Esposa de mi jefe

Capítulo 79

Mañana será otro día.

Saco mi teléfono celular mientras intento secar las lágrimas de mi rostro, pero casi me es imposible, aunque intento ser fuerte; hay muchas cosas por las que se deben llorar en esta vida, pero esta no es una de ellas. Marco el número de Natalie y ella de inmediato contesta, me pide un momento para salir de la fiesta y lo único que le pido es que venga por mí, quiero un tiempo lejos de Oliver y sé que en este auto va a encontrarme.

Busco en el GPS la dirección donde estoy y se la envío en un mensaje de texto, unos 50 minutos después ella está ahí, salgo del auto al ver el suyo y de inmediato sale a darme un abrazo, lloro con mi cabeza enterrada en su hombro y yo que creía que ya había derramado suficientes lágrimas.

Se queda conmigo en un cuarto de hotel que rentamos, le llama a David y le dice que se quedará conmigo, le obligo a que no diga dónde y no lo hace, me doy cuenta de lo egoísta que soy porque ella está aquí y no divirtiéndose como debería estar.

—Natalie, puedes volver a la fiesta —le digo, recostada en la cama, mis ojos están hinchados y mi voz rasposa. Ella deja el celular sobre la mesa de noche y se gira hacia mí.

—No, Alex, tú me necesitas y sabes que no voy a irme —se acerca a mí y con sus manos limpia mis lágrimas, se sienta en el borde de la cama y comienza a quitarse los aretes.

En ese preciso instante, mi celular suena. Natalie mira mi teléfono que está junto al suyo y me observa como intentando preguntar si lo apaga o no, supongo que es Oliver, niego con mi cabeza, tal vez tenga algo importante que decir.

Ella me extiende el celular y respiro profundo antes de contestar, necesitamos darnos un tiempo si esto va a continuar de esta forma.

—Alex, necesitamos hablar —dice de inmediato al descolgar, aclaro mi garganta para que no note que esto me está afectando, pero me es imposible.

—¿Hablar qué, Oliver? ¿Qué me vas a decir? Me plantaste.

—Alex, yo no te planté, maldición. Sí, tal vez me retrasé, tenía mucho trabajo. ¿Por qué no puedes comprender eso?

—Porque me duele, Oliver. Pasé todo el día intentando que fuera perfecto para ti...

—Yo nunca me imaginé que te molestarías tanto por retrasarme en una cena —me habla con tono reñido y me duele.

—¿Tú te retrasas una hora para ir a una cena con tus socios? —él hace una pausa, me quedo en silencio por unos segundos, cuando iba a despedirme contesta, finalmente.

—N... No —balbucea—, pero eso es trabajo, no puedo hacer eso porque no me verán como una persona seria —a eso quería caer, una cena con socios es más importante para él.

—Es lo mismo, Oliver.

—¡Maldición! Se supone que tú eres mi esposa, debes comprenderme, pero comprensión de parte tuya es lo que menos tengo, solo fue una estúpida cena, Alex —¿estúpida cena? Por un momento, siento cómo un balde de agua fría me cae encima, las ganas de llorar se apoderan de mí nuevamente y yo que creí que ya había sido suficiente—, y actúas como si era nuestra boda y te he dejado plantada en el altar.

—Una estúpida cena que me costó preparar para que fuera perfecto para ti —mi voz se quiebra. ¡Maldita sea! Esto para mí se acabó.

—Alex, quieres que me ponga en tu lugar, pero ¿quién se pone en el mío? Dime. ¿Quién? ¿Por qué tú no me comprendes? ¡Tienes toda tu vida para verme! Para preparar otra cena, vendrán muchos cumpleaños más, pero en el trabajo aprovecho las oportunidades o las pierdo —no digo una palabra, me contengo las ganas de decirle que también a mí me puede perder, pero, de hecho..., ya me perdió.

 

s

 

Al día siguiente, le pido a Natalie que me lleve al aeropuerto, durante todo el camino le escribo unas palabras a Oliver. Esperando mi número de vuelo, con mis ojos húmedos le doy una última ojeada a aquellas letras.

Voy a sentarme a escribir estas letras, ya que hablar contigo no puedo, siento que cada una de tus palabras me hieren y lo mejor, cariño mío, es dejar que termines tu trabajo tranquilo, porque la paz es algo que últimamente tu y yo no conocemos, y tienes razón, no es algo que se hable con calma a través de un teléfono celular, pero no estoy dispuesta a que me sobornes con besos y abrazos, porque esto no es algo que se resuelva de esa forma.

El ruidoso celular sigue sonando y lo más seguro es que seas tú, no contestaré tus llamadas, ni esta, ni las próximas, porque la verdad, mi muñeco, no quiero escuchar otra vez que no pensaste que me molestaría el hecho de que no llegaras a la «estúpida cena de cumpleaños» como la llamaste, algo que con tanto esmero logré terminar en un día, me duele.

Me duele que prefieras sentarte a hacer números y no consideres importante algo que hice para ti, me duele que no te tomes ni media hora para sentarte a cenar conmigo, me duele que dejes todo lo que provenga de mí a última hora, me duele que prometas algo y no cumplas, porque para mí, tú siempre has estado en primer lugar.

No te pediría tiempo, es ilógico, es lo que menos tienes, pero si quieres puedes buscarme una vez que aprendas a hacer un balance entre tu trabajo y tu esposa, el problema es... que cuando eso suceda, lo más probable es que yo ya no esté esperándote.

Te voy a extrañar, de hecho, ya te extraño, y no hay minuto que no te pasees libremente por mi mente, que cada cosa me recuerde a ti, que cada cielo nocturno me recuerde a tus ojos, cada detalle insignificante, cada sonrisa, cada abrazo, cada beso, pequeñas cosas que no parecerían importantes, pero esas son las que más recuerdo, pero las recuerdo más del Oliver Anderson anterior, al que tú me acostumbraste. Tú también mereces cumplir tus metas y perdóname por no comprenderte, pero yo no puedo comprender algo que yo nunca me atrevería a hacer, yo nunca hubiese preferido encerrarme a trabajar cuando la persona que amo está allá afuera haciendo algo especial para mí.

¿Recuerdas cuando mencionaste que este contrato era un negocio ganar-ganar? Ninguno de los dos ha ganado, tú ya no tienes la presidencia y yo no tengo el empleo y lo extraño es... que tú ya no quieres la presidencia y yo ya no quiero el empleo.




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