítulo 73

—Oliver..., escucha esto —río, leyendo otro envoltorio de estos dulces bien extraños, mientras camino hacia la cocina—. ¿Por qué las mujeres refriegan sus ojos al despertarse? Porque no tienen bolas que rascarse —no puedo evitar reír—. ¡Qué chiste más tonto! —exclamo, y levanto la mirada, cuando observo, un par de ojos castaños viéndome con intriga desde la mesa del comedor.

¡Santa Virgen de la Papaya!

—Qué buen chiste —dice el señor Anderson riendo. ¡Joder! Solo a mí me pasan estas cosas. Pero luego recuerdo que ayer él estaba cantando y bailando la canción de Celine Dion borracho, así que... no soy la única que pasa vergüenzas al menos.

Aclaro mi garganta y sonrío ampliamente intentando olvidar lo que justo acabo de decir, camino hacia el comedor.

—Culpe a la niña Rosa, ella es la que me regala estos dulces con malos chistes —me siento frente a él, observo al lado suyo una muleta—. ¿Su rodilla ya está mejor? —cuestiono, al menos ya no traigo mi pijama de la rana René porque... ese mal chiste, la rana René en mis nalgas y mis pantuflas de gato, como que no es buena combinación, él asiente con una leve sonrisa.

—Así es, Alexandra. Gracias —recuerdo lo de ayer y no puedo evitar reír, no, es que ya no veré al señor Anderson de la misma manera. Él frunce su entrecejo y Oliver aparece por la puerta, carga unos portafolios, trae puestos sus lentes que lo hacen ver como un nerdo caliente. ¿Por qué no lo conocí en la universidad? Pone los papeles frente a su padre y camina hacia mí, besa mi coronilla y se sienta a mi lado.

—Esas son las cosas que debes aprender, si es posible de memoria —habla a su padre. Al menos me escuchó al decirle que lo ayude. Su padre toma el portafolios y enarca una ceja al ver la cantidad de hojas que contiene—; si sigues trabajando como lo estás haciendo —Oliver pone sus antebrazos sobre la mesa y entrelaza sus dedos— vas a ir a la quiebra. Y te tocará hacer el doble de trabajo. Solo mira cuánto has perdido.

—Con esa cifra mensual de pérdidas en un año usted, señor Anderson, habrá perdido el 15% de su empresa. ¿Sabe qué significa eso? Más de 3000 personas perderán su empleo.

Ambos me miran, con su entrecejo fruncido y enarcan una ceja al mismo tiempo.

—Luego de leer tus libros de estadísticas y encontrarme el archivo «Pérdidas que ha ocasionado el señor Anderson» me pareció divertido usar lo que acababa de aprender para resolver el acertijo que estaba al final «¿Cuánto habrá perdido en un año?» —siguen con esa mirada sobre mí y yo los miro alternadamente—. ¿Saben qué? Ignórenme. Tomar RedBull me hace daño —me pongo de pie y camino hacia el refrigerador.

—¿Lo ves? Luego dices que no entiendes nada de números —volteo a ver ante las palabras de Oliver y está esbozando una sonrisa con su mirada fija en mí y sus ojos entrecerrados—. Papá, aprende —dice al señor Anderson, quien lo observa sin ningún tipo de expresión.

—¿En serio? ¿Hiciste un archivo sobre las pérdidas que voy a ocasionar? —se recuesta sobre el espaldar cruzándose de brazos.

—Que ya estás ocasionando —corrige, el señor Anderson suspira. Saco un jugo del refrigerador, me encamino de regreso tomando dos vasos para servirle a cada uno y endulcen su amargura.

—Oliver, quiero que salgamos a cenar...

—No —contesta Oliver de inmediato, negando con su cabeza, aquí vamos otra vez, ruedo mis ojos exasperada mientras vierto jugo en ambos vasos—, siempre que me invitas a comer es para reclamarme cosas.

—No sé por qué te haces el ofendido por todo, tú fuiste el que me mantuvo engañado un buen tiempo. ¿Me has pedido perdón por eso?

—¿Y tú me has perdido perdón por todos estos años queriéndome hacer sentir menos al lado de Henry? ¡Henry! —y ambos se miran, con esa mirada desafiante suya, casi idéntica, la única diferencia es el color de sus ojos—. ¿Tienes idea de cuántas pérdidas me ocasionaste solo por una estúpida venganza?

—Oliver, eso ya te lo expliqué... Te cité para que habláramos bien sobre este asunto, pero no te apareciste y ni siquiera te dignaste a llamar para decirme que no podrías porque estabas en el funeral del señor Carlin —algo duele en mi pecho cuando escucho esas palabras—. ¿Y todavía te molestas conmigo? Yo quería arreglar las cosas.

—Tú lo que querías era sacarme en cara que al menos Henry se casó de verdad —el señor Anderson suspira— y ya te dije mi respuesta.

—Oliver, creo que tenemos una larga charla pendiente.

Y yo tengo una larga siesta pendiente porque estos dos juntos me van a causar un derrame cerebral con tantos gritos.

—Yo no quiero, entiéndelo. No quiero hablar contigo. Estoy haciendo esto, porque Alex me lo pide, porque mamá me lo pide, pero no porque tú me lo pidas, me hiciste pasar los peores días de mi vida en el momento menos indicado.

—Tú no me dijiste nada, Oliver.

—¿Qué te iba a decir? Me acababas de echar de la empresa, estabas declinando mis inversiones, poniendo a socios en mi contra, cuando Alex y yo estábamos atravesando por lo peor que una familia pueda pasar y tú me estabas haciendo la vida imposible. Te voy a demostrar —Oliver se pone de pie y lo señala con su dedo índice— que yo puedo ser tu peor pesadilla.

Hasta a mí me estremecen esas palabras, el señor Anderson lleva su mano a su frente cerrando sus ojos, busca paz interior, lo mismo hace Oliver cuando se estresa, no dice una palabra. Oliver sale de ahí a paso firme, sus puños están cerrados y casi en segundos se pierde por la puerta, el señor Anderson suspira de nuevo.

—Iré por él —digo, dejando la botella de jugo de naranja sobre la encimera. El señor Anderson simplemente se levanta, tomando su muleta, mira su reloj y se retira, sin decir una palabra.

El resto del día, Oliver solo estuvo tecleando en su computadora. Si tan solo escuchara al señor Anderson y dejara de ser tan rencoroso estos problemas acabarían. Yo necesito que acaben, siento que esto nos distancia. Apenas cruzamos un par de palabras y por mucho que intente llamar su atención está sumergido en su computadora o hablando por teléfono. Ni siquiera puedo interferir porque si toco el tema se molesta conmigo.




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