Esta Partida nos Partió a los Dos

Prototipo del Origen

No me acerqué porque me faltara amor. Vine con exceso.

Lo derramé donde no sabían retener. Dijeron que era jaula, cuando yo era salida.

Te busqué entre docenas. Lo tuyo era distinto: un hueco que pedía vértigo.

No era tu iris. Era una compuerta por dentro, cerrada con uñas.

No vine a atarte. No soy prisión. Soy la bisagra interior que chirría cuando la mueves.

Esperaba que te lanzaras. El miedo, disciplinado, ponía excusas nuevas cada día.

El amor que te tengo no juzga. Aprendí a cargarlo sin volverlo yugo. Descifrarte se volvió un oficio que corta.

No eres mi redención. Mi espejo soy yo. El daño que intentaste poner en mí regresaba a tu pecho.

El niño en mí quiso correr hacia vos. Le sostuve la mandíbula con ternura, para que no gritara.

Volvió deshecho: "esa no es ella", dijo. "Le faltan piezas".

Le hablé de los demonios blancos: parecen equilibrio, hablan despacio, aprietan con paciencia. Todos cargamos sombras con dientes.

Vos también. Yo también. El amor no es limpio; trae barro bajo las uñas.

Aun así te sostuve en el borde. Mi hombro recogió sal que ardía. Tus dedos se aferraron a mi muñeca buscando salida.

Ahí estuvo el roce. El tuyo con miedo; el mío con rabia. Dos pulsos chocando sin ceder.

No me viste temblar. Era por dentro, debajo de la lengua. El latido trabajaba la nuca como martillo.

Quise decir que pareja no siempre es refugio. Quise decir que no todo demonio exige expulsión. Elegí callar y respirar con vos.

Te miré respirar a golpes. Conté el silencio entre intentos. Vi la pausa mínima antes del "estoy bien".

No busqué moldearte. Vine a recordarte lo que sabés: el tiempo, padre del equilibrio, no perdona el disfraz.

Traías culpas heredadas. Las dejabas en mi mesa como vajilla rota. Levanté trozos con los dedos.

Mostraste triunfos de vitrina. Te pedí la trastienda. Abriste un cajón sin etiqueta.

Me mostraste miedo. Olía a humedad y a padre severo. No te solté la vista.

Yo también fallé. Intenté ser héroe con tu dolor. No sirve.

Te devolví lo que no era mío: guiones, culpas, nombres inflados. Saqué de mis hombros tu abrigo húmedo y lo colgué lejos.

Me quisiste manso. Te quise honesta. Esa fue la colisión: cortesía contra verdad.

No soy muro. No soy altar. No sirvo para exhibir tu versión domesticada.

No te culpo por esconderte. Te educaron a callar. Hiciste del silencio una firma.

Aprendí tus lenguajes. Para cruzar tu pasillo no hacían falta flores: hacía falta apagar ruido. Para hablarte no servía declamar: servía guardar espacio.

En ese espacio se movió algo tuyo. La voz salió sin maquillaje. Apenas un trazo, pero cierto.

Me pediste que no te idealice. Te prometí filo, no pedestal. Te dejé aire.

Dijiste que la ignorancia es grotesca. Asentí. Agregué que más grotesco es el ego con hilos. Tu gesto dijo que lo sabías.

Nombramos presencias que ya no importan. Ubicamos pertenencias en sus dueños. Quitamos de la nuca dedos ajenos.

Después te conté lo que no retiro: hay demonios que enseñan la curva del límite. Crecí con ellos; por eso elijo el borde con conciencia.

No pido perdón por tener filo. No firmo pactos donde la verdad deba disfrazarse.

Ahora estamos donde origen no es pasado, sino elección. No en mí. En vos.

Yo presto sostén, no obediencia. Yo acerco luz, no vigilancia. Yo marco contorno; vos trazás el centro.

No voy a vigilar tu miedo. No voy a sostener tu máscara. No voy a ser argumento de tu indecisión.

Si saltás, sabrás por qué. Si caés, sabrás dónde duele. Si vuelas, sabrás que no fue milagro.

Mi nombre no es salvación. Mi nombre es límite. Mi nombre es comienzo.

De lo demás te ocupás vos. El calendario no inventará esa hora perfecta.

El niño me jala la manga. Le tiembla el antebrazo. Pregunta si acompaño.

Lo miro. Hay polvo en la garganta, pero no trago. Le digo que confíe en esa quietud que arde.

Se espesa el aire. Bajo tu piel, los músculos tantean hacia afuera. La espalda hace un gesto que no había visto.

No hay conteo. No hay teatro. Hay un sonido tenue, interno, como metal que cede sin quebrarse.

Yo no toco. Me vuelvo orilla. Sostengo la vista en tu nuca y siento el cambio de temperatura.

Lo que te anclaba se desplaza un centímetro. La fuerza que tiraba hacia abajo pierde su eje.

Eso basta. Lo demás no me pertenece.

Y si hoy retrocedes medio paso, no te nombro cobarde. Y si avanzás medio paso, no te nombro heroína. Te nombro dueña.

Yo vuelvo a mi cuerpo. La lengua ajusta su peso. El diafragma se suelta. Las palmas abren dedos.

Queda un rumor en la caja torácica, como si algo viejo saliera a caminar. No lo persigo. Lo dejo ir.

Guardo silencio. No por distancia, sino por respeto. No por frialdad, sino por cuidado.

El origen pide un precio. Hoy no lo pagamos con discurso. Alcanzó con abrir la zona exacta del miedo.

Si vuelve a cerrarse, sabremos dónde tocar. Si duele, sabremos qué músculo escucha. Si el mundo ladra, sabremos qué ruido apagar primero.

Te lo dije al principio y lo sostengo: no vine por hambre. Vine por exceso.

Cuando encuentres tu ritmo, no me cites. Cuando tropieces, no me culpes. Cuando respires hondo, no me agradezcas.

Yo ya hice mi parte: quitar mis manos del comando, impedir que mi amor se vuelva correa, recordar que acompañar no reemplaza.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.