D E N N A
Nos encontramos con Sarah en mi auto, yendo hacia el centro de la ciudad de Miami. Si bien no queda muy lejos necesitamos ir en auto. Conduzco yo, como siempre, ya que esta actividad en específico no estaba entre las favoritas de ella. Por lo tanto, mientras mi concentración —o gran parte de ella, por lo menos— está puesta en la carretera, ella parece estar disfrutando de un día de spa. Las piernas cruzadas sobre el tablero, un café en un mano, el celular en la otra, el cabello en una coleta y la lengua siempre suelta, porque no deja de hablar.
— Ya te he dicho Sarah, mil veces lo de las piernas en el tablero. —Voltea los ojos haciendo caso omiso a lo que digo. — Una vez estaba viendo la televisión, un programa que en este momento no recuerdo pero que hablaba de accidentes. — Su atención, por fin, estaba en mi relato. — Iban dos personas viajando así como nosotras: una tras el volante y la otra justo como vos. La cuestión es que, la persona tras el volante iba distraída por lo que no vio al animal que estaba en medio de la calle, hasta que era ya muy tarde. Entonces frena de imprevisto, golpeándose la cabeza contra el volante fuertemente. La otra persona la pasó peor ya que, al tener las piernas para arriba no tuvo nada que amortiguara el golpe. La cadera se movió hacia adelante violentamente, de golpe, provocando que el fémur asomara en la zona de la cadera.
Si bien, la historia es real y mi talento de contar historias sigue igual de bueno, no logro convencer del todo a Sarah, quien aunque estuvo pendiente de la historia — y un poco sorprendida— no dudo ni un segundo en refutar dicho hecho.
Se encoge de hombros diciendo que, aunque le pasé a una persona no significa que le pase a todos. Lo cual, muy a mi pesar, es cierto pero no lo voy a admitir. Al ver que no hago ningún comentario al respecto agrega que una persona puede morir de un paro cardíaco de un susto, pero que no significa que todos los que se asusten vayan a morir de lo mismo.
Sarah dos, Denna cero.
Seguimos un par de minutos en la misma situación de discusión hasta que decido poner una canción para hacer karaoke. Elijo Wannabe ya que es un clásico y, además, es una canción que Sarah y yo amamos.
En cuanto empiezan los primeros acordes, la sonrisa se plasma en la cara de mi amiga, y en ese instante ocurre un milagro: baja los pies del tablero. Inconscientemente, claro. Igualmente, nunca pensé que sería tan fácil. Le devuelvo la sonrisa, e intercaladamente cantamos la canción, uniendo nuestras voces dignas de un programa de talentos. Hay que tener en cuenta que nos apagan la música en los primeros cinco segundos de canción.
Un par de canciones después llegamos al centro de la ciudad. Aún a plena luz del día, las luces de los carteles llaman la atención. Los edificios altos parecen que se nos van a desplomar encima en cualquier momento. Una sensación espectacular. Recorremos un par de cuadras a baja velocidad, mirando por la ventanilla del auto buscando el lugar perfecto para almorzar. Cuando nos decidimos por Miami nos importaba la ubicación de la casa, por sobre todo, y después pensamos en la playa. Pero jamás, nos detuvimos a pensar en la ciudad en si. ¿A donde iríamos? ¿A un restaurante o un café?
Como si Sarah me estuviera leyendo la mente agrega: — Nunca decidimos a donde ir, Denna. Nos subimos al auto sin rumbo. Literalmente.
Vagamos unos minutos más leyendo carteles y, aunque algunos nos llaman la atención, están llenos de gente. Casi al final de la calle principal, y salvándonos de un viaje sin sentido, un pequeño café aparece delante de nosotras. Es de color chocolate con beige, con mesas de madera oscura en la vereda. Los ventanales enormes que dan a la calle permiten que la luz y el sol de verano entren con toda su energía. Aparcamos el auto una cuadra más abajo, nos bajamos de un salto y caminamos hasta el local. La surprise se leía en una hermosa caligrafía manuscrita que combinaba con el resto de colores del local.
— La sorpresa — dice Sarah con un raro acento francés. Arrugo la frente sin entender. Apunta hacia el cartel encima de nosotros. — Dice la sorpresa en francés.
Sonrío. Vaya que lo es.
●●●
La mesera se nos acerca con nuestro pedido: café negro con bizcochos dulces. Su vista se desvía hacia el reloj que cuelga detrás del mostrador, tratando de confirmar la hora. 13:05. Nos sonríe. Sonreímos de vuelta.
— Aquí está su pedido — anuncia dejando nuestro improvisado almuerzo en la mesa de madera. — No son de por acá, ¿no?
— No, somos de Europa. Portugal, específicamente.
La mesera nos mira sorprendida. La curiosidad se acumula en la punta de su lengua, aunque no dice nada. Se limita a seguir sonriendo. — Nunca había conocido a gente de tan lejos. Bueno, en realidad hace poco que trabajo aquí, no he conocido a mucha gente, a decir verdad.
— Nos tomamos un respiro de los estudios. Nos estaba matando. — Sonrío para seguido dar un sorbo a mi café.
— ¿Que estudian? Si se puede preguntar. — Hizo una amague de sentarse pero se levanta rápidamente como si el asiento estuviera al rojo vivo. Sarah hace un ademán de que se siente, la chica, con timidez, se sienta depositando la bandeja de color plateado en la mesa.
— Yo estudio medicina y ella estudia para ser policía — comento señalándome a mi y a Sarah respectivamente.
La sorpresa de la chica aumenta y se ve reflejado en su rostro. — Yo estoy estudiando abogacía. Necesito reunir el dinero suficiente para poder seguir.
Un muchacho de unos treinta años carraspea detrás del mostrador sin quitar la vista de la chica. Ella se levanta rápidamente con una actitud de vergüenza y culpa. Murmura un pequeño disculpa y se voltea para alejarse.
— Cualquier cosa que necesiten me llaman.
— Si, necesitamos algo. ¿Cómo te llamas? — Una sonrisa enorme aparece en su rostro. — Nosotras somos Denna y Sarah.