Esposa de mi jefe

Capítulo 75

—Dile «hola» a la tía Alex —Stefanie toma el pequeño brazo de mi bello sobrino que cada día está más guapo y hace una simulación de saludo con él. El pequeño es solo risas, por Dios, lo amo.

—Stefanie, regálamelo —digo, sin titubear, ella vuelve su mirada a la cámara y niega con su cabeza con una sonrisa.

—No, tú puedes tener los tuyos —le da un beso al bebé en su mejilla, ya está mucho más grande que la última vez que lo cargué.

—Alex —escucho la voz de mi madre—, si algún día tienes bebés quiero que sea una niña.

—Mamá, eso no es algo que se pida —me cruzo de brazos, ella pone toda su cara frente a la cámara y ocupa toda la pantalla de mi computadora.

—Mamá —habla Stefanie—, ella puede oírte desde aquí, no es necesario que te acerques a la cámara —no puedo evitar reír mientras tira de la blusa de mi madre para que se siente al lado de ella. De inmediato el bebé se remueve en los brazos de mi hermana y mi madre lo toma en los suyos.

—Por cierto, publicarán el libro —digo con entusiasmo, ambas vuelven a la cámara con sus ojos bien abiertos y una expresión de sorpresa.

—¿El que t... Tu padre... dijo que publicaras? —mi madre balbucea, asiento con mi cabeza con una sonrisa.

—Bueno, aún falta un tiempo para que salga... —ambas chillan interrumpiéndome.

—Por Dios, Alex, tu padre —mi madre hace una pausa, aún mencionar esa palabra duele—. Él siempre dijo que estaba seguro de que lo publicarían —arqueo la comisura de mis labios en una media sonrisa y las tres nos quedamos en silencio hasta que el bebé se carcajea haciendo que nosotras salgamos del silencio incómodo y nos carcajeemos junto con él.

—Y tuvo que sacar la personalidad de Alexandra, riéndose en los momentos menos indicados —menciona mi madre—, prepárate para todas las locuras que este niño vaya a hacer —Stefanie ríe levemente y yo miro a mi madre con desaprobación.

—¡Ja! ¡Ja! —digo, entre pausas, y sigo viendo a mi madre.

Y así estuve con ellas hablando por algún par de horas, hasta había olvidado que estaba esperando a Oliver para ir a almorzar, pero no se apareció. Cuando terminé la llamada con ellas, voy hasta mi celular y ni siquiera hay un mensaje, mejor voy donde Natalie antes de que me den ganas de matar a Oliver. Ese pensamiento, más ver el programa de Esposas Asesinas no es buena combinación, pero no puedo portarme egoísta con él; aunque haga estas cosas él ha sido muy buen esposo, atento y caballeroso, solo esperaré que pase este tiempo que él me ha pedido que lo comprenda, no creo que dure mucho más.

Llamo a Natalie y contesta casi de inmediato con un chillido.

—¡Joder! Natalia, vas a dejarme sorda —ella suspira sonoramente.

—Alex, te he dicho que no me llames Natalia, así se llamaba mi abuela —menciona de la otra línea.

—¿Podemos almorzar? Teng... —escucho risitas del otro lado y una voz masculina que me interrumpe—. Creo que llamé en mal momento. ¿Cierto? —rasco la parte de atrás de mi cabeza mientras me siento en el filo de la cama.

—No, está bien, ya paso por ti —enuncia y más risas, solo espero que no sea lo que pienso porque esas risas no son de David.

No había pasado ni diez minutos cuando ya estaba tocando el claxon fuera de mi casa, abro la puerta principal y se abalanza sobre mí haciendo que casi caigamos al piso.

—Nata...

—Lo siento, es que no te había visto, no sé desde hace cuánto.

—¿Ayer? —cuestiono, la miro con los ojos entrecerrados. ¿Por qué tan feliz, Natalie? Sospechoso.

—Ya lo conseguí —evade mi pregunta—, el lugar es estupendo y lo alquilan por unas horas.

Si algo amo de Natalie, es que no importa qué tan ocupada esté, siempre me ayuda en lo que le pido.

—¿En serio? ¿El del tipo ese amigo tuyo que tiene el restaurante que le gusta a Oliver? —me cruzo de brazos, mientras toma mi mano y me lleva a jalones hacia su auto.

—Ese mismo, dejarán libre una sala el día del cumpleaños de Oliver. Incluso puedes darle su noche apasionada ahí mismo —golpea mi antebrazo.

—¿Y dónde? ¿Arriba de la mesa? —interrogo y ella suelta una extraña risa, sigo preguntándome, ¿qué la trae de buen humor?

Comienza a cantar una canción que suena por la radio, nunca la he escuchado, pero es una canción de amor actual, continúo viéndola con mi ceño fruncido. Llegamos al set de filmación donde trabaja, bajamos del auto y ella toma mi mano llevándome a jalones hasta el interior, no puedo dejar de ver sus zapatos que parecen las zapatillas de cristal de la Cenicienta, pero mucho más altos.

—Alex, no quería decirte esto..., pero... tengo que hacerlo —se para de pronto frente a mí y me mira entusiasmada. ¡Ha! ¡Por Dios! ¡Está embarazada!

—No me digas que no es de David —menciono suspirando.

—¿Qué? ¿De qué estás hablando?

—Que querías decirme —interrumpo, me cruzo de brazos y la miro con intriga.

—Te aceptaron —grita, y comienza a dar saltitos.

—¿Qué? ¿Dónde? ¡Jesús! Por favor, dime que no me metiste en algún concurso de belleza como aquella vez —ella frunce su entrecejo y se cruza de brazos.

—Alex, ganaste, agradécemelo.

—Sí, gracias por hacerme ver como una plástica en ese lugar y decir estupideces como «quiero la paz mundial», solo porque lo viste en aquella película que no sé cómo jodido me convenciste a ver.

—Tú eres una malagradecida.

—En fin. ¿Dónde me aceptaron? —interrumpo, ya que me diga de una buena vez, ya me miro en muchos escenarios modelando en una pasarela con altos tacones y cayéndome desde arriba, Oliver se muere.

—Señora Schmitt —la voz de un hombre bastante rasposa nos saca de nuestra plática y ambas volvemos a ver en esa dirección. ¿Señora Schmitt? ¿Natalie? Me contengo de reír—. ¿Es ella? —el señor con cabello grisáceo me mira y acomoda sus lentes. Frunzo mi entrecejo de inmediato.

—Así es, señor Aronofsky —miro a Natalie con curiosidad. ¿Qué diablos...?




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