Esposa de mi jefe

Capítulo 83

Ahora sí, se lució para nuestra «primera cita», no fue un lugar lujoso, no, fue en el patio de su casa, junto a la piscina, con velas aromáticas, con el cielo alfombrado con millones de estrellas, y comida hecha por él mismo, y voy a admitir que ahora hasta cocina mejor que yo. ¡De cuánto me perdí durante estos cinco meses! Mucho de qué hablar, mucho más cuando su padre interrumpió nuestra «charla» al llegar sin avisar con una botella de champagne cuando las cosas se estaban comenzando a poner buenas. Al verme, amplió su sonrisa y miró a Oliver.

—Creo que volveré otro día, hijo mío —menciona, luego de estrecharme la mano y caminar a zancadas de regreso a su auto. Volteo mi mirada a Oliver con el entrecejo fruncido esperando una respuesta.

—Digamos que... fue mi compañero de tragos durante estos cinco meses —y por mi mente, comienzan a pasar todo tipo de escenarios donde Oliver corea al lado de su padre la canción del Titanic en una celda, suelto una carcajada que hace a Oliver mirarme con intriga.

Luego, ya la «plática» no se dio, Rosa se apareció unos minutos después gritando desde el portón de entrada, se abalanza sobre mí haciendo que choque mi espalda contra la pared.

—Niña Alex —Rosa llora amargamente y hace mis ojos humedecer—, nunca se le ocurra volver a hacer eso, y si lo hace, por favor, lléveme con usted —suelto una risa entre lágrimas, Oliver aparta su chaqueta de cuero para llevar sus manos a su cintura y la mira con indignación.

—Me dueles, Rosa —enuncia, con fingido dolor en sus palabras, ella levanta levemente la mirada—, eres como una segunda madre para mí y me haces esto en mi cara —finge lloriquear.

—Es que con usted no es divertido ver series en Nesflis, niño Oliver —continúa aferrada a mí—, que le quede en la memoria que, si vuelve a hacer

algo para que la niña Alex se vaya, nos pierde a ambas —no sé si reír o llorar en estos casos—. Por cierto, vine por mis cervezas, usted me dijo que cuando se divorciara me invitaría a unas cervezas.

Rosa lo mira con extrema seriedad haciendo que Oliver suelte una leve risa.

Y con nuestro divorcio se ganó las cervezas, luego nos emborrachamos y ella se fue a su casa tropezando a media calle soltando un «Jueputa» sonoro que me hizo soltar carcajadas, maldita niña Rosa, ya la extrañaba.

El resto de las citas, fueron las mejores citas de mi vida, ya había olvidado lo que es tener un novio y esa sensación de los nervios al verte al espejo una y otra vez para darte un último vistazo porque quieres verte perfecta para él, aunque eso a Oliver no le importa... Para él todo es perfecto, hasta mis shorts de Deadpool.

—No sé, la verdad, cuántas veces tengo que hacer esto contigo, Alex —lo miro desorientada mientras llevo un sorbo de vino a mi boca—, pero espero que esta sea la última.

Oliver se pone de pie, cuando unas personas que están sobre una pequeña tarima comienzan a entonar una música romántica que no logro reconocer, pero es linda, creo que ya sé qué es lo que va a pasar. Se postra frente a mí con una rodilla en el suelo mientras toma mi mano izquierda. Sé lo que va a hacer y ya lo ha hecho antes, pero, aun así, mi estómago se estruja y mi corazón comienza a bombear con fuerza a tal punto de querer salir por mi pecho.

—Esta vez, lo quise hacer de una forma más tradicional y con testigos —todos a nuestro alrededor nos miran, pero eso es lo menos importante para mí, llevo mi mano a mi pecho mientras miro cómo abre la cajita de terciopelo negro—. Alexandra Carlin. ¿Te casarías conmigo? —¡maldita sea! Lágrimas quédense ahí, pero no, son tan desobedientes como la misma portadora de ellas que de inmediato salen a inundar mis mejillas, asiento con completa emoción y él desliza el anillo por mi dedo anular y lo observo... En la parte de arriba se forma una rosa, una rosa cubierta de piedras... Ya tengo tres anillos de compromiso—. Lo di a hacer exclusivo para ti, así que es diseño único —las lágrimas continúan corriendo por mi rostro y él se pone de pie.

—¡DIJO QUE SÍ! —exclama, y todos sus socios en la sala comienzan a aplaudir, yo aún sigo hundida en lágrimas, me extiende su mano para ponerme de pie, sus labios se posan sobre los míos, todos se ponen de pie y aplauden—. Bien. ¿Cuándo sería? —cuestiona, rodeándome mi cintura con sus brazos.

—¿Qué tal hoy? —él enarca una ceja y yo sonrío ampliamente.

—¿Qué? No —dice de inmediato—, yo quiero una boda tradicional, con las estúpidas flores... Nuestras familias juntas.

—Espera... ¿Tú? ¿Oliver Anderson? ¿Quieres una boda tradicional con flores? —no puedo evitar reír y puedo ver sus mejillas colorearse, aclara su garganta.

—Digo, para darle gusto a Natalie, sería una pena desperdiciar todos esos arreglos —intenta ver hacia otro lugar con su cara de todos colores, río nuevamente y tomo su rostro con ambas manos juntando mi frente con la suya.

—Yo te amo, y me casaría hoy, mañana o cualquier otro día rodeada de flores y corbatas rosas, siempre y cuando sea contigo —él sonríe, juntando sus labios con los míos.

Ya de por sí, soy lo bastante afortunada como para que Oliver «Buenas Nalgas» Anderson me haya propuesto matrimonio tres veces.

Y aquí estoy, una semana después. ¿Por qué una semana? Porque ya habíamos dejado a Natalie con los preparativos listos dos veces. Aliso la falda de mi vestido blanco, la seda chifón le da un aspecto juguetón con un poco de viento. No puedo evitar sentirme nerviosa, mis manos están frías, estoy casi tiritando, maldita sea. Mi madre entra a la sala con una enorme sonrisa en sus labios, al verme lleva sus manos a su rostro y sus ojos lagrimean, la señora Margot viene tras ella y de inmediato me abraza.

—Te ves hermosa, Alex —enuncia, llevando una tiara a mi cabeza—. Es la que yo usé cuando me casé hace ya 29 años, el último regalo de mi padre —sus ojos se humedecen mientras me mira a los ojos—. Nunca tuve hijas, pero a ti ya te considero una —esta gente me hará llorar, estropearé mi maquillaje y Natalie entrará por esa puerta gritándome. Tras ella se aparece el señor Anderson, quien esboza una enorme sonrisa mientras me rodea con sus brazos.




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