Esposa de mi jefe

Capítulo 81

—Alex, no puedes hacerme esto —escucho su voz entrecortada, su tono está enronquecido, no me quiero imaginar cuántas lágrimas corren por sus mejillas. Natalie me mira con una expresión de tristeza en su rostro, hablábamos por su teléfono celular, él no tenía mi número.

—Yo... —balbuceo—, solo quiero que firmes —Natalie me mira, tiene su entrecejo levemente fruncido, aunque por el momento odie a Oliver no quiere que nos separemos.

—¿Por qué, Alex? ¿Por qué me haces esto? Te juro que yo dejo lo que sea que me pidas que deje por ti —dice esto último con un hilo de voz, mi pecho duele y mi corazón saldrá en cualquier momento.

—¿Y por qué hasta ahora, Oliver? ¿Por qué esperaste hasta que tomara esta decisión? —no dice una palabra—. ¿Cuántas veces hablamos sobre eso? ¿Cuántas veces discutimos por eso? Me prometiste muchas veces cosas que no cumpliste y yo no estaré ahí a tu lado esperando a que tú reacciones, me duele, pero si es más importante para ti tu trabajo yo no tengo por qué estarte diciendo que no lo hagas.

—No, Alex... No es más importante. Simplemente, no medí las consecuencias —suena desesperado y yo me debato entre anular el divorcio o no, hago una pausa, no sé ni qué contestar.

—¿Por qué no estableciste nada sobre los bienes en el acta de matrimonio, sobre todo sabiendo que era un contrato? —intento cobardemente cambiar de tema.

—Modifiqué eso luego... Cuando ya me había enamorado de ti... —un silencio incómodo se apodera entre ambos—. Dime... ¿Tú me amas? Porque si en estos momentos me dices que no..., juro que firmo los papeles aquí y ahora. Pero necesito una respuesta.

Maldición. Miro a Natalie con mis ojos empañados, no me dice nada, gira levemente para caminar hacia el baño mientras me siento en el filo de mi cama.

—Si no quieres firmar... está bien, pero sí creo que necesitamos tiempo.

—¡A la mierda el tiempo, Alex! —dice entre sollozos—. Por favor, yo solo quiero que vuelvas, que intentemos esto de nuevo —niego con mi cabeza, aunque sé que no me está viendo.

—Ya lo estábamos intentando. ¿Lo recuerdas? Y ni siquiera te dignaste a enviarme un mensaje para esperar más tiempo... Termina lo que sea que estés haciendo y si luego de eso aún quieres...

—Alex, no... Solo quiero que me perdones —lágrimas empapan mi rostro, yo ya no puedo seguir con esto, termino con esa llamada que me había dejado un terrible sabor amargo. Recuesto mi espalda sobre la pared y me deslizo sobre ella, esto me carcome dolorosamente. Natalie se acerca a mí tomando su celular, lo apaga al ver las llamadas incesantes de Oliver, se acuclilla y me rodea con sus brazos.

Desde ese día, no volví a saber nada de Oliver Anderson.

 

s

 

No sé exactamente cuánto tiempo había pasado... ¿A quién quiero engañar? Sí lo sé, veinte semanas y dos días, me había encantado tanto Londres para vivir que al tener que regresar a mi tierra por la promoción del libro se me hacía nostálgico. Hacía un mes estaba de vuelta en Nueva York y había retomado mi vida y mi trabajo, ya choqué una vez por haberme acostumbrado a las vías contrarias. Para mi sorpresa, mi libro había formado parte de los más vendidos y Aronofsky luego de leerlo, me hizo una propuesta de llevarlo a la pantalla grande con unos amigos productores suyos, pero no era todo, me había ofrecido ser parte de la productora; no solo sería mi libro en la pantalla grande, también sería mi debut como productora.

—¡Alexandra, mi bebé! Creí que no te iba a volver a ver —mi madre se abalanza sobre mí dándome un fuerte abrazo que hace que casi caiga de espaldas.

—Mamá, me viste esta mañana... ¿Qué pasa contigo? Y... ¿Qué les pasó a tus pechos? —interrogo, viendo lo abultada que se mira su blusa de esa parte.

—Tu abuela fue la que me regaló este sostén «Push-up» —contesta, haciendo la simulación de comillas con sus dedos.

—Solo espero que la abuela no te esté llevando por el camino de la perdición —digo, sentándome sobre un sillón nuevo que acababa de comprar.

—¿Yo qué? —la abuela entra a la sala con sus brazos como jarras y me mira con indignación—. Que tu madre ya pase los cincuenta no significa que sus lolas no se deban ver bien. Yo a los cincuenta años me sentía de veinte.

Río al caminar hacia la abuela y observo que también lleva un sostén similar.

—¿Sabes que estás loca, abuela? —la rodeo con mis brazos y ella hace lo mismo con una amplia sonrisa.

—¿Qué? En Nueva York te encuentras muchachos guapos donde sea —¡ah! ¡Dios! Ruedo mis ojos exasperada mientras sonrío negando con mi cabeza.

—Ah, por cierto, feliz cumpleaños, mamá —enuncio, revolviendo todo en mi bolso—. Te traje algo —eso hace que ella me mire, con su entrecejo fruncido.

—Pero hoy no es mi cumpleaños...

—Lo sé —la interrumpo—, pero no tenía a quién regalarle estos dos boletos para un viaje en crucero... —le extiendo el paquetito que ella mira con sorpresa—. Sal a distraerte de la cárcel que es tu vida y llévate la abuela —la abuela chilla de emoción y me estruja entre sus regordetes brazos nuevamente.

—¿Cárcel? Mi vida no es una cárcel, Alex —mi madre sonríe y me abraza una vez que la abuela me ha dejado libre, aunque lo niegue, sé que le gusta la idea de irse en crucero—. Tal vez deberías ir con Joaquín, Lydia —escucho a mi madre hablar, giro de inmediato sobre mis talones y miro a la abuela, quien tiene las mejillas encendidas y acomoda su cabello mientras aclara su garganta.

—¿Quién es Joaquín? —suelto de inmediato frunciendo mi entrecejo.

—El novio de tu abuela —mi madre suelta una risa intentando tapar su boca con su mano. ¿Novio de la abuela?

—No es mi novio —se defiende la abuela—, es el jardinero —la abuela camina acomodando su vestido de flores con extrema seriedad hacia el comedor.

—Abuela, pero... tú no tienes jardín —recuerdo que ella dijo que odiaba los jardines porque eran criaderos de bichos.




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