Estancado

Viviendo de una Expectativa

Sientes que progresas cada vez que realizas una acción que, según dicta tu ética y tu moral, es una buena acción. Acciones que haces por los demás, para los demás, o con la esperanza de nutrir tu propio ser. Pero al cerrar los ojos tras un largo día, comprendes que cada esfuerzo ha sido devorado por la indiferencia constante del infortunio que te acompaña en cada instante de tu existencia.

Crees —o más bien deseas creer— que actuar bien traerá consigo aquello que tu subconsciente inocente anhela con tanta fuerza. Sin embargo, solo recibes golpe tras golpe de realidad. Abres los ojos y ves cómo la desolación se convierte en tu único compañero. El maltrato y la apatía se vuelven las recompensas diarias por tu bondad. Te preguntas si realmente vale la pena seguir ofreciendo tanto, para recibir tan poco… o nada. ¿Por qué preocuparte por alguien cuya mayor muestra de aprecio es el silencio? ¿Por qué continuar castigándote con una actitud benevolente hacia los demás? Al final, al acostarte, esa misma bondad que entregas te drena, te castiga, te hace preguntarte por qué sigues siendo así… y por qué nunca cambias.

Sientes que, por actuar bien, los demás —tus supuestos cercanos— solo te usan para obtener un beneficio. Ya no sabes qué pensar. Según ellos, están ahí para ti, muestran interés, dicen preocuparse… pero cuando de verdad los has necesitado, te has quedado solo. Tan solo, que empiezas a creer que el problema eres tú, no ellos. Dudas si sus actitudes contigo son genuinas, o si no son más que reflejos del egoísmo disfrazado de una amabilidad conveniente. Esa misma que utilizan quienes deciden quedarse en tu vida sin un motivo aparente.

No parece tener sentido seguir así. Incluso en los días más positivos, donde sientes reciprocidad, termina llegando el momento en que la realidad te golpea: las personas pisotean tu felicidad solo para mantenerte a su merced. No les importa si ese día fue especial para ti, si ofreciste algo valioso o si anhelabas un gesto de gratitud. Todo termina en más conflictos, más problemas que resolver, más peso para cargar.

Esperas, con paciencia ingenua, que alguien de tu círculo te escriba, te nombre, tenga la iniciativa de romper esa afirmación que construyes día a día: que todo lo que haces no vale la pena. Lo esperas con ilusión, con deseo, con fe. Pero eso nunca ocurre. Y te das cuenta de que solo sigues esperando lo que jamás llegará, aferrándote a la ilusión de que algún día todo cambiará… que todo se iluminará. Pero no.

Reafirmas aquella frase célebre de Lord Byron: “Cuanto más conozco a las personas, más quiero a mi perro”, deseando borrar todo rastro de interacción humana. Entiendes, finalmente, que lo que eres no es lo que la sociedad quiere ni necesita. Solo se espera que seas funcional. Nadie busca tu humanidad. Si actúas y respondes sin emociones, serás aceptado. Lo que comenzó como un acto de bondad, terminó siendo la degradación silenciosa de un alma joven… que ya no desea nada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.