Esta Partida nos Partió a los Dos

Prototipo 8899

Usé tanto el disfraz de víctima que se rompió.
Quedé desnuda de excusas.
El espejo todavía guarda los restos.

—¿Dónde están los demás disfraces? —susurro.
—Los rompiste todos —responde la voz, la que no me deja dormir.

Trago saliva.
Las uñas se clavan en mi palma.
—¿Y ahora qué me pongo?
—Los ovarios que te faltan para salir desnuda.

El aire se corta en la garganta.
—¿Salir desnuda? ¿Estás loca?
—Tú sabes lo que hacen ahí afuera cuando ven a alguien sin armadura.

Me encojo de hombros.
El pecho arde.
—Van a acabar conmigo.
—¿Y qué te hace pensar que podrán?

Silencio.
El corazón golpea como tambor de guerra.
—Tengo miedo.

La voz se ríe sin ruido.
—¿Quién rompió las máscaras?

Me quedo muda.
El suelo cede bajo mis pies.
—Yo.

—Entonces, ¿de qué te preocupas?

El reloj muerde.
Tic.
Tac.
Tic.
Tac.

—No necesito entender —miento.
—Tu manía de entender todo fue tu escudo. La primera vez que te hirieron, llenaste la boca con porqués hasta tragarte la lengua.

Bajo la mirada.
El piso respira frío.
El agua de la botella huele a metal.

—Con el tiempo reforzaste la coraza —sigue—. La brillaste con frases, la cubriste con datos, la pegaste con miedo. Era linda. Pesaba el doble.

Suspiro sin permiso.
—A mí nadie me toca —digo.
—A ti nadie te toca si no levantas la mano contra vos —corrige—. No eras vos temblando: era la ansiedad tirando del hilo.

Parpadeo.
Me acuerdo del colegio.
La sala blanca.
—No recuerdo ese test —digo.
—Yo sí. Le dijiste a la psicóloga que jamás habías sentido ansiedad. Que tu vida era bonita.

Río oxidada.
—¿Y por qué ahora pienso en un onceavo piso?
—Por los años de pretensión. Por confundir honestidad con cuchillos. Por repartir filo a quien lo merecía y a quien no.

Trago la risa.
Me arde la nuca.
—Recién este año tomaste el volante de tus emociones —dice—. Antes, ¿qué hacías?
—No sentir. Vaciarme. Consumirme.

—Mira alrededor —ordena—. ¿Sientes la pretensión en el aire? ¿Ese silencio que corta?
—Sí.
—Eres distinta, pero del mismo material. La inteligencia no basta cuando te conviertes en tu propio enemigo. No basta cuando le prometes lealtad a la herida.

—¿Qué sería de mí sin mis heridas?
—Seguirías siendo vos.
—¿No traiciono mi narrativa?
—No. Evolucionás.

Silencio.
El espejo devuelve una cara que no reconozco.
El vidrio tiene pequeñas líneas, como si hubiera aprendido a respirar.

—Mirá a los cercanos —insiste—. ¿Qué ves?
—Melancolía que se los come vivos.
—Pasan el día en el pasado.
—Sí.
—Otros exageran el presente hasta marearse. Mucho de algo siempre termina en veneno.

Me aprieto los labios.
—Si a la izquierda pierdo y a la derecha también, ¿hacia dónde giro?
—Hacia el corazón.
—¿Y el destino?
—No está escrito. Cada paso lo dibuja.

—¿Entonces acelero sin mapa?
—Acelera. Pero parate a mirar las señales. No todo lo que brilla es oro; hay ojos que mienten.

—¿Cómo lo sabré?
—Tu intuición te lo dirá.
—¿Cómo?
—Cuando empieces a amarte.

La palabra pesa.
Amarme.
La lengua tropieza con la erre.

—Dejá de salvar desvalidos —dice—. De exorcizar demonios ajenos. De escuchar víctimas crónicas. Hay gente que no quiere respuestas: quiere validación, y vos pagás con sangre.

El baño huele a limón barato.
El insomnio me mira desde la silla.
No parpadea.

—Usé tanto el disfraz de víctima que se rompió —repito.
—Bien.
—Me da vergüenza.
—La vergüenza es vieja. Heredada. No te pertenece.

La toalla cae.
La piel se eriza.
Mis clavículas parecen antenas.

—¿Y si me lastiman?
—Te lastimaste años llamando cariño a lo que te apretaba. Cambiá el verbo o cambiá la vida.

—No sé cómo amarme.
—Empezá por el cuerpo: agua, comida, sueño. No son premios. Son suelo.
—¿Y después?
—Límites. Pocos, claros. Y palabras que no vuelvas contra vos.

Respiro contando cuatro.
Abro la ventana.
El aire de la noche entra como animal mojado.

—¿Y si fracaso?
—Fracasaste mil veces sosteniendo una versión que te mataba. Ensayá otra.

Las manos dejan de temblar.
Algo en el pecho aprende un ritmo nuevo.
Pequeño. Mío.

—Vas a salir —dice.
—Tengo miedo.
—Llévalo de la mano. No lo niegues.
—¿Y si me caigo?
—Te levantás sin máscara.

El pasillo del edificio exhala.
Una moto muerde la avenida.
Una puerta se cierra lejos y la vibración llega a los tobillos.

—Antes de abrir, decime quién sos —pido.
—Soy la que siempre fuiste cuando dejabas de actuar.

Me quedo quieta.
La calma pica.
Duele como una cura que llegó tarde.




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