Esposa de mi jefe

Capítulo 82

Me quedo paralizada, no sé qué hacer, no puedo moverme, siento que el aire me está faltando, pero no puedo despegar mi mirada de sus ojos, él tampoco lo hace, no se mueve... No sé cuánto tiempo habrá pasado, pero mis pies ya están comenzando a doler por la posición, intento ponerme de pie, pero por culpa del maldito vestido de Natalie me es imposible; él me extiende su mano para ayudarme y sin vacilar la tomo, sin aún despegar la vista de sus ojos, esa enigmática mirada está sobre la mía, siento mi cuerpo desfallecer y mis rodillas flaquear al ponerme sobre mis pies, mi mano está sobre la suya, mi garganta está seca y mi corazón golpea mi pecho con fuerza. Él hace un gesto para decir una palabra cuando unas personas tras él llaman su atención, siento que no puedo cortar el contacto visual, hasta que él, finalmente, lo hace cuando uno de sus acompañantes golpea su hombro y murmura algo en su oído.

Qué caprichoso es el destino.

Doy la vuelta de inmediato, hasta las ganas de hacer pis se esfumaron, o es que me hice encima, no lo sé. Camino a paso rápido hacia el sillón que estaba con Natalie tomándola de su antebrazo y arrastrándola conmigo, tiro de ella no importándome si tropieza o no, yo quiero salir de aquí.

Mis manos tiemblan, están sudadas y frías, mi corazón bombea a mil por hora, esa bola de angustia se apodera de mi garganta y no entiendo cómo mis piernas responden tan rápido y con inmensos tacones.

—Alex, alto ahí... ¿Qué es lo que pasa? Detente —mis tacones se entierran en el pasto verde, volteo a ver atrás en dos ocasiones, no sé por qué pienso que me estaría siguiendo.

—Oliver está aquí —menciono, con un hilo de voz—. Quiero irme de regreso al hotel.

—¿No viste si David estaba con él? —me interrumpe, niego con mi cabeza. La verdad no había visto nada a mi alrededor los minutos que estuve frente a él.

—Bueno, me iré contigo —enuncia—, solo déjame enviarle un texto a Matthew.

Recuesto mi espalda sobre una pared mientras espero que Natalie escriba el texto. ¡Maldición! Oliver... ¿Por qué tuviste que aparecer cuando yo ya estaba comenzándome a sentir bien? O eso me estaba haciendo pensar a mí misma todo este tiempo. Miro hacia la puerta por la que salí una y otra vez.

—Dice que se irá con nosotras —habla Natalie, muerdo la uña de mi dedo índice, mis pies se dirigen en dirección a la puerta de regreso, Natalie me observa alejarme sin decir una palabra, no sé cuándo mis pies se volvieron tan ágiles con estas cosas puestas encima.

Me abro paso entre la gente en dirección a la mesa donde los acompañantes de Oliver estaban, y ahí están, pero él no está ahí... Ni un rastro de él, llevo mi vista a la barra, luego a la pista de baile... Miro alrededor y no hay señas de Oliver... Camino hacia el baño de hombres y por suerte no hay nadie, porque hubiese sido incómodo entrar y encontrarme algunos haciendo pis por ahí. ¡Maldita sea! Esas ganas de llorar se apoderan de mí, estoy segura de que él también salió del lugar al verme.

No puedo explicar lo que justo sentí en ese momento, por unos instantes sentí unas ganas inexplicables de abrazarlo, de ir hacia él..., de saber cómo está... Estoy jodidamente enamorada de ese hombre, varias lágrimas corren por mis mejillas al recordar ese momento, no sé cómo me llegué a enamorar tanto, pero duele... Vuelvo a repetir, amar duele.

 

s

 

Me siento sobre el sillón color caoba que está muy cerca de la entrada de mi apartamento mientras espero a mi madre y a la abuela terminar de arreglarse para ir a dejarlas al aeropuerto. Muerdo una manzana que había tomado del comedor hace unos minutos, leo una publicación que reposa sobre la mesa muy cerca del lugar donde estoy, para mi sorpresa es una revista Anderson, una punzada se instala en mi pecho al escuchar ese apellido, al parecer todo está funcionando con normalidad en la revista.

Ojeo las páginas de la revista cuando unos golpes en la puerta me sobresaltan, la pongo de regreso a su sitio y camino hacia la puerta, al girar la perilla y abrir, hay un joven hombre del otro lado con un uniforme del correo.

—¿Alexandra Carlin? —cuestiona, viéndome a los ojos, frunzo el ceño y asiento tomando el paquete que él me está extendiendo—. Firme aquí, por favor —hago lo que el amable hombre me pide y una vez que se despide cierro la puerta y observo que el paquete es de mi abogado, de inmediato abro la bolsa de papel y saco el contenido del interior tomando lugar en el sillón que estaba. Son los papeles del divorcio... Y ahí está... La firma de Oliver...

—Alexandra... —la voz de mi madre me hace levantar la mirada hacia ella, mis ojos están llorosos y de inmediato se acerca a mí observando el papel en mis manos, gesticula una sonrisa triste mientras acaricia mi cabello.

Yo que creí que se habían acabado mis días de depresión; bienvenido, invierno.

 

s

 

Se dice popularmente que todos somos media naranja y que nuestra mitad complementaria está por ahí afuera, algún día por el supuesto hilo rojo del destino llegamos hasta aquella otra mitad de cítrico y sucede la magia; creo fielmente, que yo soy un calcetín, los calcetines están destinados a quedar sin pareja en algún momento de sus vidas.

Ya estoy quedando loca.

—Yo maquillo a Alex —Natalie entra a la sala de maquillaje mientras ojeo un periódico, mi ánimo no es el mismo, ni siquiera volteo a verla para esbozarle una sonrisa, no tengo ganas de sonreír y ahora tengo que salir a actuar allá afuera para todo el país.

—Natalie es mi maquillista personal, Natasha —digo a la chica que sostiene un blush y un aplicador, Natalie acomoda su bolso y aparta a la chica. Al menos tengo quien me cele.

—Señorita Carlin... 10 minutos para la entrevista —asiento, Natalie chilla y comienza a aplicarme un montón de cosas en el rostro.

—Natalie, relájate —riño, intento sonreír, pero me sale más falsa que la de Brittany.




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